—Ya yo le dije a mi tía que estoy bastante ocupado —objetó Alejandro con tono aburrido—. Además, estoy seguro que las dos me van a comer vivo y después le contarán todo a mi mamá.
—Yo puedo llevar a Rousse a su casa —intervino Carlos con una ligera sonrisa en su rostro.
Por alguna razón, aquella idea no pareció gustarle nadita a Alejandro, porque le envió una mirada asesina a su amigo. Además, para ese punto ya me estaba sintiendo bastante incómoda al saber que fui el comienzo de una nueva discusión, ¿qué me pasaba ese día que todos estaban discutiendo por mi culpa?
—No se preocupen, yo puedo irme sola —dije con algo de timidez.
—No, no es ningún problema, Rousse —insistió Carlos—. Yo te puedo llevar, también vivo en la misma ruta.
Ana estaba enarcando una sonrisa p
Mi declive de depresión comenzó esa misma tarde, después que Carlos me trajo a casa. Intenté por todos los medios posibles que no me vieran el rostro moreteado y las manchas de sangre en la camisa del uniforme.Afortunadamente pude hacerlo porque en la casa no había nadie. Sabía que mi madre lo más seguro era que estuviera en el supermercado comprando cosas que faltaran en la casa, ya que su auto no estaba y mi padre aún no llegaba de su trabajo.Entré y me fui directo a mi habitación. Sabía que, si a esa hora mi hermana aún no llegaba a casa era porque no dormiría allí esa noche, y eso me aliviaba, porque por ella mis padres se podían enterar que había recibido un golpe en el rostro.Me di un baño largo, de esos donde terminas arrinconado en una esquina de la ducha dejando que el agua caiga en tu cabeza para hacerte relajar. Pero yo siempre ter
Pero esa tarde sonreía y mostraba un rostro conmovido por las palabras de la directora Sara. El rostro de Alejandro era de orgullo, su porte estaba más imponente que nunca. Sabía que él pasaba por un momento agridulce, porque tenía el trabajo que tanto había anhelado, aunque no podía celebrarlo con su novia.A la salida, todos dijeron que irían a cenar (ya habían festejado el ascenso de Alejandro, pero querían seguir celebrando).—Rousse, debes celebrar —dijo la profesora Clarena—. Por fin quedaste permanente, ¿cómo que no puedes ir?—Estoy bastante ocupada —mentí—. Tengo que terminar unos…—Déjela, señora Clarena —pidió Carlos—. Ella está a finales de semestre, tiene que estar bastante ocupada.—Vamos, Rousse, te llevo a casa —dijo Alejandro y me rodeó
Al llegar a Rousseau intenté verme un poco más animada, saludé a algunos profesores como comúnmente hacía y después entré a mi salón para prepararme e iniciar mi día.Sin embargo, aquel día sucedió algo bastante peculiar. Carlos entró a mi salón bastante sonrojado e inspiró profundamente al pasar por la puerta.—Buenas tardes, Rousse —saludó.—Hola, Carlos —respondí sonriente.Vi que detrás de él, a unos metros de distancia, estaba Alejandro sonriente, acompañado de Sarita. ¿Qué estaban planeando?—Rousse, ¿qué harás el sábado? —inquirió.“Me voy a suicidar, así que estaré bastante ocupada en ello, lo siento”, pasó por mi mente y tuve que morderme el labio inferior para no soltar un lamento.
Yo creí estar enamorada de él, de aquel joven profesor que daba clase en la fundación de desarrollo integral en el que era voluntaria para ayudar a los niños con problemas en la materia de lengua castellana, pero nunca le dije lo que sentía, tampoco nunca tuve intención de hacerlo. Al principio pensé que era por vergüenza, después descubrí que se trataba de inseguridad; pero ahora eso no importa, porque estoy a punto de subir a un avión para irme lejos de aquí, al lado de alguien que sabe mis sentimientos a la perfección.Hablo de él: de ese joven que me abrazó las muchas veces que mi cuerpo temblaba y jugaba con mi cabello cuando quería hacerme sonreír.¿Por qué me quiero ir lejos? Bueno, no crean que estoy escapando, en realidad, es un plan que vengo organizando desde hace mucho. Iremos a cumplir una meta y es él la razón para que yo quiera aventurarme a cruzar todo un continente.Todo comenzó ese día que veía al joven profesor abrir la puerta del salón de clases y caminaba por el p
Pasaron dos días en los que no supe de Gabriel, no nos enviábamos mensajes y yo creía que aquel episodio había acabado. Mi vida seguía en aquella monotonía de siempre que me agobiaba en gran manera, aunque ahora tomaba otro camino para no tener que pasar por el puente y recordar lo que estuve a punto de hacer y también, por dentro, me daba miedo volver a intentarlo.—Te vas a volver loca de tanto leer libros —dijo mi padre mientras sostenía una taza de café en una mano, cruzaba las piernas y rodaba la mirada a mi madre, que estaba en la cocina picando unas verduras—. ¿No le vas a decir algo? Mírala, leyendo mientras come, ¿crees que eso es bueno?Mi madre rodó la mirada hasta mí y puso las manos en la cintura.—Lily, deja de leer mientras desayunas —reconvino.Cerré el libro de Eduardo Sacheri y terminé de comer mi taza de avena cocida mientras partía trocitos de pan integral y los echaba en la avena. Siempre me ha gustado este desayuno, siento que me trae muchos recuerdos de mi niñez
Pasa que un día desperté y me di cuenta que no quiero seguir viviendo, así de fácil. ¿Y cuáles son tus argumentos para no querer seguir viviendo? ¿Debo tener una razón? Simplemente… me levanté y me di cuenta que esta vida es un sinsentido, una monotonía agobiante y las personas que me rodean son peor. Pero todo depende de la mirada que le pongas a la vida, Lily. La vida de por sí no tiene sentido, puede llegar a tener sentido, sin embargo, si tú misma le das un sentido. Pero si ves la vida como un sinsentido, claramente así lo será y las cosas que hagas, será aún peor. Pero si ves la vida con ganas de vivirla, todo será más claro, con mucho más sentido, porque tú eres quien le pone ese sentido. ¿Y cómo le pondría sentido a la vida?Haciendo las cosas que siempre has deseado hacer. ¿Alguna vez has pensado en hacer una lista de deseos?Sí… el profe de filosofía en el colegio nos lo recomendó, intenté hacerlo, pero nah… esas cosas no van conmigo. ¿Qué escribiste esa vez?Que quer
Cuando estaba en secundaria me gustaba pasar los descansos leyendo un libro en la biblioteca del instituto, así que no me relacionaba mucho con mis compañeros. No es que fuera tímida, simplemente no le encontraba interés a conversar con chicos de mi edad, en cambio, a veces conversaba con mis profesores o gente mayor: me encantaba escucharlos, saber de sus experiencias.La primera vez que me fijé en un hombre, él tenía el doble de edad que yo, así que siempre sentí que fui un poco diferente a los niños de mi edad. Por esa misma razón muy poco tenía amistades, y las que estaban, duraban muy poco. Siempre me decía que no era mi culpa, que eran ellos los que no me comprendían.Pero ahí estaba, esperando la llamada de un desconocido que vivía al otro lado del continente.—Hola, Lily, ¿cómo estás? —escuché su voz por segunda vez.—Bueno… —no sabía si contestar que bien, no había necesidad de mentir—, ¿qué te puedo decir? Siento que me estoy ahogando, que estoy atrapada en un lugar y necesi
Rousse, había dicho mi apellido.Sólo existía un lugar donde no me llamaban por mi nombre: mi trabajo.De pronto, reconocí la voz. Y fue cuestión de voltear un poco el rostro, notar aquella barba negra perfectamente arreglada para darme cuenta de quién se trataba.Mierda. Ahora estaba peor que antes.Alejandro…Como pude, volví a tomar lugar en el bordillo, aunque Alejandro nunca soltó su agarre.—¡Estoy bien, estoy bien! —solté con la voz temblorosa—, yo voy a…—¡No, no lo hagas!, por favor —trató de calmar su voz—. Piénsalo mejor. Piensa en tu familia, Rousse, por favor. Tienes a mucha gente que te quiere.Solté un jadeo al ver que sí, él creía que me iba a suicidar; bueno, es que, si ves a una persona del otro lado del puente, observando el precipicio, es natural que lo piense. No es como que yo no hubiese intentado hacerlo…—No, no, yo voy… —traté de explicar, paseé la mirada para ver si había más personas, pero no era así, afortunadamente—. No voy a saltar, déjame pasarme al otro