XXXVI. Oportunidad
Ya no importaba el tiempo que pasara y siguiera encarcelada, si ya no tendría salvación que me diera una pizca de esperanza. Los días pasaban con suma lentitud, una lentitud que me hacía agonizar en manos de un demente.El cuerpo me dolía a más no poder, no solo se trataba de los golpes que recibía, también se debía a los abusos constantes. Mi cuerpo resistía todo, pero en mi mente ya todo había acabado para mí y solo me quedaba que Dios, que para ese momento empezaba a dudar de su existencia, se apiadara de mí.Cada vez que Julen estaba en la casa, cerraba los ojos con fuerza y me dejaba hacer todo lo que quisiera hacerme. No valía la pena resistirme, si incluso permanecer quieta era un detonante para que perdiera los estribos y usara una fuerza bruta que quedaba tatuada en mi piel y mi alma.Me encontraba acurrucada en la cama, tratando de conciliar el sueño, pero por más que tratara de dormir y descansar un poco, algo en mi interior se negaba a perderse en sueños, cuando escuché pa
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