XLVIII. Furia

Llegamos a una bodega a las afueras de la ciudad y Julen me hizo entrar con él, algo nuevo, puesto que siempre que había venido a este lugar había permanecido afuera, cuidando como el resto de sus hombres lo hacían. Eso significaba que me había ganado su confianza, aunque no podía fiarme de alguien tan desequilibrado como él.

Veinte minutos después de que llegamos, arribó un hombre mayor, agitado y vistiendo un traje de policía que reconocí. No era nada más ni nada menos que el jefe de la estación, un sargento que llevaba años trabajando para "proteger" al pueblo.

—Espero que me hayas hecho venir para algo importante. Estaba en una reunión con el ministro y el alcalde, ya sabes, algunas nuevas normas de seguridad que quieren implementar —explicó como si nada, dándole una vaga sonrisa a Julen—. Ahora sí, ¿qué sucede? ¿Por qué traes esa cara de velorio?

—¿Algo importante que quieras contarme y no hayas tenido tiempo de decirme? —inquirió—. Ya sabes, algo como una operación secreta con
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