XXXI. Temor

No era Melbourne el lugar al que quería ir, pero no iba a negar ni mucho menos a mentir al decirme que estaba feliz de estar fuera de esa isla desolada y rodeada de solo agua. Al menos desde aquella ciudad tenía una oportunidad, podría conseguir ayuda aunque sabía que debía irme con mucho cuidado, escapar de las garras de un lobo disfrazado de oveja, contactar a mis padres o saber algo de mi esposo. Esa esperanza de que Will estuviese sano y a salvo aun latía en pecho y no dejaba de rezar a un Dios que parecía haberme recordado porque él estuviera con bien.

No volví a hablarle al guardaespaldas, quizá por las advertencias que me había dejado bien claras o porque ya no me era tan necesario para salir de esa isla, pero algo me decía que aun podía ganármelo para escapar una vez estuviéramos en Melbourne, pese a que sabía lo difícil que sería. Allí Julen estaría todo el tiempo encima de mí y no sería cosa sencilla escaparme.

Los días antes de salir de la isla se me hicieron eternos. No ve
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