FederickCuando mamá volvió al apartamento, parecía otra persona. Aquella figura imponente y segura de sí misma había desaparecido, reemplazada por una sombra de lo que alguna vez fue, rota, humillada. Algo dentro de mí se retorció al verla así, y no pude quedarme quieto.—Mamá, ¿dónde has estado? —mi voz salió más dura de lo que pretendía, incapaz de ocultar el enojo. Ella no respondió. Solo se dejó caer en el sofá como si el peso del mundo la hubiera aplastado, mirando hacia la nada,—¿Qué quieres que te diga, Federick? —su voz se quebró mientras hablaba—. No hay soluciones. La riqueza se ha ido, nuestros amigos nos han abandonado. ¿Qué nos queda? ¿Qué nos queda? —repitió, como si buscara en el vacío una respuesta que no llegaría.Le tomé la mano, desesperado por ofrecerle algo, lo que fuera.—Nos queda la familia, mamá. Aún nos tenemos —intenté, casi suplicando que esas palabras significaran algo para ella, pero su mirada siguió perdida, distante.—No me vengas con ilusiones —espet
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