De repente, sentí como si la gravedad ya no me atara al suelo, como si mi cuerpo no pesara más que una pluma arrastrada por el viento. Me recosté en la pared, preso del dolor. La fotografía de mi pequeño hijo, sentado en la parte trasera de un auto, con los ojos acuosos y el gesto asustado me atormentó, se veía sano. Estaba bien, pero estaba secuestrado. Apreté los puños con tanta fuerza que la pantalla de mi teléfono se puso blanca y la imagen se perdió. Traté de entrar nuevamente al chat, pero había sido un mensaje de vista única.Con las manos temblorosas y sudadas, llamé al número del que había recibido la imagen, pero este ya estaba fuera de servicio. Mis ojos se oscurecieron, la visión se me tornó borrosa. Sentí que unas manos me sujetaron por los hombros y luego una silla apareció a mi lado. Cuando regresé en mí, tal vez un minuto más tarde, una fuerte ola de calor me golpeó la cara. La maestra Cielo estaba frente a mí, se veía asustada, las manos le temblaban.Me levanté y
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