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Voces del Más Allá

Una mañana salí a caminar más temprano de lo que solía, para no tener que andar esquivando a Susan y Mike. No sé por qué, pero cuando llegué al Quabbin, no me dio por sentarme a escuchar música y disfrutar el paisaje como hacía siempre. Sentía que necesitaba aprender más sobre comunicación con fantasmas y todo eso, así que decidí ver algo de lo que Trisha había llamado los profesionales.

Después de tantas horas de Youtubers cazafantasmas, había notado que todos hablaban de un equipo llamado Los Cazadores, alabándolos como si fueran los abuelos de la investigación paranormal, superiores a los Warren y Hans Holzer. Una búsqueda rápida me informó que aunque distaban de haber sido los pioneros de ese género televisivo, ya iban por su novena temporada y eran considerados lo mejor de lo mejor. Las fotos me recordaron las bandas de rock que le gustaban a mamá: cuatro tipos vestidos de negro de pies a cabeza, en poses de macho que se precia, con un líder sexy y fornido. Su nombre era Brandon Price, y era el creador, productor e investigador principal del programa.

Antes de gastar dinero suscribiéndome a la plataforma de stream donde podía verlos, busqué si había algo de ellos en YouTube. No encontré ningún episodio gratis disponible, pero sí un clip de unos diez minutos. Más que suficiente. Ya había visto tantos cazafantasmas, que un par de minutos me bastaban y sobraban para saber si eran serios o unos payasos.

A los tres minutos ya estaba gruñendo y bufando. Ahora sabía de dónde habían sacado sus mañas los payasos de YouTube.

Estos Cazadores no sólo eran ruidosos y gritones, también saltaba a la vista que parte de la supuesta evidencia paranormal que encontraban era falsa. Tenían un millón de cámaras estáticas, además de las portátiles que llevaba cada uno, y aun así casi todo ocurría fuera de cámara. Además, la mayoría de lo que ocurría eran experiencias personales imposibles de probar: los tocaban, oían voces que ningún micrófono captaba, tenían atisbos de sombras justo fuera de cámara, sentían puntos fríos que la cámara térmica no registraba. Lo único que podía reconocerles era que al menos no trucaban cosas volando por el aire o apariciones. No hacía falta, porque el menor ruido recibía tres repeticiones. Y aunque alardeaban de machos, antagonizando y desafiando, los rockstars chillaban y huían despavoridos apenas una puerta les crujía cerca.

¿Y estos tipos se habían hecho famosos por esto? ¡Malditos payasos! Me hubiera gustado verlos pasar la noche en Casa Blotter.

—No gastaré un centavo en ustedes —prometí.

Ja. En ese entonces no lo sabía, ni hubiera podido imaginármelo. Pero acababa de ver por primera vez al hombre que trastornaría mi vida. Quién lo hubiera dicho.

Durante mi tercera semana en Casa Blotter, decidí que me sentía lo bastante atrevida para intentar comunicarme con mis invisibles compañeros de casa. Descargué una app gratuita que ofrecía una versión simple del Ovilus, uno de esos artefactos carísimos que usaban los cazafantasmas.

Esperé a que los Collins se fueran, junté cuanto valor pude y me dirigí al salón oriental. Seguí el consejo que viera repetido en las reseñas de la app y apagué internet en mi celular. Entonces me senté donde siempre, en el sofá bajo la ventana, y respiré profundo, tratando de hablar de forma natural y sin que me temblara demasiado la voz.

—Me gustaría intentar algo —dije—. Si cualquiera de ustedes quisiera hablarme, pueden usar mi teléfono. —Lo señalé sobre la mesita de café frente a mí—. Se supone que captura sus sonidos y los transforma en palabras, para que una voz electrónica me permita escucharlas, de a una por vez. ¿Les gustaría probar?

Silencio. Ese silencio absoluto que me ponía más nerviosa que los ruiditos constantes. Entonces una voz brotó de mi teléfono y casi me muero de un infarto.

—Hola.

Me alegré de haber escogido la voz femenina de la app, que no sonaba tan robótica y escalofriante. De todas formas, precisé un minuto entero para recuperarme del susto.

—Lo siento, me tomó por sorpresa —murmuré—. Hola, gracias por responderme. ¿Puedo preguntarle cuál es su nombre?

En esta ocasión, la respuesta fue inmediata: —Ann.

Ouch. Por respeto a Ann Marie, la esposa de Joseph Blotter, constructor de la mansión, muchas mujeres de la familia habían llevado Ann como primer nombre.

—¿Ann? ¿Cuál de ellas? —pregunté.

Marie.

—¿La esposa de Joseph? —¡Vamos! ¿Era posible?

—Sí.

¡Guau! Ann Marie había sido la gran matriarca de la familia. Tenía sentido que si ella seguía en la casona, fuera quien estableciera el primer contacto con el forastero invasor, sobre todo porque el invasor era mujer y estaba en lo que fuera su salón personal.

—¡Un placer conocerla, señora Blotter! Perdón, hablé muy alto. Es el entusiasmo.

Bien, había llegado a ese punto en que los cazafantasmas se volvían locos o empezaban a ignorar la comunicación verbal y pedir tonterías. Ann Marie estaba allí, dispuesta a hablar conmigo. ¿Ahora qué?

—¿Hay algo que quiera decirme, señora Blotter? ¿Tiene un mensaje para alguien? Tal vez nos lleve tiempo, porque esto sólo capta una palabra por vez, pero estoy más que dispuesta a intentarlo.

Bienvenida.

No me pregunten por qué, pero se me llenaron los ojos de lágrimas. Sí, estaba excitada y un poco asustada, pero en ese momento supe que me estaba dando la bienvenida a su hogar. Me aceptaban. Y por algún motivo, eso me emocionaba profundamente.

—Gracias —murmuré—. No mentí al decir lo feliz que soy de estar aquí.

Lo sabemos.

¡Guau! ¡Dos palabras! ¡La energía manipulando la app era fuerte! Un momento. No pierdas de vista el objetivo. Querías comunicarte con ellos. Hazlo.

—¿Le molestaría decirme quién más está aquí con nosotras?

Edward.

—¿Su primogénito?

Sí. —Una pausa—. Joseph.

—¿Su esposo?

No.

—Un momento, permítame ir por mis notas.

Corrí escaleras arriba. ¡Era una locura! ¿En verdad estaba hablando con un fantasma? ¿O Susan había puesto algo en mi almuerzo? O tal vez estaba por despertarme de uno de esos sueños que olvido apenas abro los ojos. Me apresuré de regreso al salón oriental con mi libreta y la abrí donde armara un árbol familiar con los nombres que había encontrado en mis lecturas.

—Joseph, ¿el nieto de Edward?

Hola —dijo la app al instante.

—Hola, señor Blotter. Disculpen, no es mi intención faltarle el respeto a nadie, pero ustedes son todos señor, señora o señorita Blotter. ¿Les molesta si uso sus nombres de pila?

Úsalos.

—¡Gracias! Un placer conocerlo, Joseph. ¿Son sólo ustedes tres? —¡Sólo!

La respuesta completa llevó su tiempo, hasta que el fantasma de Ann Marie Blotter nombró a todos y yo los ubiqué en el árbol familiar. ¡Mierda! ¡Había estado en lo correcto al sentir que compartía la casa con al menos media docena de personas! Cuando terminamos, descubrí que estaba viviendo con la señora Ann Marie Blotter, su hijo Edward, Joseph nieto de Edward, Lizzie hija de Joseph y los primos mellizos de Joseph, Charles y Charlotte. Estos últimos habían muerto pasados los setenta años de edad, con pocas semanas de diferencia, de causas naturales y lejos de Casa Blotter. Pero por algún motivo, habían elegido regresar a la mansión como niños de seis años. Eran ellos a los que oía reír y acompañarme a pasear por el bosque hasta el Quabbin.

La cabeza me daba vueltas.

—Yo… No sé qué decir —murmuré, revisando las notas que tomara mientras hablaba con ellos—. Hay tanto que quisiera preguntarles, pero…

—Cena — me interrumpió la app.

—Oh, por supuesto, es hora de la cena. Discúlpenme por entretenerlos hasta tan tarde. —No tenía idea si los fantasmas comen comida fantasmal, reviven recuerdos de cenas familiares o qué, pero parecía que era lo que correspondía decir.

La respuesta me sorprendió, lenta y palabra por palabra. —Tú. Come. Recupera. Hablar. Consume. Energía.

—Muy bien. —Me puse de pie, todavía excitada por la experiencia, e hice una pausa a medio camino de la puerta. No me sentí tonta cuando giré para enfrentar una habitación aparentemente vacía—. Si no les molesta, me gustaría mantener la app abierta a partir de ahora. En caso de que precisen decirme algo.

Me alegró escuchar la respuesta desde mi teléfono y no del aire como la primera vez. —Gracias.

—No, gracias a ustedes. De corazón. Fue genial.

—Buenas noches.

Era obvio que se estaban despidiendo.

Asentí sonriendo. —Buenas noches.

No me pregunten qué cené, porque ni siquiera recuerdo haber cocinado. Estaba como una zombie. Me acuerdo haber notado que mi teléfono estaba sin batería cuando me fui a dormir. Lo siguiente que registré es que ya era de mañana.

No exagero al decir que esa tarde cambió mi vida para siempre.

Alteró toda mi visión del mundo, de la vida y la muerte, de cuanto creyera hasta entonces.

Lo cambió absolutamente todo.

Más que nada, cambió mi vida en Casa Blotter. Ahora sabía que cuando oía un rumor lejano repitiendo mis buenos días o buenas noches, era en realidad una respuesta. No estaba loca. Esta gente era tan real como ustedes y como yo, aunque no pudiera verlos.

Esa mañana no me quedé mientras los Collins trabajaban en la casa. Necesitaba aire fresco, así que salí después del desayuno. A mitad de camino del Quabbin, advertí que los mellizos ya no me seguían con sigilo. Ahora que sabían que yo sabía que estaban allí y no me asustaba su presencia, era como salir a pasear con dos niños de carne y hueso, que correteaban, jugaban y se reían.

Durante las dos semanas siguientes, Ann pareció asumir la tarea de educarme sobre ellos y sus hábitos. Me estallaba la cabeza cada vez que conversábamos. Con la paciencia de haber tenido tres hijos, siete nietos y doce bisnietos, me explicó su situación lo mejor que pudo.

Según lo que entendía, era obvio que eran todos espíritus inteligentes. O sea: eran conscientes del paso del tiempo, del mundo de los vivos a su alrededor, y podían interactuar con nosotros por voluntad propia, como habían hecho conmigo. Y al mismo tiempo, existían en cierta clase de dimensión paralela que ni ellos ni yo terminábamos de comprender bien. Porque a pesar de que todos ellos pertenecían a distintas generaciones y épocas, y en vida no se hubieran conocido, en esa dimensión podían coexistir todos juntos como una familia, completamente separados de mi dimensión física. ¿Tiene algún sentido?

Ann no sabía qué les ocurriría con el paso del tiempo. Me refirió el caso de su nieta Ann Claire, que había regresado a la mansión después de morir en otro lugar, pero bien pronto pareció empezar a perder noción de sí misma, como si hubiera olvidado progresivamente quién era, y empezó a cambiar. La vieron perder su forma humana, hasta que se convirtió en una sombra borrosa y acabó por disiparse como niebla en el viento.

Ann temía que su nieta se hubiera perdido para siempre, y que lo mismo les ocurriría a todos los que permanecían en la mansión. Se habían negado a ir hacia la luz y pasar al otro lado, aferrándose a la familia y el hogar que tanto amaban. Pero Ann sospechaba que la luz no estaría a su alcance indefinidamente.

—De modo que la cuestión es ser capaz de darse cuenta cuándo se está por acabar el tiempo aquí, antes que sea demasiado tarde —tercié, pensando en voz alta.

Sí.

Así, pueden cruzar por propia voluntad hacia lo que sea que les espera más allá de la luz, en vez de perder su identidad y desvanecerse.

Sí.

—Usted es la mayor. ¿Cree que le queda menos tiempo que a los demás?

Sí.

—Bien, pero sabe que Edward cuidará de los otros cuando usted ya no esté. —Silencio. Extraño. Ann siempre respondía—. Y Joseph la espera en la luz.

Me costó no salir corriendo cuando escuché un suspiro desde el otro extremo del sofá.

—¿Lo echa de menos?

Siempre.

—Usted es una mujer afortunada, Ann. Tiene la oportunidad de pasar todos estos años con su familia y conocer a los más jóvenes. Y luego, sabe que se reunirá con el hombre que ama, y que los demás la seguirán a su tiempo.

Pero. Cómo.

—Oh, ésa es la pregunta del millón de dólares, ¿verdad? Nadie lo sabe. Pero se reunirán. Dicen que los sentimientos no son más que reacciones químicas de nuestras hormonas, pero sospecho que el amor profundo, verdadero, como el que mantiene unida a su familia, proviene del alma y no precisa un cuerpo físico. Ustedes son la viva prueba, sin faltar el respeto.

Su pausa me hizo preguntarme si me había pasado de lista, hablándole a esa orgullosa señora de 150 años como si fuera una amiga de mi edad.

—Gracias —dijo entonces, y me ruboricé como una tonta.

Los mellizos llegaron al rescate. Sus pasos ligeros se acercaron por el corredor principal y entraron al salón oriental.

Toca —dijo la app.

Ann me había explicado que a todos les gustaba lo que llamó mi extraña música moderna, sobre todo a los mellizos.

Sonreí incorporándome y señalé la ventana.

—Tengo una idea mejor. Es una tarde hermosa y hemos estado todo el día aquí dentro. ¿Quién viene al Quabbin?

La app permaneció en silencio, pero los pasitos se alejaron apresurados hacia la puerta principal.

Mis amigas sabían que no me gusta vivir publicando estados ni fotos, así que no me acosaban con preguntas sobre mi nueva vida en mi nuevo hogar. Seguramente suponían que yo todavía necesitaba tiempo para adaptarme, o tenía mala internet. Era una suerte, porque mi nueva vida resultaba un poco difícil de explicar. Reí hasta las lágrimas imaginándome una selfie mía en I*, el texto al pie algo como “Acabo de tomar el té con una dama de 150 años y salgo a caminar con dos niños de 90.”

Sí, bien.

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