Habían sido las rabietas de mi esposo, por quien yo creía, casi fielmente qué Edmond Leblanc, era quizás, la persona más terrible del mundo, pero después de ver la terrible verdad de Alistair y descubrir qué era un maldito mentiroso, ya no sabía que pensar de él, aunque por la manera en como me miraba y sostenía mi cuerpo, lo primero que pensé fue qué era encantador. Nuestras miradas no se separaron en los siguientes tres segundos, quizás porque yo seguía preguntándome qué clase de hombre era él y porque Alistair lo odiaba tanto. —Disculpa, no te vi—dijo con una voz profunda y varonil, una voz qué iba acorde con su cuerpo, alto y por lo poco que dejaba ver su traje, musculoso. Estuve a poco de suspirar, pero me contuve porque recordé que estábamos en un lugar público. —Yo tampoco te vi, disculpa—me atreví a decir sintiéndome como una adolescente, nerviosa y sin saber qué decir o hacer en un caso así porque se suponía qué por ser la persona que Alistair más odiaba, yo también debía
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