XXXIX. Libertad

—Gracias, Niklas —susurré, limpiando las lágrimas que no dejaban de caer, lágrimas que en ese momento me permitía derramar con una emoción incomparable—. Gracias por lo que hiciste por mí. Espero que salgas con bien de esa casa y pronto pueda agradecerte en persona…

Recordé entonces que me había dado un teléfono y lo busqué por todas partes de mi cuerpo, pero no lo sentí por ninguna parte. Se debió caer en algún punto del bosque cuando corría o cuando me caí sin que me diera cuenta, pero aún tenía aquel mensaje tan reconfortante en un trozo de papel y un localizador que no dejaba de emitir aquella luz roja, la luz que me daba esperanzas y me decía que pronto mi infierno acabaría.

Me aferré a esas dos cosas con todas mis fuerzas y me senté no muy lejos del gran caudal, recostando mi cuerpo en el tronco de un árbol a esperar al compañero que había mencionado Niklas, deseando que no tardara demasiado tiempo en venir por mí.

Mi corazón latía lleno de emoción, me sentía tan feliz porque
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