XXXII. Devastación

Me vestí con mi mejor máscara y brindé una falsa sonrisa a todas las personas que estaban reunidas en el enorme salón tan pronto llegamos. Unos se acercaban a Julen y lo saludaban y él no perdía el tiempo en presentarme como su mujer, otros nos miraban desde la distancia y se murmuraban entre ellos, haciéndome sentir incomodidad, otros tantos solo movían su cabeza o su mano como señal de saludo y seguían en lo suyo, sin prestar demasiada atención a nuestra presencia.

Para la mayoría de las mujeres, sin importar su estado civil, era demasiado evidente que mi presencia les desagradaba. Se comían con la vista a Julen y me daban miradas despectivas en cuanto podían. Muy pocas me daban alguna sonrisa sincera, me daban el saludo e intercambiaban un par de palabras conmigo.

Poco me importaba si les había caído mal mi presencia, puesto que no estaba para complacer a nadie. Es más, deseaba con todas las fuerzas de mi corazón largarme de ese lugar y muy lejos de Julen, pero solo era una rehén p
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