Todos los capítulos de Aviso: ¡Nunca molestes a tu ex esposa!: Capítulo 31 - Capítulo 40
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31 - Es el Lobo Blanco.
Más tarde, salían de la clínica. La herida de Anaís había sido limpiada y vendada, y los médicos habían confirmado que Anaís no había sufrido daños mayores, aunque le recomendaron reposo, especialmente por el embarazo riesgoso que cargaba en este momento. Ernesto, sin embargo, mantenía una expresión severa, su rostro era un libro cerrado que nadie podía leer.A pesar de ello, no soltaba la mano de Anaís. Sus dedos entrelazados con los de ella eran el único gesto que revelaba su vulnerabilidad. Anaís lo observó de reojo mientras caminaban hacia el coche. Su comportamiento era extraño, incluso para alguien tan protector como él.—vProméteme que no harás nada — pidió ella de repente, rompiendo el silencio.Él la miró, y sus labios se curvaron en una ligera sonrisa que no alcanzó sus ojos.— No puedo prometer eso, mi flor — respondió con calma —. Esto no fue un accidente. Y lo voy a investigar, te guste o no.Ella soltó un suspiro, frustrada. Conocía esa obstinación en Ernesto; era una de
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32 - La Flor Santana...
El lobo blanco era el nombre que se había ganado Ernesto Santos. Desde el momento en que su padre y el resto de su familia habían muertos y quedaron solo su madre y él, él se había encargado de trabajar constantemente sin una pizca de compasión hacia nadie para convertir el legado de su familia en la corporación más poderosa. Tuve recurrir a tratos sucios para hacerse de nombre, y hoy, nadie puede siquiera atreverse a acercarse. Ernesto Santos es el hombre más peligroso del continente, pero el lobo blanco es el apodo que se ganó por ser quien es, por esas decisiones oscuras que ha tomado a lo largo del camino para ganarse el respeto de quienes quisieron intimidarlo.El aire estaba tenso mientras Ernesto estacionaba el coche frente al edificio donde vivía Anaís. La noche era oscura, apenas iluminada por las farolas, y aunque el motor del auto ya estaba apagado, él seguía sosteniendo el volante con fuerza, como si le diera estabilidad. Anaís, sentada en el asiento del copiloto, lo miró c
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33 - ¿Su prometida?
Ernesto asintió, sus pensamientos ya maquinando los próximos pasos. El peligro acechaba, pero si algo estaba claro, era que no iba a permitir que nada ni nadie se interpusiera entre él y Anaís.— Vigila a Bianca y deshazte del hombre.***Anaís llegó al restaurante con unos minutos de antelación, su atuendo impecable y su porte elegante atrayendo algunas miradas curiosas. Había algo en ella que siempre irradiaba confianza y serenidad, aunque por dentro, la incertidumbre la carcomía. Había aceptado la invitación de Elena con gusto, pero no podía negar que había un ligero nerviosismo en su pecho. Después de todo, no todos los días una compartía un almuerzo con la familia del hombre al que amaba, y podía considerarla amiga. Nunca había tenido una.El lugar era uno de los más exclusivos de la ciudad, con una decoración sofisticada que combinaba mármol blanco, maderas nobles y enormes ventanales que dejaban entrar la luz natural. Elena la esperaba en una mesa cerca del ventanal, su sonrisa
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34 - ¿Qué le hiciste?
Anaís llegó a su edificio como un huracán contenido, con la mente dando vueltas y su corazón latiendo con fuerza. Apenas podía respirar, sintiendo que todo su mundo se desmoronaba después del encuentro con Estefanía y Bianca. Ernesto, el hombre que había logrado entrar en su corazón, resultaba estar comprometido, y todo su cuerpo vibraba con una mezcla de dolor, humillación y rabia.Cuando estaba a punto de entrar al vestíbulo, una voz familiar la detuvo.— ¡Anaís! — llamó Jorge, su exesposo, apareciendo de la nada.Ella se tensó al escucharlo y siguió caminando, fingiendo no haberlo oído. Pero Jorge no era alguien que se diera por vencido fácilmente. Dio unos pasos rápidos hasta alcanzarla, bloqueando su camino.— Anaís, por favor, no me ignores. Tenemos que hablar.— No ahora, Jorge. — Su voz era firme, pero al mismo tiempo cansada, intentando avanzar.— Anaís, debes escucharme. — Él la sostuvo del brazo, con una mezcla de insistencia y preocupación al ver su rostro, esquivando su m
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35 No me voy a rendir...
Bianca acomodó su taza de té con delicadeza sobre el platillo, mientras una sonrisa maliciosa se dibujaba en su rostro. La charla con Estefanía había sido un deleite. Ambas disfrutaban del espectáculo que habían provocado, regodeándose en las posibles repercusiones.— Y crees que este pequeño acto funcione? — preguntó Bianca, su tono cargado de intriga, mientras observaba a su aliada con ojos astutos.Estefanía emocionada con una confianza aplastante, casi perezosa.— Por supuesto que funcionará. Ese Ernesto siempre ha sido una cabeza dura, pero yo sé cómo manipular sus emociones. Y esa mujercita... — Hizo una pausa, el desdén goteando en cada palabra —. Anaís, o como se llame, no es más que una vulgar que seguramente se lo ha creído todo.Bianca dejó escapar una risita satisfecha, tomando otro sorbo de su té.— Es impresionante cómo juegas tus cartas, Estefanía. Admito que verte en acción es todo un espectáculo.La madre de Ernesto ladeó la cabeza, dejando que una risa sutil pero ven
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36 - Que la castiguen.
Ernesto estaba furioso, aunque esa palabra no alcanzaba para describir el apocalipsis que se desataba en su interior. Su mente giraba con un torbellino de preguntas sin respuesta y la única constante era la ira abrasadora que lo consumía.¿Cómo se atrevían?Su madre y esa chiquilina cualquiera, Bianca, habían cruzado un límite que nadie tenía derecho a tocar.¿Con qué autoridad le dijeron a su prometida semejante barbaridad?La camioneta negra se detuvo frente a la casa familiar. Ernesto cayó con pasos firmes, cada uno resonando como un eco de su furia contenida. No necesitaba preguntar para saber que su madre estaría allí, acompañada de su aliada venenosa, Bianca.Abrió la puerta sin llamar, irrumpiendo en la sala donde las dos mujeres charlaban como si el mundo no estuviera a punto de desplomarse. Su sola presencia cortó el aire; el rostro de Bianca palideció al instante, mientras que su madre, aunque sorprendida, mantuvo la compostura.— ¿Cómo te atreviste? — siseó Ernesto, su voz
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37 - Me golpearon por tu culpa...
La noche era fría y silenciosa, rota únicamente por el chirrido de las llantas al detenerse frente al hospital. Un auto oscuro, sin placas visibles, se estacionó brevemente. Una figura masculina salió, cargando un cuerpo inerte que dejó caer con fuerza frente a la entrada del hospital antes de desaparecer en la oscuridad.Una enfermera en turno salió corriendo al escuchar el impacto, y su grito alertó al personal de emergencias.— ¡Necesitamos una camilla! — gritó mientras se arrodillaba junto a la joven inconsciente.El rostro de Bianca estaba cubierto de cortes y moretones; su ropa rasgada era testigo desnudo de la brutalidad que había sufrido.En cuestión de segundos, un equipo de médicos la subió a la camilla y la trasladó de inmediato al área de urgencias. Bianca comenzó a recuperar la conciencia mientras la examinaban.— ¿Puedes escucharme? — preguntó un médico mientras revisaba su pulso.— Sí... — susurró Bianca con la voz rota.Una enfermera se acercó, sosteniendo una libreta.
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38 - Un nuevo dueño...
Anaís conducía sin rumbo fijo por las calles de la ciudad. Su mente era un remolino de pensamientos tras el encuentro con Bianca en el hospital. ¿Cómo había llegado a convertirse en el centro de una situación tan enredada? Sus emociones la tenían al borde del agotamiento, y sabía que no estaba en condiciones de enfrentar el caos del trabajo.Sacó su teléfono y marcó rápidamente el número de su asistente, Alejandro.— ¿Señorita Santana? — respondió el joven con nerviosismo.— Hola chico, no iré hoy a la oficina. Necesito tiempo para mí.— ¿Qué… qué le digo a los… al señor Ernesto? — preguntó el joven asistente, su voz temblorosa.Anaís suspiro, cerrando los ojos mientras se detenía en un semáforo.— Dile que estoy bien, pero que necesito estar sola. No me busques y que él no insista. Sé que lo hará.Colgó antes de que Alejandro pudiera responder. Guardó el teléfono en su bolso y tomó una decisión. Giró el volante y se dirigió hacia un lugar donde pudiera pensar sin interrupciones: un pa
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39 - Soy la presidenta de la corporación...
Mientras Jorge regresaba a su auto, marcó el número de Anaís. Esta vez, ella contestó.— Anaís, ¿dónde estás?— ¿Qué quieres? Realmente, estoy tratando de pasar el rato sola, lejos de todo y todos. No molestes. — Colgó la llamada, dejándolo sorprendido.Anaís se levantó del banco, sacudiendo las arrugas de su pantalón mientras miraba al cielo despejado. El aire fresco del parque la había calmado un poco, pero sus pensamientos seguían pesándole como una losa. Giró hacia el auto, dispuesta a marcharse, cuando algo a lo lejos llamó su atención.Ernesto estaba allí, apoyado contra un árbol, observándola a una distancia prudente. Su postura relajada, con los brazos cruzados sobre el pecho y una leve sonrisa en el rostro, parecía casi natural, como si aquel fuera su lugar de siempre.— ¿Cuánto tiempo llevas ahí? — preguntó Anaís, acercándose con una mezcla de sorpresa y resignación.Él sonrió aún más, sus ojos brillando con una mezcla de calidez e intriga.— Lo suficiente para saber que tu
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40 - Yo fui su esposo...
La tensión en el ambiente era palpable. Ernesto y Anaís avanzaban por el pasillo, dejando atrás el caos que se había desatado en la Corporación Santana. Sin embargo, Jorge no estaba dispuesto a quedarse en silencio. Su ira y confusión lo dominaban mientras observaba la figura de Anaís alejarse junto a Ernesto.Sin que Ernesto se diera cuenta, Jorge dio unos pasos rápidos y tomó a Anaís del brazo, deteniéndola en seco.— ¡Anaís! — gruñó, obligándola a girarse para enfrentarlo.Antes de que pudiera decir más, Ernesto reaccionó como un rayo. Con un empujón firme, separó a Jorge de Anaís, colocando su cuerpo entre ambos.— ¿Quién demonios te crees para tocarla de esa forma? — espetó Ernesto, su voz grave y peligrosa.Jorge, molesto por el empujón y la humillación pública, levantó el mentón desafiante.— ¿Y tú quién eres para hablarme así? Antes que tú, yo fui su esposo. Yo la conocí primero.Ernesto dejó escapar una risa sarcástica, pero su mirada era como una daga. Dio un paso hacia Jorge
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