De vuelta en su casa, Jorge se encontraba sentado en el salón, su mente dividida entre el caos en la comisaría y el vacío que sentía desde que Anaís lo había dejado. Su abuela, Matilde, lo observaba desde la cocina, finalmente rompiendo el silencio.— ¿Qué vas a hacer ahora? — preguntó con suavidad —. Anaís no volverá contigo, lo sabes, ¿verdad?Jorge soltó un suspiro, cansado de escuchar las mismas palabras una y otra vez.— Eso no es asunto tuyo, abuela.Matilde, sin embargo, no se dejó intimidar.— Intentaste ocultarme tu divorcio, Jorge. Pero ya no hay nada que puedas hacer para recuperarla. La perdiste. — Su voz estaba cargada de reproche —. Cuando insistí en que la recuperaras, no sabía que ya no había vueltas atrás. Que ya había un documento de por medio.Jorge levantó la mirada, con una mezcla de frustración y desafío.— ¿Crees que la perdí?Su abuela asintió con tristeza.— La he visto. Mira a Ernesto de la misma forma que alguna vez te miró a ti. Pero estabas tan ciego que n
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