34. Confesiones 1/2
El cerrojo de la puerta hizo eco en la habitación cuando Elizabeth por fin pudo respirar. Se quedó inmóvil en la cama, con la mirada fija en el techo mientras las palabras que escuchó de su boca resonaban en su mente cuál mantra imposible.—Te amo, Elizabeth —repitió imitando su voz ronca.Sí, debió haberse equivocado. Un hombre como Nathan Kingston, que emanaba poder con cada respiración, no iba a declarar su amor así, sin más. El salvarla de una muerte segura no significaba nada. Su torpeza y fragilidad no resultarían atractivas para alguien acostumbrado a mujeres como Sophia Reed. Además, ellos tenían años sin relacionarse, sin saber nada el uno del otro, y era evidente que él ya no era ni la sombra del chico tímido y serio que recordaba de su adolescencia.Sin embargo, su cuerpo no parecía entender razones. Tuvo que presionar ambas manos contra su pecho, intentando contener la oleada de sensaciones que la atravesaba. Una risita nerviosa, igual que la de anoche cuando él se ofrec
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