Me apresuré a cerrar la puerta del sótano con llave. Seguía mareada, de modo que saqué una soda del refri y tomé un largo trago, sintiendo que necesitaba azúcar.—¿Estás bien? —preguntó la tablet.—Sí, sí, sólo preciso un momento —murmuré—. Y un té.—Valeriana —dijo el teléfono.—Buena idea.Cinco minutos después traje mi tazón a la mesa, con el teléfono offline a un lado, y al otro la tablet con las dos apps abiertas. Nos demoramos allí hasta la hora de la cena, hablando de lo que acababa de pasar allá abajo. Tipear aún les demandaba mucho tiempo y energía, de modo que Edward y Lizzie se turnaban con el TTS, Joseph utilizaba la app para hablar y Ann mi teléfono.Lo que Edward observara en esos breves minutos me dejó boquiabierta.Ante todo, ahora que había visto a la sombra más de cerca, coincidía en que no era un demonio del infierno. Para sus ojos sobrenaturales, tenía forma animal y se movía en cuatro patas, como un oso pardo, más o menos del mismo tamaño. Habíamos confirmado que
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