Me sorprendió ver entrar al abogado menos de cinco minutos después, un señor mayor con un traje impecable, una carpeta de cuero negro y una sonrisa agradable.
—Señorita Garner —me saludó, con modales tan impecables como su traje—. ¿Té, café?
—No, gracias.
—Entonces al asunto que nos ocupa. —Se sentó a la cabecera de la mesa y descansó ambas manos sobre la carpeta antes de volver a enfrentarme—. Dígame, señorita Garner, ¿le habló su difunta madre de la señorita Grace Blotter?
Asentí. Sí, mamá me había contado sobre esta señora, una renombrada profesora de literatura que fuera su mentora en la universidad. Pero no se me ocurría qué podía tener que ver conmigo. ¿Y cómo era que este abogado de ricos y famosos sabía que mamá había muerto?
Imagino que mi cara me delató, porque Jenkins sonrió y se explicó con tono de abuelo leyéndole un cuento a su nieto.
—Su madre fue la alumna preferida de la señorita Blotter, entre todos los estudiantes que tuvo durante sus décadas de docencia en Harvard, y se mantuvieron en contacto aun después que su madre abandonó la carrera. ¿Sabía que fue la señorita Blotter quien pagó su tratamiento contra el cáncer?
Meneé la cabeza sorprendida. No, no lo sabía.
—Pues así fue. Y en el 2017, sólo dos semanas antes de fallecer, su madre le contó a la señorita Blotter que usted se había inscripto para estudiar literatura y soñaba con ser escritora. Y ella se comprometió a ayudarla con su carrera.
Me retrepé en la silla frunciendo el ceño. ¿Era posible que esta señora tuviera algo que ver con mi beca? Me la habían adjudicado de la nada, y había sido lo que me permitiera pagar la carrera hasta obtener la tecnicatura en literatura inglesa.
El abogado asintió, siempre en su modo abuelo simpático y comprensivo.
—Sí, señorita Garner. Su beca fue el medio que utilizó la señorita Blotter para honrar la promesa que le hiciera a su madre.
Bajé la vista, tan ocupada procesando todo lo que acababa de revelarme, que casi me perdí lo que dijo a continuación.
—Desgraciadamente, la señorita Blotter falleció el mes pasado. Por eso la llamamos. Yo soy el ejecutor legal de su testamento.
—Oh —murmuré, todavía tratando de encontrarle sentido a toda la situación.
—La señorita Blotter era soltera y no tenía hijos, de modo que le dejó gran parte de su fortuna y propiedades a la Fundación Blotter, pero no todo. También la incluyó a usted como beneficiaria.
—¿Perdón?
Jenkins se permitió una sonrisa comprensiva.
—La señorita Blotter le dejó Casa Blotter, la casa de verano de la familia, y una generosa pensión mensual, que usted percibirá mientras viva allí. Si usted decidiera mudarse y dejar Casa Blotter, la propiedad regresará a la familia, y usted perderá todo derecho a la propiedad y a la pensión.
Fruncí la cara como si hubiera hablado en otro idioma, incapaz de asimilar lo que decía. Jenkins advirtió mi confusión y me regaló otra de sus sonrisas de abuelo.
—La intención de la señorita Blotter era ofrecerle un lugar para vivir, el tiempo y los medios para poner su título en práctica y convertirse en escritora. Ella amaba Casa Blotter, y pasó allí sus últimos años, después de jubilarse. Siempre decía que era el lugar perfecto para escribir.
—Oh.
—Lo único que me queda por agregar sobre las disposiciones de la señorita Blotter es que la Fundación cubrirá todos los impuestos y servicios de Casa Blotter durante su estadía, así como el salario de los caseros y cualquier arreglo que no devenga de su uso personal de la casa.
—Oh.
—Tómese su tiempo, piénselo. Tiene hasta el primero de septiembre para decidir si acepta las condiciones que estipula el testamento. Si no se comunica antes de esa fecha, quedará excluida como beneficiaria.
¿Dos meses? ¡Ja! Lo llamé al día siguiente y firmamos todos los documentos antes del fin de semana. Ese sábado a la mañana cargué mis escasas pertenencias en mi auto, me despedí con un abrazo de Trisha y Padme, y dejé Boston hacia el oeste. Destino: Hardwick, cuarenta kilómetros al oeste de Worcester, en la orilla oriental del embalse Quabbin.
Mientras tuviera internet, no tenía ningún problema en mudarme a una zona rural. Soy bastante antisocial, y Trisha y Padme son adorables, pero demasiado ruidosas para mi hígado. Además, iban a pagarme por vivir en una casa y escribir. ¿Qué me importaba estar sola en el medio de la nada?
De acuerdo a Wikipedia, Hardwick había recibido sus primeros colonos blancos en 1737, y su población actual rondaba los tres mil habitantes. Uno de esos antiguos pueblitos rurales de Nueva Inglaterra, tranquilo y pintoresco. El lugar soñado para brindarle a un escritor la soledad necesaria para trabajar, y un paisaje hermoso para relajarse y hallar inspiración.
Ya me gustaba cuando crucé el pueblo hacia el norte por Greenwich Road, siguiendo las indicaciones de mi GPS. Saliendo del pueblo vi pocas casas, alejadas entre sí, rodeadas de bosque, y el Quabbin ya se adivinaba allí adelante. Oh, sí. Si estaba soñando, no quería despertarme jamás.
Entonces la vi: Casa Blotter, el lugar que me dejara esta mujer que nunca llegara a conocer. Tuve que salirme del camino y detenerme. Primero para constatar que el GPS me había traído a la dirección correcta, y cuando lo confirmé, para contener un ataque de risa y llanto. Porque se trataba de una mansión victoriana de tres pisos, cuidada y mantenida como si fuera nueva. Se erguía en medio de un jardín espléndido de una hectárea, a sólo trescientos metros del Quabbin. El frente de la casa estaba cerrado por unas rejas ornadas de hierro negro, de unos cuatro metros de altura, y el bosque delimitaba el terreno por los otros tres costados.
¿Cómo era posible? El martes lloraba por la calle, preguntándome como pagaría mi tercio de la renta sin dejar de comer. ¡Y el sábado me estaba mudando a una mansión victoriana! ¿Me había caído en otra dimensión del multiverso? ¿Quién actuaba de Spider Man en esta realidad? Tuve que pellizcarme de verdad para asegurarme que estaba despierta.
Cuando fui capaz de volver a conducir, vi que las altas puertas de hierro estaban abiertas y traspuse la señorial arcada de hierro negro. Al acercarme a la mansión vi dos casas más en el jardín, construidas en piedra y madera como salidas de un cuento de hadas. Más tarde descubriría que la ubicada en el sector oeste del terreno era la vivienda de los caseros, y la que se levantaba en el sector oriental era la casa de huéspedes.
Los caseros me aguardaban al pie de la escalera que conducía a la puerta principal: Susan y Mike Collins, un matrimonio de mediana edad, corteses y desconfiados de los forasteros como yo.
Tan pronto se presentaron y me dieron la bienvenida, Susan puso a su esposo a descargar mis cosas y me invitó a entrar a Casa Blotter. La seguí azorada por el primer piso, donde me mostró los tres salones, la biblioteca, el comedor principal y la enorme cocina, la única parte de la casa que había sido completamente renovada y se veía como cualquier cocina con comedor diario de hoy día.
Subimos la oscura escalera de roble al segundo piso y me mostró los cuatro dormitorios para adultos, todos amoblados y con baño privado, y un dormitorio para dos niños. Todas las habitaciones tenían techo alto, muebles pesados y clásicos, y grandes ventanas al bosque y al Quabbin. El dormitorio principal estaba decorado en rojos oscuros, y tenía un no sé qué que me convenció que no volvería a pisarlo a menos que buscara refugio de un apocalipsis zombie. El dormitorio contiguo estaba decorado en azules, y me transmitía una calma que me decidió a escogerlo para mí. Susan pareció complacida de que la forastera invasora no hubiera reclamado el de las cincuenta sombras de rojo.
El tercer piso había alojado a los sirvientes, pero la señorita Blotter había hecho tirar abajo todas las paredes internas, convirtiendo el piso entero en un espacioso estudio, con altas bibliotecas atestadas de libros, un escritorio imponente bajo una ventana al Quabbin, un par de sillones individuales con lámparas de pie y varios sofás en torno a una mesita de café.
—Ésta era la habitación favorita de la señorita Grace —dijo Susan mientras yo miraba alrededor extasiada.
—Me imagino. Es hermosa —murmuré.
A decir verdad, ya podía imaginarme sentada al escritorio con mi laptop, escribiendo hasta que se me acalambraran los dedos.
—¿Por qué tú y Mike no viven aquí? —pregunté cuando regresábamos al primer piso—. Sobra espacio, si la señorita Blotter vivía sola.
Susan se tomó un momento para elegir sus palabras con cuidado. —Los dos amamos Casa Blotter, pero no nos sentiríamos en casa viviendo aquí, si entiende a qué me refiero. —No, no entendía. Y su tono neutro me resultó llamativo—. Ya verá que es un lugar muy especial. Con ideas propias, podría decirse. Casa Blotter elige a quien recibe bajo su techo.
Debería haber prestado más atención a lo que insinuaba, pero estaba tan excitada que no me preocupé por descifrar su críptica respuesta. No que importara. Como Susan acababa de decir, pronto lo descubriría. Y pronto quería decir esa misma noche.
Mike llevó mi equipaje al dormitorio azul, se tocó la gorra de béisbol para saludarme y se fue. Susan me había preparado el almuerzo, e insistió en calentarlo mientras yo subía a cambiarme. Cuando me reuní con ella en la cocina, señaló la nota pegada con un imán en la puerta del refri.
—Nuestros teléfonos. Recuerde que puede llamarnos, o venir a vernos, en cualquier momento del día y de la noche. Estamos para ayudarla.
¿Para ayudarme de día o de noche? ¿No era demasiado?
Otra pista que mi radar no detectó.
Me sirvió el almuerzo en la mesa de madera clara, liviana, frente al smart TV gigante que colgaba de la pared, se despidió hasta el lunes y se marchó.
Estaba sola en Casa Blotter.
Los pasos me despertaron a medianoche. Parecía que alguien recorría la galería del segundo piso, bajaba las escaleras y se alejaba hacia la biblioteca.Contuve el aliento, paralizada de miedo, mi corazón batiendo como un tambor. Hasta que recordé donde estaba: una casa revestida en madera por dentro y por fuera en el medio de la nada. No era un ladrón. Era la casa crujiendo. Me di la vuelta y seguí durmiendo.Me tomó un par de días aburrirme de explorar la mansión, revisar cada habitación, admirar la decoración y las pinturas, estudiar cada retrato de los Blotter, vagar por el bosque hasta el Quabbin. Sentía que era imposible cansarme de disfrutar el paisaje y llenar mis pulmones con ese aire tan puro que olía a árboles. La mansión también tenía su olor particular. A casa antigua, por supuesto, pero también olía a hogar. El hogar de alguien que no era yo, aunque me sentía cómoda viviendo allí.De lunes a sábado, Susan y Mike llegaban a las nueve y se movían con sigilo, limpiando y arr
Una mañana salí a caminar más temprano de lo que solía, para no tener que andar esquivando a Susan y Mike. No sé por qué, pero cuando llegué al Quabbin, no me dio por sentarme a escuchar música y disfrutar el paisaje como hacía siempre. Sentía que necesitaba aprender más sobre comunicación con fantasmas y todo eso, así que decidí ver algo de lo que Trisha había llamado los profesionales.Después de tantas horas de Youtubers cazafantasmas, había notado que todos hablaban de un equipo llamado Los Cazadores, alabándolos como si fueran los abuelos de la investigación paranormal, superiores a los Warren y Hans Holzer. Una búsqueda rápida me informó que aunque distaban de haber sido los pioneros de ese género televisivo, ya iban por su novena temporada y eran considerados lo mejor de lo mejor. Las fotos me recordaron las bandas de rock que le gustaban a mamá: cuatro tipos vestidos de negro de pies a cabeza, en poses de macho que se precia, con un líder sexy y fornido. Su nombre era Brandon
Susan y Mike no dijeron una palabra cuando encontraron pequeñas pelotitas para gatos en cada cuarto, de esas con luces que se activan con movimiento, desde el foyer hasta el estudio del tercer piso. Ignoré la mirada que intercambiaron y no les di ninguna explicación.Tras un mes entero viviendo en la mansión, había aprendido que si bien los Blotter tenían su propia dimensión temporal, las coordenadas geográficas no cambiaban. Las pelotitas me permitían no perturbar sus rutinas, como entrar al salón oriental cuando Lizzie estaba dándoles clases a los mellizos, o molestar a Joseph o Edward mientras leían en la biblioteca. Así, ellos sólo precisaban mover una mano cerca de las pelotitas para que yo supiera que estaba interrumpiendo algo. Al mismo tiempo, las usaban para avisarme que uno de ellos se me unía donde yo estuviera, y la app me decía quién era.Me gustaba reunirme con ellos antes de la cena. A fines de agosto, casi me había habituado a que la TV de la cocina se encendiera sola
Los golpes continuaron toda la noche, cada hora, hasta que el cielo comenzó a aclararse. Se oían apagados desde mi dormitorio en el segundo piso, pero aun así me despertaban. Cada vez que abría los ojos sobresaltada, la pelotita sobre la cajonera se encendía, para que supiera que uno de los Blotter permanecía allí cuidándome.Sólo al amanecer, cuando los golpes cesaron, pude dormir dos o tres horas seguidas. Los Collins ya habían llegado cuando me levanté, agotada y nerviosa. Me crucé con Mike en el corredor principal del primer piso y lo detuve.—Buenos días, Mike. Preciso la llave del sótano.Mi voz atrajo a Susan, que se asomó desde la cocina. —Buenos días, señorita Garner, el desayuno está… —Se interrumpió al advertir lo turbado que se veía su esposo.—¿La llave del sótano? —repitió Mike—. Yo puedo subirle cualquier cosa que precise de allí.—Lo que necesito es la llave —respondí forzando una sonrisa, y me volví hacia Susan—. También necesito el nombre del sacerdote que bendijo la
Me acomodé en el sofá con mis cosas en la mesa de café. Para compensar la app que no podía usar, abrí la de texto en la tablet.—¿Están aquí?—Todos.Les mostré cómo usar la app para escribir y activar el TTS, y dejé la tablet junto al teléfono. No lo podía creer cuando, un momento más tarde, vi el teclado virtual en uso.—Es agradable poder usar oraciones completas —dijo la voz femenina del TTS.—¡Ni que lo digan!Me maravillaba verlos desplegar cada vez más habilidades para manipular su entorno. Ignoraba si era porque se sentían más cómodos en mi presencia o porque iban familiarizándose con toda esta tecnología que nunca llegaran a conocer en vida. Tampoco importaba. Me alegraba porque me ayudaba a no sentir que me había vuelto loca, hablándole a habitaciones vacías e interactuando con apps de dudoso origen.—Pero es cansador. Usaremos la otra.—Por supuesto, la que ustedes prefieran.Conecté la laptop a la internet de mi teléfono y abrí la plataforma de stream que ofrecía las ocho
Hallé a los Collins en la cocina, hablando en susurros mientras Mike trataba de tomar un té sin que el temblor de sus manos se lo volcara en la camisa. Valeriana, sin duda. Yo necesitaba tres litros.—Váyanse a casa —les dije, tan superada por la situación que sonaba amable—. Tómense el resto del día.Susan me enfrentó como si yo fuera un asesino serial bañado en la sangre de su madre. —¡Les habla! —chilló—. ¡Habla con los espíritus!Su acusación me desconcertó. —Pues sí. Cuesta ignorarlos, siendo tantos.—¡Es maligna como ellos!Una silla a mis espaldas cayó con el respaldo contra el suelo. Ni siquiera miré.—No son malignos, Susan. Ya vete a casa, por favor.Mike agarró a su esposa de la mano y se la llevó casi a rastras. La puerta trasera se cerró de un golpe tras ellos.—Gracias —murmuré, volviendo a tomar las llaves de mi auto—. Iré a almorzar al pueblo. Me hará bien salir un rato.La única mesera de la cafetería era una señora muy agradable que me recibió con una gran sonrisa y
Los golpes volvieron a durar toda la noche, de modo que Lizzie me acompañó hasta mi dormitorio y prometió quedarse hasta el amanecer, para ayudarme a sentirme más segura. Edward permanecía en el sótano vigilando a la sombra, y su último reporte era que permanecía en su rincón, golpeando las tablas y gruñendo, pero no parecía tener energía para seguir haciéndolo mucho más.—Tal vez mi miedo la alimenta —comenté acostándome.—Es posible —terció Lizzie.Otra razón para enfrentarla, aunque ignoraba por qué estaba tan segura que eso me ayudaría a comprender mejor la situación y resolverla.—Necesitamos un médium o algo así —murmuré teléfono en mano.Por supuesto que Trisha aún no se iba a dormir. Se asustó cuando le conté lo que me estaba pasando (omitiendo a los Blotter, claro) y se ofreció a ayudarme a encontrar alguien que al menos pudiera aconsejarme. Ella opinaba que lo que necesitaba era un médium que pudiera ver y escuchar a las entidades. Antes de despedirnos, prometió mantenerme a
Me apresuré a cerrar la puerta del sótano con llave. Seguía mareada, de modo que saqué una soda del refri y tomé un largo trago, sintiendo que necesitaba azúcar.—¿Estás bien? —preguntó la tablet.—Sí, sí, sólo preciso un momento —murmuré—. Y un té.—Valeriana —dijo el teléfono.—Buena idea.Cinco minutos después traje mi tazón a la mesa, con el teléfono offline a un lado, y al otro la tablet con las dos apps abiertas. Nos demoramos allí hasta la hora de la cena, hablando de lo que acababa de pasar allá abajo. Tipear aún les demandaba mucho tiempo y energía, de modo que Edward y Lizzie se turnaban con el TTS, Joseph utilizaba la app para hablar y Ann mi teléfono.Lo que Edward observara en esos breves minutos me dejó boquiabierta.Ante todo, ahora que había visto a la sombra más de cerca, coincidía en que no era un demonio del infierno. Para sus ojos sobrenaturales, tenía forma animal y se movía en cuatro patas, como un oso pardo, más o menos del mismo tamaño. Habíamos confirmado que