Preguntas Sin Repuesta

Los golpes continuaron toda la noche, cada hora, hasta que el cielo comenzó a aclararse. Se oían apagados desde mi dormitorio en el segundo piso, pero aun así me despertaban. Cada vez que abría los ojos sobresaltada, la pelotita sobre la cajonera se encendía, para que supiera que uno de los Blotter permanecía allí cuidándome.

Sólo al amanecer, cuando los golpes cesaron, pude dormir dos o tres horas seguidas. Los Collins ya habían llegado cuando me levanté, agotada y nerviosa. Me crucé con Mike en el corredor principal del primer piso y lo detuve.

—Buenos días, Mike. Preciso la llave del sótano.

Mi voz atrajo a Susan, que se asomó desde la cocina. —Buenos días, señorita Garner, el desayuno está… —Se interrumpió al advertir lo turbado que se veía su esposo.

—¿La llave del sótano? —repitió Mike—. Yo puedo subirle cualquier cosa que precise de allí.

—Lo que necesito es la llave —respondí forzando una sonrisa, y me volví hacia Susan—. También necesito el nombre del sacerdote que bendijo la casa hace cinco años.

Continué hacia la cocina, ignorando la mirada que intercambiaron los Collins. Susan me dejó pasar y me siguió hacia la mesa.

—¿Algún problema, señorita Garner?

Ignoré también su pregunta, así como el desayuno primorosamente servido. Ya le había dicho infinidad de veces que me gusta prepararme mis propias comidas, pero ella insistía en tratar de controlar hasta lo que comía.

—¿Sabes el nombre del sacerdote, pues? —inquirí tomando las llaves del auto.

—El padre Thompson, de San Aloysius —replicó contrariada.

—Gracias. Voy a necesitar la llave del sótano en una hora. Y por favor no toquen la tablet en la biblioteca. Quiero que permanezca donde está, tal como está.

—Sí, señorita Garner. —Su tono delataba que mi pretensión de darle instrucciones la ofendía. Como si me importara.

Salí por la puerta trasera sin siquiera mirarla. Sabía que estaba mal tratarla así, pero después del susto de la noche anterior, no estaba de humor para preocuparme por su susceptibilidad. Además, comenzaba a cansarme de su obstinación por seguir controlando lo que ahora era legalmente mi hogar como si yo no existiera. Suficiente. Con un demonio en el ropero, a los Collins se les había agotado el tiempo de reclamos territoriales.

Me dirigí hacia el sud, a la iglesia de San Aloysius junto al río Ware, dándole vueltas a la situación. Quería ver al cura para averiguar cuanto pudiera de lo que había sucedido, tanto a través de los Blotter como de los vivos. También tenía esperanzas de que recordara el nombre de la mujer que había limpiado la mansión.

Me sorprendió que en la iglesia bastara con mencionar Casa Blotter para que me condujeran a la oficina del padre Thompson, que me convidó té y me refirió sus recuerdos de la bendición.

No esperaba revelaciones espectaculares: sólo quería un relato de lo ocurrido. Y eso fue lo que obtuve, obviamente teñido por las creencias del sacerdote. Estaba convencido de que había enfrentado al mismísimo Satanás, una criatura absolutamente maligna en esencia e intenciones como sólo el Príncipe de las Tinieblas podía ser. Y por supuesto que lo había borrado de la faz de la tierra.

—Usted hace poco que vive en la mansión, jovencita —dijo con aire benevolente—. Seguramente los ruidos que oye es la madera contrayéndose por la noche. Nada de qué preocuparse.

Claro, porque reconocer que el supuesto demonio estaba vivito y coleando equivalía a admitir su fracaso. No me molesté por contradecirlo y le agradecí por su tiempo.

—¿Recuerda por casualidad quién limpió la casa antes de la bendición?

—Vino de Harvard con la señorita Grace. Una tal señora Williams.

—Muchas gracias, padre. Que tenga un buen día.

—Que Dios la bendiga, hija.

¿Cuántas señoras Williams en el área de Harvard y Boston? ¿Miles? ¿Decenas de miles? Ese dato era inútil.

En el camino de regreso a Casa Blotter, sentía con certeza creciente que algo no cerraba. Todos hablaban de un demonio poderoso, hasta el propio Satán, ¿no? Entonces, ¿cómo era posible que quemar un poco de salvia y rociar un poco de agua bendita había bastado para mandarlo a dormir? Sin contar que esta cosa parecía estar encerrada en el sótano. ¿Qué clase de conjuro o hechizo había usado este Brandon Price para confinar un demonio a una habitación? ¿Quién era, la reencarnación del rey Salomón?

No dudaba de los Blotter, pero todo parecía sugerir que no podía ser un demonio. Me refiero a demonio en el sentido religioso tradicional: cuernos, pezuñas y un condo en el infierno. Me inclinaba por alguna clase de entidad o criatura más abajo en la pirámide alimenticia.

A los cazafantasmas les gusta investigar lugares marcados por tragedias, como antiguas prisiones y manicomios abandonados, donde la acumulación de emociones negativas ha dejado huellas indelebles en los propios edificios. Suena inevitable que  tanta mala vibra atraiga carroñeros paranormales, como la carne podrida atrae gusanos.

Pero la mayoría de la gente llama demonio a esas entidades carroñeras, especialmente si tienen creencias religiosas muy arraigadas, como era el caso de los Blotter y el padre Thompson. Las religiones no se caracterizan por aceptar puntos medios. Todo tiende a ser blanco o negro, y lo que no puede ser etiquetado como bueno, cae inevitablemente en la categoría malo o maligno.

Mi idea era que los verdaderos demonios se dedican a las almas de los vivos, no a energía residual, por negativa que sea, y por eso pensaba que seguramente estábamos lidiando con un carroñero. Y a decir verdad, sentía un poco de lástima por esta entidad, nacida para alimentarse de ecos de dolor, miedo y violencia, prisionera en una casa tan llena de amor y buenos recuerdos. ¡Claro que estaba hambrienta! ¡Debía estar muriéndose de desnutrición!

Entonces se me ocurrió algo preocupante: si esta cosa se le había pegado a Brandon Price, había pasado de alimentarse de energía residual a energía viva. De modo que tal vez no fuera un ciudadano legal del infierno, pero ya no era un simple carroñero.

Dicen que si los predadores salvajes, como leones y tigres, consumen carne humana, después se niegan a comer otra cosa. ¿Sería posible que probar energía viva hiciera que estas cosas cambiaran de dieta? ¿O era la evolución natural de los carroñeros paranormales? Como pasar de gusano de seda a oruga. Sólo que la transformación final no le regalaría al mundo una bonita mariposa, sino otro apartamento ocupado en el infierno por un demonio come-almas.

¡Mierda! Necesitaba respuestas pero no tenía a nadie a quien plantearle mis preguntas. O sea, nadie que no me interrumpiera para llevarme a una guardia psiquiátrica.

Susan limpiaba los dormitorios cuando regresé a la mansión, y se apresuró a bajar apenas me oyó llegar.

—¿La casa de huéspedes está abierta, Susan? —le pregunté al verla en la escalera.

—No, ¿por qué?

Respiré hondo. ¡Por qué!

—Preciso las llaves, por favor —dije pasando junto a Mike, que pintaba los zócalos del corredor principal.

—Pero…

Me detuve y giré hacia ella, harta de que me cuestionara cada palabra.

—Dije que preciso las llaves del sótano y la casa de huéspedes —repetí mirándola a los ojos muy seria—. Eso significa que las preciso ahora.

Se envaró como si la hubiera abofeteado. —No tiene por qué ser tan brusca, señorita.

La puerta del salón norte se cerró de un golpe, dándole tal susto a Mike que cayó sentado al suelo. Los ojos de Susan se abrieron de miedo.

—Ve a buscarlas, por favor —dije sin inmutarme—. Me reuniré contigo en la casa de huéspedes.

La mujer se dirigió a toda prisa a la cocina y la oí salir por la puerta trasera. De camino al salón norte, ayudé a Mike a incorporarse.

—¿Qué está pasando, señorita? —cuchicheó con miradas furtivas a su alrededor.

—Anoche despertó la cosa del sótano —respondí.

Me enfrentó súbitamente pálido. —¿Por eso preguntó por el padre Thompson?

—Sí.

—Oh, bien, él sabe qué hacer.

Mike pareció conformarse con suponer que el sacerdote volvería para solucionar todo y no quise desilusionarlo.

—Búscame esas llaves y ve a ayudar a Susan, por favor.

—¡Sí, señorita!

Tan pronto Mike entró a la cocina, la puerta de la biblioteca se entreabrió sola.

—¿Qué tramas? —preguntó la tablet apenas crucé el umbral.

—Quiero ver si quedó filmado el momento en que Brandon Price se quita el demonio de encima.

Por eso. Casa de huéspedes.

—Exacto. ¿Ustedes pueden correrse hasta allí?

—Sí.

—Perfecto. Voy por mis cosas.

Poco después cruzaba el jardín con mi tazón lleno de café recién hecho y la mochila al hombro. Allí llevaba todos mis dispositivos con sus cargadores y un par de pelotitas de gato. Encontré a los Collins en la casa de huéspedes, abriendo ventanas y quitando las lonas que cubrían el mobiliario. A pesar del exterior anticuado, por dentro la casa era casi tan moderna como la cocina de la mansión, decorada en un estilo rústico contemporáneo que me gustó mucho. Los caseros interrumpieron su trabajo al verme entrar.

—Gracias —dije forzando una sonrisa—. Sólo ocuparé la sala y un baño, no hay necesidad de abrir el segundo piso. —Señalé la smart TV enorme que colgaba sobre el hogar apagado—. ¿La clave de internet es la misma de la mansión?

Mike meneó la cabeza con una mueca. —Aquí no hay internet.

De modo que tendría que usar la de mi teléfono, lo cual me dejaba con una app menos para hablar con los Blotter.

—¿Podrías encargarte de que la instalen cuanto antes?

—Por supuesto. Llamaré hoy mismo.

Permanecí junto a la puerta abierta hasta que Mike cayó en la cuenta y le hizo señas a Susan de que se fuera con él. Antes de salir, me entregó las llaves de la casa y del sótano. Susan salió evitando mirarme, todavía ofendida. Problema suyo. Estaban a sólo dos pasos de distancia cuando cerré la puerta con llave.

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