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Todos los capítulos de La chica de las caras rotas: Capítulo 41 - Capítulo 50
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Días blancos (parte 2)
Ese día estuve bastante silenciosa en el trabajo, tampoco tenía ganas de fingir que todo en mi vida estaba bien, porque las máscaras en mi rostro estaban quebradas y lo único que quería era llegar a mi casa, no encontrar a nadie y poder tomarme las pastillas.Así que, a la salida, cuando Alejandro intentó convencerme para que me acompañara a la parada de buses le dije que no, que no me insistiera y me marché.Logré comprar la última tanda de pastillas en la droguería que quedaba cerca al puente, así ya tenía muchas pastillas para lo que haría al día siguiente.Esperé en silencio a que llegara mi ruta. Veía a las personas que se acercaban a la parada de buses, a veces se sentaban a mi lado y se levantaban cuando llegaba su ruta. Me sentí como la Rousse de antes, la que sólo vivía su rutina, donde no había nadie
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Días blancos (parte 3)
A la profesora le gustó mi forma de leer, decía que era bastante limpia al hacerlo y me puso a decir varios discursos en el colegio en los eventos que solían hacerse. Eso me animó bastante porque sentía que me estaba volviendo muy buena alumna y me ayudó con la seguridad en mí misma.Fueron buenos tiempos, una rutina que me agradaba mucho. No existían las discusiones en mi casa, me llevaba bien con mis padres y lograba conversar con mis compañeros de clase, hasta llegué a quedar con algunas niñas para pasar tardes en sus casas mientras hacíamos tareas: era una niña normal de mi edad. Yo no sabía lo que era la depresión y mucho menos los trastornos de ansiedad.Pero todo eso terminó cuando puse mis ojos en el chico nuevo de mi salón de clase en octavo grado. Cuando decidí declararle mis sentimientos en una carta y él me rechazó, per
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Está bien no estar bien
Al llegar a la casa de Rousse, bajé de la moto con rapidez y me acerqué al portón. Justo como había dicho ella, el portón no tenía seguro, así que pude abrir y adentrarme por toda la terraza donde encontré un pequeño pasillo en el jardín que llevaba hasta el fondo de la casa por donde corrí, tratando de seguir las indicaciones que me había dado. Me topé con la puerta del patio que estaba abierta y dejaba ver lo que era una cocina mediana.—¡Rousse! —comencé a gritar.Me di cuenta que no había nadie, ya desde la entrada había tenido esa impresión, pero… ¿dónde se encontraba Rousse? Me adentré hacia el interior de la casa, chocándome con la sala principal y unas escaleras.—¡Rousse! —volví a llamar, pero no tuve respuesta.Decidí subir por las
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Está bien no estar bien (parte 2)
Se podría decir que funcionó, porque Rousse dejó de gritar y entró en shock. Al momento en que reaccioné en lo que había hecho, llevé las manos a mi boca y comencé a temblar.—Oh… Dios mío, perdóname —solté, intenté llevar mis manos a su rostro, pero ella comenzó a temerme.—¡No, no, no…! —suplicó mientras se abrazaba a sí misma.No pude más y solté el llanto, algo que la dejó fuera de sí mientras me miraba fijamente.—Perdóname, Rousse, —supliqué— pero es que yo no sé qué hacer, cómo ayudarte y tengo tanto miedo de que te mueras. No quiero, sería horrible verte morir.Ella llevó una mano a su mejilla que ahora estaba roja.—No voy a morir —soltó con la voz quebrada y ahogada—. No es la primera vez que lo hago, ya sé que no voy a morir.Solté un sollozo ahogado al ver que decía eso con tanta seguridad, ¿cuántas veces tuvo que intentarlo para que hablara con tanta certeza?De un impulso me acerqué a ella y la abracé, al principio ella no quería, pero después se desbordó en llanto y me
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Caras rotas
Recuerdo bastante bien el consejo que me dio la psicóloga Alicia cuando volví a consulta al verme afectado por toda la situación que estaba pasando en mi vida. Ella me dijo que tratara de no hacerme muchas ilusiones con Rousse, ya que ella estaba en un tratamiento en el cual no tenía espacio para tener una relación amorosa con alguien, además, mostraba claros indicios de no querer algo romántico en un largo tiempo. Yo le pregunté si eso podría cambiar cuando mejorara su situación con el tratamiento y me respondió: “Todo depende de lo que ella quiera”.Pero lo que la doctora no sabía era que, para el momento en que me dio aquel consejo yo ya estaba más que enamorado de Rousse. Habíamos pasado para ese momento tantas cosas juntos que mi corazón sólo sabía suspirar por ella y creía fielmente en que yo podría llegar a tener algo con Rousse que no quería escuchar nada más; no pude estár más equivocado en esos días y por eso mi corazón fue roto en mil pedazos.¿Por qué comienzo esta parte d
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Sin rostro
Recuerdo perfectamente la primera vez que llegué al apartamento de Alejandro, lo asocio mucho con los primeros días en los que mi vida comenzó a cambiar. Esa noche me fui a su casa cambiada con un vestido de algodón blanco y una camisa roja de mangas largas que me llegaban hasta los dedos, haciéndome ver envuelta en mucha ropa.El aire de la noche era húmedo, y sí, a mitad de la noche llovió tanto que tuve un ataque de pánico por los truenos —también hubo un apagón en la ciudad y fue horrible—. Pero Alejandro estuvo conmigo todo ese tiempo y no lo solté ni un momento, le dije que durmiera conmigo porque no soportaba el miedo de estar sola en una habitación desconocida.Para resumir esa noche, terminé sollozando mientras abrazaba a Alejandro como si me diera miedo que se fuera a ir de la habitación. Porque sí, me espantaba la idea de quedar sola esa noche y que volvieran a mí los pensamientos suicidas. A la misma vez me aterraba llegar a mi casa y encontrarla sola, tener que dormir en
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Sin rostro (parte 2)
La vista que daba el gran ventanal de la ciudad era bastante tranquila, me gustaba. Para un día que comúnmente sería bastante catastrófico para mí, el estar en un lugar que me transmitía tanta paz, era muy reconfortante. Por eso recuerdo ese primer día en el apartamento con Alejandro como el inicio de los días buenos. Comía los sándwiches con lentitud, sintiendo el sabor del jamón con el queso y la mantequilla escurrirse en mi paladar, haciendo que mi estómago gritara de la emoción por recibir comida deliciosa después de más de una semana; pobre de mi cuerpo, estaba llevando del bulto por culpa de mi enfermo cerebro.—Rousse, Rousse —me llamó Alejandro.Volteé a verlo, estaba frente a mí, del otro lado de la mesa de cristal.—¿En qué piensas? —preguntó—, siempre he querido saber por qué te pierdes tanto en tu mente.—La verdad es que no pienso en nada —respondí después de tragar el bocado de sándwich.—¿Cómo?, ¿no piensas en nada? —quedó perplejo, como pensando que era muy rara.—Sól
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Sin rostro (parte 3)
—No, sólo te digo todo lo que las personas logran ver en ti —explicó y después le dio un trago a su jugo de mora.—Tengo que admitir que… de seguro tú has vivido cosas peores que yo —acepté—. En mi caso, sí me crie sin que me faltara algo material. Estudié en los mejores colegios de la ciudad y… en parte mis padres sí se han preocupado en darme una buena educación, pero eso no es lo único importante para ser feliz.—Sí, tienes razón.—Mis padres fueron muy negligentes conmigo desde muy niña —confesé por primera vez—. Mi madre sólo se preocupaba porque pudiera presumirme a sus conocidos y mi padre siempre ha sido una persona que no le gusta tener presiones, así que siempre pasó la mayor parte de su tiempo en el trabajo y creía que su única obligación era pagar las facturas de la casa linda que compró y dar la comida. Mi vida se ha convertido en un infierno total desde que decidí llevarle la contraria a mi madre, no estudiar la maldita carrera de medicina y por eso tuve que esforzarme e
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Un girasol en mi vida
La tarde al lado de Alejandro son con películas y gelatina casera bañada en crema de leche. A eso de las cinco de la tarde estaba acostada en su cama comiendo una taza grande de gelatina mientras sentía cómo me acariciaba el cabello con sus dedos. Habíamos dormido en el medio día después del almuerzo, ya que la noche no fue muy buena para los dos. Lo bueno del día es que no se tiene tanto miedo como en la noche; y más para una persona con tantos remordimientos internos como yo.—Rousse, vamos a comer por fuera —me sugirió Alejandro mientras se arrunchaba a mí.Era imposible pedirle a Alejandro espacio personal, porque vivía acariciándome el cabello o arrunchándose en mí, de hecho, a veces me pedía que también le acariciara el cabello; era lo único que no me gustaba de él.Traté de alejarme u
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Un girasol en mi vida (parte 2)
—Sí, es una gran persona. Es el tipo de persona que no ves en varios meses o años, aunque, cuando la vuelves a ver, recuerdas todo el cariño que le tienes —sonrió con gratitud—. Gracias a todo el proceso que tuvimos, puedo ser la persona que soy hoy en día. La puerta francesa del fondo del pasillo se abrió y un hombre que aparentaba unos cincuenta años salió junto con la que reconocí como la psicóloga, ellos se despidieron y después la mujer se acercó a nosotros cuando quedamos sólo los tres en el ancho pasillo. —¡Alejandro! —saludó la mujer con amplia emoción.—¡Doctora! —la abrazó.—Dichosos los ojos que te ven, ¿cómo estás?La psicóloga debía tener como unos cincuenta y tantos, su piel era bastante clara, como si no tomara mucho e
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