Isabella estaba sentada en un sofá raído, con la mirada fija en un rincón oscuro de la habitación. Sus ojos hundidos, rodeados por unas ojeras profundas, contrastaban con su piel pálida. Había perdido peso, y su cabello revuelto caía en mechones desordenados sobre sus hombros. A pesar de su apariencia, sus ojos brillaban con una intensidad perturbadora. —¿De verdad lo mataste? —preguntó con voz ronca, dirigiendo su mirada hacia Calvin, quien estaba apoyado contra la pared con los brazos cruzados. Calvin rodó los ojos, exasperado por la misma pregunta que ella había repetido desde que la sacó de la cárcel. —Ya te lo dije, Isabella. Sí, está muerto. El viejo McGregor está criando malvas —respondió con un tono áspero mientras encendía un cigarrillo. De repente, Isabella empezó a reír. Una risa desquiciada, casi incontrolable, que resonó en la pequeña habitación y causó que Calvin la mirara con el ceño fruncido. —Estás loca de remate —murmuró, sacudiendo la cabeza. Isabella l
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