La Voz que Conjura Demonios

Hallé a los Collins en la cocina, hablando en susurros mientras Mike trataba de tomar un té sin que el temblor de sus manos se lo volcara en la camisa. Valeriana, sin duda. Yo necesitaba tres litros.

—Váyanse a casa —les dije, tan superada por la situación que sonaba amable—. Tómense el resto del día.

Susan me enfrentó como si yo fuera un asesino serial bañado en la sangre de su madre. —¡Les habla! —chilló—. ¡Habla con los espíritus!

Su acusación me desconcertó. —Pues sí. Cuesta ignorarlos, siendo tantos.

—¡Es maligna como ellos!

Una silla a mis espaldas cayó con el respaldo contra el suelo. Ni siquiera miré.

—No son malignos, Susan. Ya vete a casa, por favor.

Mike agarró a su esposa de la mano y se la llevó casi a rastras. La puerta trasera se cerró de un golpe tras ellos.

—Gracias —murmuré, volviendo a tomar las llaves de mi auto—. Iré a almorzar al pueblo. Me hará bien salir un rato.

La única mesera de la cafetería era una señora muy agradable que me recibió con una gran sonrisa y
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