Zarah no lloró. Solo dió vuelta el rostro escapando del tacto de Tabar. Un vacío asfixiante invadió al hombre que en ese instante sólo deseaba tener la mano de su esposa entre las suyas un poco más. Las palabras eran insuficientes para transmitir sus verdaderas intenciones. Necesitaba tocarla, rodearla con sus brazos para hacerle comprender que podía estar segura a su lado ¿Cómo le haría entender que había más de él que la bestia que ella había conocido en el comienzo? Incluso después de esa noche no sentía haber logrado demasiado para mellar su desconfianza. Aunque Tabar tampoco lograba menoscabar su propia desconfianza hacia Zarah. En su mente aún lo carcomían las incógnitas alrededor del pasado de su esposa ¿De dónde salieron esos rumores de su débil salud? ¿Cómo podían llamar frágil a una mujer que parecía ser casi indestructible? Eran las mismas dudas que lo atormentaban desde su regreso. Pero esta vez decidió no dejarse arrastrar por las fabulaciones que su mente construía en
—¿Has oído lo que pasó esta madrugada? Parece que esa mujer por fin sacó de quicio al Señor Tabar. —No me extraña que lo haya logrado. De todas maneras el Señor se ve entretenido en las garras de la extranjera. Sabe cómo seducirlo.—No creo que sea muy difícil, querida. Solamente se le resistió un poco y eso lo enloqueció ¿O acaso no escuchaste lo que le dijo? “Deja de escaparte de mí” o algo así. Está tan acostumbrado a que la piernas flojas de Ada se le lance en cada rincón que está disfrutando el desafío de la mujerzuela de Sol Naciente. Las sirvientas se rieron con malicia mientras refregaban las manchas grasientas en el lavadero. —Shhh… ¿Te imaginas si la Superiora nos escucha?—Susurró burlona una de las muchachas. —¿Qué va a hacer? No puede castigarnos con demasiada severidad. No ahora que el Señor está buscando cualquier excusa para deshacerse de ella ¿No recuerdas aquella cena semanas atrás? Fuiste tú la que estaba sirviendo esa noche ¿Verdad, Nayla?—Una de las sirvientas
El silencio acorraló al Señor de los Dragones en la fría habitación luego de la partida de Munira. Se preguntó hace cuánto tiempo los recuerdos de su madre no lo torturaban. Cada memoria que guardaba de ella estaba teñida de tristeza. Todo el mundo conocía la desgraciada historia de Djamila Enlz, heredera del trono del Reino de los Wargos. Una princesa sin corona, obligada a casarse con el Señor de los Dragones cuando los Nómadas del Norte incendiaron su castillo, a su gente e incluso a su propio padre frente a sus ojos. Del Reino de los Wargos no quedaban más que cenizas y leyendas vacías. Tariq había rescatado a Djamila que vagaba sola en el desierto cercano a Bilahl luego de escapar de la masacre. Y por años el entonces Señor de los Dragones la había agasajado con joyas, comodidades e incluso gestos de afecto que engañaron los mejores sentidos de Djamila. No es tarea difícil lograr engañar a una mujer inmensamente sola con promesas de fidelidad eterna. Los ojos de Djamila habían
El viento frío del invierno rozando su rostro le devolvió la calma. No necesitaba en su cabeza recuerdos dolorosos o incertidumbres irresueltas sobre el futuro. Una buena pelea aliviaría su espíritu. O eso creía, pues al entrar al campo de entrenamiento una voz familiar lo tomó por sorpresa. —¿Qué haces aquí?—La imagen de Jabari charlando y bromeando livianamente con los guerreros lo desconcertó. No esperaba verlo allí no estando tan cerca el aniversario de la muerte de Aysel. Mas grave aun le parecio verlo sonriente entre los hombres como si nada pasara. De pronto lo asaltó la sensación de que algo no estaba bien. —¡Miren quien se dignó a honrarnos con su excelentísima presencia! Estoy bien amigo mío, gracias por preguntar.—Responde, Jabari. — El guerrero sonrió. —Veo que como ya te aburriste de gritarle a mi Señora has venido a gritarme a mi. Las palabras entraron como un golpe justo entre las entrañas de Tabar. Pronto se formó un bullicio ensordecedor entre los guerreros. Apr
—Sus cervezas, caballeros.— La voz dulce de la cantinera no perturbó la gélida expresión de Tabar. Tomó el jarro con un simple gesto de cabeza en modo de agradecimiento. La taberna se encontraba en silencio. No solía llenarse hasta entrada la noche cuando los campesinos terminaban su labor o los guerreros cambiaban de guardia. —Gracias, Kanya— Fue Jabari quién finalmente contestó con una sonrisa amable. La joven se sonrojó, desacostumbrada a las palabras cálidas luego de atender hombres ebrios cada noche durante tantos años.—Sigues siendo un rompecorazones—Se burló Tabar una vez que la Kanya se alejó hacia el otro extremo de la barra, ganándose una patada del guerrero. —Cierra el pico ¿O quieres que mi mujer venga a matarme desde el otro mundo?—Es a mi a quien tu mujer va a venir a degollar desde el otro mundo. Sobretodo si sigues bebiendo en su tumba como si te hubieses abandonado a la muerte.— Jabari parecía sorprendido de que Tabar supiera sobre sus visitas a la tumba de su di
—¿Me mandó a llamar, mi Señor?—El sol de la tarde asomaba por los cristales de la ventana con timidez. Ada se encontraba de pie en la oficina de Tabar. Las manos entrelazadas sobre el vientre, a la expectativa de cualquier palabra que saliera de los labios del hombre. Tabar se levantó de su silla con pesadez. Parecía cargar en el cuerpo el cansancio de mil días más todo aquello que lo atormentaba sólo había sucedido en ese día que parecía jamás acabar. —Si, hay algunas cosas que debo discutir contigo.— Se recostó sobre el escritorio quedando frente a frente con la mujer, inspeccionando cada detalle de sus ropajes. Maldijo por dentro al comprobar que las palabras de Munira eran ciertas. Era normal incluso entre las sirvientas de alto rango usar túnicas de lino crudo pues eran fáciles de lavar y no era costoso cambiarlas. La túnica de invierno que llevaba Ada era de una costosa e impoluta seda blanca que destacaba entre las demás. Sus mangas caían en flecos ostentosos que se diferencia
Zarah despertó esa mañana con los resabios del alcohol envenenando su cuerpo. Hacía tiempo que no sentía las náuseas que el vino alimentaba luego de una noche de beber sin restricciones. Tabar había marchado hace tiempo. Lo escuchó despertar, vestirse con brusquedad y escapar de los aposentos cuando el sol apenas asomaba tras las montañas. Se sentía una tonta por todo aquello que había confesado a su esposo. Decirle a un hombre que estuvo un año escapando a la muerte, mientras veía caer a sus mejores guerreros en batalla, que deseaba morir. “¿En qué momento pensé que era una buena idea? Suena casi como un insulto a todas las batallas luchó. Mientras él estaba lejos de su hogar deseando regresar con vida yo estaba pensando en tirarme por ese ventanal cada noche. Por supuesto que lo ofendí con mis palabras” Se acurrucó entre las sábanas de seda deseando desaparecer en ese instante. Se preguntó con qué cara enfrentaría a Tabar después de esa funesta noche juntos. Cuando las doncellas l
—Zarah…—Tabar carraspeó. La incomodidad en su semblante era evidente. En contraste, Ada sonreía de pie a su lado.— Mi Señora, usted jamás me interrumpe. Siempre es bienvenida aquí en mi oficina.— Zarah sonrió débilmente sin responder. No lograba que las palabras salieran de su garganta. Fue Tabar quién rompió el incómodo silencio— Veo que fueron a cazar. —Si — Respondió cuando al fin encontró su voz.—Said y yo estuvimos todo el día en el bosque. Fue por eso que no pude acompañarlo a almorzar como usted me pidió. Espero no le moleste, mi Señor. —Said y tú… ¿solos?—Los modales de Tabar desaparecieron en un instante. Clavó los ojos negros en el guerrero.— Creí haberte dicho que fueran acompañados de las doncellas por si cualquier cosa sucedía. Cada palabra salió como un puñal que buscaba atravesar la carne del guerrero de cabello rojizo pero este no se inmutó. Zarah observó por encima del hombro a Said. Parecía tenso pero era incapaz de faltar el respeto a Tabar. O al menos no lo h