LI. Abrebocas

Los trajimos a una bodega abandonada y nuestros hombres se encargaron de amarrarlos en medio del gran espacio que había sido destinado para ellos, dejándolos colgando del tubo que atravesaba toda la estancia. Estaban completamente inmovilizados.

El viejo Weiss no dejaba de quejarse por las heridas que había recibido, puesto que estaba botando sangre y nadie lo había atendido, pero no tanta como para morir a causa de eso. Sus lloriqueos eran simplemente irritantes. Madre e hijo estaban en completo silencio, no habían dicho ni una sola palabra, este último no quitándome la mirada de encima, algo que me tenía en alerta. Ellos eran calculadores y no podía bajar la guardia a pesar de que ya estaban bajo nuestro poder. Sabiendo cómo se habían mantenido por tanto tiempo siendo libres y caminando por la vida como si nada, no podía fiarme o quizá saldrían con alguna sorpresa y todo podría irse al carajo.

—El jefe quiere a la vieja viva —dijo Bruno, parándose a mi lado y dándoles una mirada
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