LIBRO 1: LA SOMBRA DEL CAZADOR
En lo más oscuro de la noche
Esperando que llegue la luz
Cuando los demonios en tu mente
Te recuerdan el daño causado.
Siempre hablando, tanto por decir
Como un fantasma que acosa desde la tumba
Y el cielo parece tan lejano.
—Daughtry, Changes Are Coming.
* * *
Cien Palabras
Todos conocemos a Brandon Price. Sabemos que es innovador y temerario. Carismático, arrogante, seductor, y la larga lista de adjetivos que críticos y admiradores de todo el mundo compiten por endilgarle.
Para mí, Brandon Price es el hombre que enfrentó sus miedos más profundos, que toleró un dolor indescriptible, sólo por ayudarme.
Porque no necesitaba venir. Seamos realistas: hay cien lugares mejores para un final de temporada. ¿Los que me vienen a la cabeza? Waverly Hills, Trans Allegheny, Brushy Mountain State Pen. Todos ofrecen material para una temporada entera, y un final de temporada por todo lo alto.
Pero él regresó a Casa Blotter. Y lo hizo sólo para ayudarnos, a mí y a la entidad que había estado a punto de matarlo pocos años atrás.
Háblame de valor. Háblame de generosidad.
Por eso ésta es, en realidad, la historia de cómo llegué a conocer al hombre más valiente del mundo.
Y cómo me ena
No, eso no va. Tengo que ajustarme a la consigna y hacer lo que me pidieron: cien palabras para usarlas de narración de un montaje sorpresa post-créditos. Lo demás quedará para mi diario.
¿Cuántas voy ya? ¿150? Estoy frita. Mejor empiezo de nuevo.
* * *
Una Mala, Una Buena
A veces las cosas ocurren antes que puedas darte cuenta, y yo soy la viva prueba.
En junio del 2023 tenía veinticinco años, vivía en Boston, hacía seis meses que trabajaba de mesera doce horas por día, y apenas si me alcanzaba para comer y compartir un departamentito minúsculo con dos amigas. A fines de ese mes, las matemáticas inexorables señalaban que si no encontraba pronto un verdadero empleo, mis escasos ahorros se acabarían antes del final del verano.
Fue entonces que el encargado de la cafetería puso su mejor cara de circunstancia y dijo que ya no me necesitaban. ¡Fantástico! ¿Y ahora qué?
Deambulaba por el paseo costero, intentando aclarar mis ideas y buscar una solución, cuando sonó mi teléfono. ¿Número privado? Excelente oportunidad para desahogarme con el vendedor que tuviera la pésima idea de llamarme en semejante momento.
—¿Señorita Francesca Garner? —preguntó una mujer muy seria y formal—. Mi nombre es Ronda Jones y la llamo de la firma de abogados Jenkins & Crown.
¿Y ahora en qué lío me había metido?
—Ella habla —respondí con cautela.
—El doctor Jenkins tiene un documento para usted. ¿Cuándo podría acercarse a nuestras oficinas?
¿De qué diablos hablaba? ¿Qué podía tener para mí uno de esos abogados cogotudos? Bien, no que tuviera la agenda precisamente ocupada.
—Dígame dónde y cuándo y allí estaré.
Veinte minutos después entraba con mi ropa de segunda mano en uno de los edificios de oficinas más exclusivos de la ciudad. El estudio de abogados ocupaba un piso entero. La recepcionista, que más parecía modelo de revista de moda, me pidió una identificación para confirmar que era yo y rodeó el mostrador de entradas con una sonrisa de bienvenida.
—Por aquí, por favor.
Me llevó a una sobria sala de reuniones con ventanas a la calle y una mesa oval con una docena de sillas alrededor.
—Tome asiento, señorita Garner. El doctor Jenkins estará con usted en un momento. ¿Puedo ofrecerle algo de tomar?
—No, gracias —murmuré, confundida por sus modales obsequiosos. Estaba acostumbrada a servir a gente como ella, no viceversa.
Saltaba a la vista que permanecería firme junto a la puerta abierta hasta que me sentara, así que aparté una silla a un par de lugares de la cabecera. La mujer asintió con otra sonrisa de catálogo de prótesis dentales y se fue, cerrando la puerta tras ella.
Desvié la vista hacia las ventanas con un suspiro. Mejor que me armara de paciencia. Seguramente el abogadote se tomaría un par de horas antes de dignarse a atenderme.
Me sorprendió ver entrar al abogado menos de cinco minutos después, un señor mayor con un traje impecable, una carpeta de cuero negro y una sonrisa agradable.—Señorita Garner —me saludó, con modales tan impecables como su traje—. ¿Té, café?—No, gracias.—Entonces al asunto que nos ocupa. —Se sentó a la cabecera de la mesa y descansó ambas manos sobre la carpeta antes de volver a enfrentarme—. Dígame, señorita Garner, ¿le habló su difunta madre de la señorita Grace Blotter?Asentí. Sí, mamá me había contado sobre esta señora, una renombrada profesora de literatura que fuera su mentora en la universidad. Pero no se me ocurría qué podía tener que ver conmigo. ¿Y cómo era que este abogado de ricos y famosos sabía que mamá había muerto?Imagino que mi cara me delató, porque Jenkins sonrió y se explicó con tono de abuelo leyéndole un cuento a su nieto.—Su madre fue la alumna preferida de la señorita Blotter, entre todos los estudiantes que tuvo durante sus décadas de docencia en Harvard,
Los pasos me despertaron a medianoche. Parecía que alguien recorría la galería del segundo piso, bajaba las escaleras y se alejaba hacia la biblioteca.Contuve el aliento, paralizada de miedo, mi corazón batiendo como un tambor. Hasta que recordé donde estaba: una casa revestida en madera por dentro y por fuera en el medio de la nada. No era un ladrón. Era la casa crujiendo. Me di la vuelta y seguí durmiendo.Me tomó un par de días aburrirme de explorar la mansión, revisar cada habitación, admirar la decoración y las pinturas, estudiar cada retrato de los Blotter, vagar por el bosque hasta el Quabbin. Sentía que era imposible cansarme de disfrutar el paisaje y llenar mis pulmones con ese aire tan puro que olía a árboles. La mansión también tenía su olor particular. A casa antigua, por supuesto, pero también olía a hogar. El hogar de alguien que no era yo, aunque me sentía cómoda viviendo allí.De lunes a sábado, Susan y Mike llegaban a las nueve y se movían con sigilo, limpiando y arr
Una mañana salí a caminar más temprano de lo que solía, para no tener que andar esquivando a Susan y Mike. No sé por qué, pero cuando llegué al Quabbin, no me dio por sentarme a escuchar música y disfrutar el paisaje como hacía siempre. Sentía que necesitaba aprender más sobre comunicación con fantasmas y todo eso, así que decidí ver algo de lo que Trisha había llamado los profesionales.Después de tantas horas de Youtubers cazafantasmas, había notado que todos hablaban de un equipo llamado Los Cazadores, alabándolos como si fueran los abuelos de la investigación paranormal, superiores a los Warren y Hans Holzer. Una búsqueda rápida me informó que aunque distaban de haber sido los pioneros de ese género televisivo, ya iban por su novena temporada y eran considerados lo mejor de lo mejor. Las fotos me recordaron las bandas de rock que le gustaban a mamá: cuatro tipos vestidos de negro de pies a cabeza, en poses de macho que se precia, con un líder sexy y fornido. Su nombre era Brandon
Susan y Mike no dijeron una palabra cuando encontraron pequeñas pelotitas para gatos en cada cuarto, de esas con luces que se activan con movimiento, desde el foyer hasta el estudio del tercer piso. Ignoré la mirada que intercambiaron y no les di ninguna explicación.Tras un mes entero viviendo en la mansión, había aprendido que si bien los Blotter tenían su propia dimensión temporal, las coordenadas geográficas no cambiaban. Las pelotitas me permitían no perturbar sus rutinas, como entrar al salón oriental cuando Lizzie estaba dándoles clases a los mellizos, o molestar a Joseph o Edward mientras leían en la biblioteca. Así, ellos sólo precisaban mover una mano cerca de las pelotitas para que yo supiera que estaba interrumpiendo algo. Al mismo tiempo, las usaban para avisarme que uno de ellos se me unía donde yo estuviera, y la app me decía quién era.Me gustaba reunirme con ellos antes de la cena. A fines de agosto, casi me había habituado a que la TV de la cocina se encendiera sola
Los golpes continuaron toda la noche, cada hora, hasta que el cielo comenzó a aclararse. Se oían apagados desde mi dormitorio en el segundo piso, pero aun así me despertaban. Cada vez que abría los ojos sobresaltada, la pelotita sobre la cajonera se encendía, para que supiera que uno de los Blotter permanecía allí cuidándome.Sólo al amanecer, cuando los golpes cesaron, pude dormir dos o tres horas seguidas. Los Collins ya habían llegado cuando me levanté, agotada y nerviosa. Me crucé con Mike en el corredor principal del primer piso y lo detuve.—Buenos días, Mike. Preciso la llave del sótano.Mi voz atrajo a Susan, que se asomó desde la cocina. —Buenos días, señorita Garner, el desayuno está… —Se interrumpió al advertir lo turbado que se veía su esposo.—¿La llave del sótano? —repitió Mike—. Yo puedo subirle cualquier cosa que precise de allí.—Lo que necesito es la llave —respondí forzando una sonrisa, y me volví hacia Susan—. También necesito el nombre del sacerdote que bendijo la
Me acomodé en el sofá con mis cosas en la mesa de café. Para compensar la app que no podía usar, abrí la de texto en la tablet.—¿Están aquí?—Todos.Les mostré cómo usar la app para escribir y activar el TTS, y dejé la tablet junto al teléfono. No lo podía creer cuando, un momento más tarde, vi el teclado virtual en uso.—Es agradable poder usar oraciones completas —dijo la voz femenina del TTS.—¡Ni que lo digan!Me maravillaba verlos desplegar cada vez más habilidades para manipular su entorno. Ignoraba si era porque se sentían más cómodos en mi presencia o porque iban familiarizándose con toda esta tecnología que nunca llegaran a conocer en vida. Tampoco importaba. Me alegraba porque me ayudaba a no sentir que me había vuelto loca, hablándole a habitaciones vacías e interactuando con apps de dudoso origen.—Pero es cansador. Usaremos la otra.—Por supuesto, la que ustedes prefieran.Conecté la laptop a la internet de mi teléfono y abrí la plataforma de stream que ofrecía las ocho
Hallé a los Collins en la cocina, hablando en susurros mientras Mike trataba de tomar un té sin que el temblor de sus manos se lo volcara en la camisa. Valeriana, sin duda. Yo necesitaba tres litros.—Váyanse a casa —les dije, tan superada por la situación que sonaba amable—. Tómense el resto del día.Susan me enfrentó como si yo fuera un asesino serial bañado en la sangre de su madre. —¡Les habla! —chilló—. ¡Habla con los espíritus!Su acusación me desconcertó. —Pues sí. Cuesta ignorarlos, siendo tantos.—¡Es maligna como ellos!Una silla a mis espaldas cayó con el respaldo contra el suelo. Ni siquiera miré.—No son malignos, Susan. Ya vete a casa, por favor.Mike agarró a su esposa de la mano y se la llevó casi a rastras. La puerta trasera se cerró de un golpe tras ellos.—Gracias —murmuré, volviendo a tomar las llaves de mi auto—. Iré a almorzar al pueblo. Me hará bien salir un rato.La única mesera de la cafetería era una señora muy agradable que me recibió con una gran sonrisa y
Los golpes volvieron a durar toda la noche, de modo que Lizzie me acompañó hasta mi dormitorio y prometió quedarse hasta el amanecer, para ayudarme a sentirme más segura. Edward permanecía en el sótano vigilando a la sombra, y su último reporte era que permanecía en su rincón, golpeando las tablas y gruñendo, pero no parecía tener energía para seguir haciéndolo mucho más.—Tal vez mi miedo la alimenta —comenté acostándome.—Es posible —terció Lizzie.Otra razón para enfrentarla, aunque ignoraba por qué estaba tan segura que eso me ayudaría a comprender mejor la situación y resolverla.—Necesitamos un médium o algo así —murmuré teléfono en mano.Por supuesto que Trisha aún no se iba a dormir. Se asustó cuando le conté lo que me estaba pasando (omitiendo a los Blotter, claro) y se ofreció a ayudarme a encontrar alguien que al menos pudiera aconsejarme. Ella opinaba que lo que necesitaba era un médium que pudiera ver y escuchar a las entidades. Antes de despedirnos, prometió mantenerme a