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Todos los capítulos de La chica de las caras rotas: Capítulo 31 - Capítulo 40
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Bajo tu tormenta
Esa tarde, cuando me llamaron de todas las formas posibles, me hizo dar cuenta que me estaba relacionando tanto con un grupo social que me arrastró a tener más problemas de los que en mi estado podría soportar.La ansiedad golpeó mi pecho cuando vi mis manos bañadas en sangre y las personas rodearme para tratar de ayudarme.—¡Sé que fuiste tú la que le dijo que me lo quitara!, ¡maldita zorra, no te vas a salir con la tuya, éstas me las vas a pagar, ya verás! —Me gritó aquella mujer—, ¡eres una cualquiera!, ¡me las vas a pagar, maldita!Dentro de mí contaba mentalmente hasta llegar a trescientos: era la única forma para no terminar gritando y temblando por no poder controlar aquella situación.Todos me hacían preguntas, me tocaban el rostro y me dieron una compresa fría que me durmió media cara.Al
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Bajo tu tormenta (parte 2)
—Ya yo le dije a mi tía que estoy bastante ocupado —objetó Alejandro con tono aburrido—. Además, estoy seguro que las dos me van a comer vivo y después le contarán todo a mi mamá.—Yo puedo llevar a Rousse a su casa —intervino Carlos con una ligera sonrisa en su rostro.Por alguna razón, aquella idea no pareció gustarle nadita a Alejandro, porque le envió una mirada asesina a su amigo. Además, para ese punto ya me estaba sintiendo bastante incómoda al saber que fui el comienzo de una nueva discusión, ¿qué me pasaba ese día que todos estaban discutiendo por mi culpa?—No se preocupen, yo puedo irme sola —dije con algo de timidez.—No, no es ningún problema, Rousse —insistió Carlos—. Yo te puedo llevar, también vivo en la misma ruta.Ana estaba enarcando una sonrisa p
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Atraganto
Mi declive de depresión comenzó esa misma tarde, después que Carlos me trajo a casa. Intenté por todos los medios posibles que no me vieran el rostro moreteado y las manchas de sangre en la camisa del uniforme.Afortunadamente pude hacerlo porque en la casa no había nadie. Sabía que mi madre lo más seguro era que estuviera en el supermercado comprando cosas que faltaran en la casa, ya que su auto no estaba y mi padre aún no llegaba de su trabajo.Entré y me fui directo a mi habitación. Sabía que, si a esa hora mi hermana aún no llegaba a casa era porque no dormiría allí esa noche, y eso me aliviaba, porque por ella mis padres se podían enterar que había recibido un golpe en el rostro.Me di un baño largo, de esos donde terminas arrinconado en una esquina de la ducha dejando que el agua caiga en tu cabeza para hacerte relajar. Pero yo siempre ter
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Atraganto (parte 2)
Pero esa tarde sonreía y mostraba un rostro conmovido por las palabras de la directora Sara. El rostro de Alejandro era de orgullo, su porte estaba más imponente que nunca. Sabía que él pasaba por un momento agridulce, porque tenía el trabajo que tanto había anhelado, aunque no podía celebrarlo con su novia.A la salida, todos dijeron que irían a cenar (ya habían festejado el ascenso de Alejandro, pero querían seguir celebrando).—Rousse, debes celebrar —dijo la profesora Clarena—. Por fin quedaste permanente, ¿cómo que no puedes ir?—Estoy bastante ocupada —mentí—. Tengo que terminar unos…—Déjela, señora Clarena —pidió Carlos—. Ella está a finales de semestre, tiene que estar bastante ocupada.—Vamos, Rousse, te llevo a casa —dijo Alejandro y me rodeó
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Atraganto (parte 3)
Al llegar a Rousseau intenté verme un poco más animada, saludé a algunos profesores como comúnmente hacía y después entré a mi salón para prepararme e iniciar mi día.Sin embargo, aquel día sucedió algo bastante peculiar. Carlos entró a mi salón bastante sonrojado e inspiró profundamente al pasar por la puerta.—Buenas tardes, Rousse —saludó.—Hola, Carlos —respondí sonriente.Vi que detrás de él, a unos metros de distancia, estaba Alejandro sonriente, acompañado de Sarita. ¿Qué estaban planeando?—Rousse, ¿qué harás el sábado? —inquirió.“Me voy a suicidar, así que estaré bastante ocupada en ello, lo siento”, pasó por mi mente y tuve que morderme el labio inferior para no soltar un lamento.
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Abrázame
Sabía que a Rousse le estaba sucediendo algo. Me di cuenta que lograba ver a través de las sonrisas que mostraba porque ya la conocía a fondo, pero aún no tenía las fuerzas como para sentarme frente a ella y que se sintiera con la confianza de que me contara sus males, poder abrazarla y decirle que podía apoyarse en mí.Deseaba hacerlo, animarla y que olvidara sus problemas por un momento para que así lograra respirar paz, aunque fuera un instante. Yo sabía lo que era estar sumergido en aquel vacío, pasé por ello cuando generé la depresión por no haber podido ayudar a la chica que intentó suicidarse en el instituto.Me daba miedo no poder ayudar a Rousse, a ella, que ya se había ganado un rincón en mi corazón. Me daba miedo despertarme un día y que me informaran que se había suicidado.En esa semana lo pensé mucho cuando la veía mirar lejos. Cuando esperábamos en el paradero de buses podía notar como su mente se iba por momentos y sólo quedaba su cuerpo, ¿qué era lo que tanto meditaba
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Abrázame (parte 2)
Era cierto, Rousse estaba bastante delgada, ya no había rastro del cuerpo voluptuoso con el que llegó aquella chica al centro de desarrollo y por el que todos los hombres dejaban ir sus ojos cuando caminaba.—Es por el estudio —contestó Rousse—, la universidad es muy estresante.—Por eso me gusta hacer ejercicio —comenté—, no te imaginas lo desestresante que es levantarse temprano en la mañana, hacer ejercicio y sacar toda esa mala energía que se acumula.—Es cierto —aceptó Carlos—, aparte que ayuda a que no pierdas masa muscular, o en mi caso, el ganar grasa. Yo suelo ser una persona ansiosa, y la ansiedad me da ganas de comer mucho, tengo el metabolismo lento y me engordo con nada. No suelo ser tan riguroso con el ejercicio como Alejandro, pero cuando me siento agobiado, voy al gimnasio y salgo renovado.Reparé a Rousse e imaginé cómo se vería su cuerpo atlético. Tuve que morder mi labio inferior para no arquear una sonrisa de pendejo al imaginarla con ropa deportiva, porque en mi i
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Abrázame (parte 3)
—¿Le pasa algo a Rousse? —preguntó Carlos, acercándose a mí cuando estuvimos solos.Le di la mirada más asesina que mi rostro logró hacer.—Por eso es que estás solo —le dije—. Eres el imprudente más grande del mundo.—¡¿Qué?, ¿por qué?! —estaba perplejo.—Ahora sí que Rousse nunca se va a fijar en ti —solté con enojo—, olvídate de ella. Yo —llevé una mano a mi pecho— no te voy a volver a ayudar a conquistarla, es que… —gruñí— haré lo posible para que nunca te acerques a ella.—¿Por qué?, ¿por qué? —Soltó algo enojado—, ¡¿qué es lo que pasó?!—¡Rousse es depresiva, ella no está pasando por un buen momento! —Confesé—, ¡justo hoy era cuando más mal la vi y tú…! —Volví a gruñir—, ¿cómo se te ocurre decir ese tipo de cosas?, ¿las personas depresivas están locas?, ¡¿qué pasa por tu mente?!Los labios de Alejandro comenzaron a temblar y su rostro se volvió lánguido. Llevó una mano a su nuca y arrugó su entrecejo.—Yo no sabía que ella… —quedó meditando—. ¿Rousse ha intentado quitarse la vid
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Abrázame (parte 4)
No sé por qué le creí en aquel momento, mejor le hubiera hecho caso a mi madre: ellas siempre aciertan en todo lo que dicen.Así que, para eso de las cinco y media de la tarde estaba en mi apartamento, sentado en el mueble de la sala viendo las fotos que me había tomado con Susana, borrando una por una, llorando como un buen pendejo.Después de eliminar las fotos me limpié las lágrimas, dejé de sentirme como una persona absurda y decidí dejar ir lo que sentía por Susana una vez por todas. No sería fácil, pero aquello era el inicio.Decidí escribirle a Rousse, ya que se me ocurrió ir al mirador y sabía lo que le había encantado aquel lugar, además, me preocupaba su estado por el mal semblante que estaba teniendo en esos días. “Lily Rousse, estás en deuda conmigo” le envié un mensaje bastante animado. Pero ella me ignoró y aquello me generó bastante curiosidad, ¿se había enojado conmigo? “Oye… ¿por qué me ignoras? Quiero salir hoy, acompáñame al mirador” envié otro mensaje.Aunque sab
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Días blancos
Un día antes de intentar suicidarme, pareció que todo se puso en mi contra, como dándome más razones por las cuales debía quitarme la vida.—¿En serio vas a quedarte aquí? —preguntó mi madre postrada en el marco de la puerta de mi habitación.—Sí, debo ir al trabajo —respondí.Estaba sentada en mi cama con las piernas cruzadas, limándome las uñas de mis manos —siempre hago eso cuando tengo ansiedad—.—Pero mañana no trabajas —soltó con tono aburrido.—Pero el lunes sí y ustedes vuelven el lunes por la tarde —expliqué.—Puedes pedir el día libre, así como hiciste con la semana de parciales —insistió.—No puedo pedir un día libre, ni siquiera es importante.—¿O sea que tu familia no es importante
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