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XLV. Dolor compartido

—Freya, no digas esas cosas, mi amor —dijo su madre, llegando a la mesa con los ojos llorosos.

—Sabes que es cierto, soy un monstruo y una maldita carga —zanjó de mal humor, poniéndose de pie—. Todos saben que lo mejor que me hubiera podido pasar era que muriera, pero... Me dejaron vivir en este maldito infierno del cual ya no quería seguir siendo parte.

Su madre lloró sin dejar de negar y el agente se acercó a ella para abrazarla, pero Freya retrocedió, casi tropezando con sus propios pies.

—Lárgate junto con tu novia y no vuelvas nunca más. No tienes nada que venir a hacer aquí, como para que sigas haciéndolo cada vez que te plazca. Niklas no está y no hay razones para que vengas.

—Vengo por ti y por tu madre, las dos son muy importantes para mí.

—Sí, claro —ironizó—. Si vienes es porque mi hermano te lo pide, no porque de verdad lo desees. ¿Quién querría perder el tiempo en una persona como yo?

—Freya...

—No puedo entender tu dolor, nadie jamás lo hará. Tampoco puedo entender
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