Todos los capítulos de Ex esposo arrepentido: Vuelve a mí, querida: Capítulo 231 - Capítulo 234
234 chapters
231
Minutos antes… Calvin tecleaba de manera frenética, sus ojos clavados en la pantalla de la laptop. El sudor resbalaba por su frente mientras maldecía entre dientes. La cuenta regresiva en su mente era clara: cada minuto que pasaba era un riesgo. Isabella estaba ocupada con su obsesión por Natalia, y esa era su única oportunidad para desaparecer con todo el dinero.—Vamos… dame lo que necesito —gruñó, ingresando una nueva combinación de códigos. Intentó de nuevo, conteniendo el aliento. De repente, un sonido agudo indicó el acceso permitido. Calvin parpadeó incrédulo antes de lanzar un grito de euforia. —¡Sí! —exclamó, saltando en su lugar—. ¡Lo logré, maldita sea! Finalmente había desviado el dinero de Isabella. Todo estaba ahora en cuentas seguras bajo su control. Se sentía invencible. Agarró una mochila y comenzó a guardar documentos y billetes, tarareando una canción alegre. —Adiós, Isabella —murmuró con sorna—. Buena suerte pagando tus deudas. Por un breve instante pe
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232
Hugo observaba con suficiencia a Calvin desde la entrada del lugar abandonado. El ambiente olía a humedad y metal oxidado, pero el espacio para cerrarse en torno a ellos. Calvin, con el rostro crispado por el nerviosismo, daba pasos erráticos, tratando de convencerse a sí mismo que la presencia de Hugo en el lugar era irrelevante y que todavía tenía chances de escapar ileso.—No puedes escapar después de lo que le hiciste a Henry —dijo Hugo con voz firme. Calvin alzó la vista y soltó una risa burlona, intentando ocultar sus nervios.—¿De verdad vienes con ese sermón de lealtad? —espetó con desdén, mirándolo con irritación—. Tu lealtad de mierda no sirve de nada si el viejo ya está muerto. Hugo sonrió de una manera que hizo que un escalofrío desagradable recorriera la espalda de Calvin. “¿Qué diablos te traes, cabrón imbécil?,” pensó Calvin, inquieto. Dando un paso hacia él, Calvin frunció el ceño. —¿Fuiste tú quien congeló las cuentas? —preguntó con molestia. Hugo se enco
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El chirrido de las sirenas retumbaba en las calles mientras Isabella pisaba el acelerador con furia, y el corazón le palpitaba desbocado. Apenas podía ver a través del retrovisor, pero sabía que las patrullas se acercaban. A pocos metros, Calvin también huía, con su rostro desencajado y las manos firmes en el volante. El destino, caprichoso, los llevó a un viejo almacén abandonado en una parte olvidada de la ciudad. Al verse acorralados, ambos se detuvieron de manera brusca. Los autos policiales bloquearon las salidas, dejando solo una opción: enfrentarse entre ellos o caer en manos de la ley. Isabella bajó del auto tambaleándose, el cabello revuelto y los ojos inyectados de rabia. Calvin hizo lo mismo, su expresión estaba cargada de incredulidad al verla allí. —¡Tú! —gritó Isabella, con los ojos encendidos por la ira—. ¡Maldito traidor! ¡Por tu culpa estoy aquí! Calvin soltó una risa amarga mientras cojeaba hacia ella. —¿Mi culpa? —espetó, señalándola con un dedo acusador
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La lluvia caía con insistencia sobre las lápidas del cementerio, mezclándose con las lágrimas silenciosas de los asistentes. Bajo el cielo gris, el ataúd de Isabella Benavides descendía lentamente hacia la tierra húmeda. Graciela, su madre, se aferraba a un pañuelo empapado de lágrimas. Su cuerpo temblaba a pesar del abrigo grueso. Roberto, su esposo, permanecía inmóvil a su lado, con los ojos cristalizados en un dolor silencioso. —Ella no era mala… solo estaba perdida —sollozó Graciela, aferrándose al brazo de su esposo. Roberto apretó los labios, incapaz de pronunciar palabra. Natalia, de pie junto a ellos, sintió el nudo en la garganta apretarse. Había soñado tantas veces con el día en que Isabella no estuviera interfiriendo en su vida, pero nunca imaginó que el final llegaría de esa forma trágica. Keiden, a su lado, la sostenía con firmeza, preocupado por su bienestar debido al avanzado embarazo. Le susurró al oído, con voz suave: —Si necesitas sentarte, dime. No quiero
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