Al llegar a Rousseau intenté verme un poco más animada, saludé a algunos profesores como comúnmente hacía y después entré a mi salón para prepararme e iniciar mi día.
Sin embargo, aquel día sucedió algo bastante peculiar. Carlos entró a mi salón bastante sonrojado e inspiró profundamente al pasar por la puerta.
—Buenas tardes, Rousse —saludó.
—Hola, Carlos —respondí sonriente.
Vi que detrás de él, a unos metros de distancia, estaba Alejandro sonriente, acompañado de Sarita. ¿Qué estaban planeando?
—Rousse, ¿qué harás el sábado? —inquirió.
“Me voy a suicidar, así que estaré bastante ocupada en ello, lo siento”, pasó por mi mente y tuve que morderme el labio inferior para no soltar un lamento.
Sabía que a Rousse le estaba sucediendo algo. Me di cuenta que lograba ver a través de las sonrisas que mostraba porque ya la conocía a fondo, pero aún no tenía las fuerzas como para sentarme frente a ella y que se sintiera con la confianza de que me contara sus males, poder abrazarla y decirle que podía apoyarse en mí.Deseaba hacerlo, animarla y que olvidara sus problemas por un momento para que así lograra respirar paz, aunque fuera un instante. Yo sabía lo que era estar sumergido en aquel vacío, pasé por ello cuando generé la depresión por no haber podido ayudar a la chica que intentó suicidarse en el instituto.Me daba miedo no poder ayudar a Rousse, a ella, que ya se había ganado un rincón en mi corazón. Me daba miedo despertarme un día y que me informaran que se había suicidado.En esa semana lo pensé mucho cuando la veía mirar lejos. Cuando esperábamos en el paradero de buses podía notar como su mente se iba por momentos y sólo quedaba su cuerpo, ¿qué era lo que tanto meditaba
Era cierto, Rousse estaba bastante delgada, ya no había rastro del cuerpo voluptuoso con el que llegó aquella chica al centro de desarrollo y por el que todos los hombres dejaban ir sus ojos cuando caminaba.—Es por el estudio —contestó Rousse—, la universidad es muy estresante.—Por eso me gusta hacer ejercicio —comenté—, no te imaginas lo desestresante que es levantarse temprano en la mañana, hacer ejercicio y sacar toda esa mala energía que se acumula.—Es cierto —aceptó Carlos—, aparte que ayuda a que no pierdas masa muscular, o en mi caso, el ganar grasa. Yo suelo ser una persona ansiosa, y la ansiedad me da ganas de comer mucho, tengo el metabolismo lento y me engordo con nada. No suelo ser tan riguroso con el ejercicio como Alejandro, pero cuando me siento agobiado, voy al gimnasio y salgo renovado.Reparé a Rousse e imaginé cómo se vería su cuerpo atlético. Tuve que morder mi labio inferior para no arquear una sonrisa de pendejo al imaginarla con ropa deportiva, porque en mi i
—¿Le pasa algo a Rousse? —preguntó Carlos, acercándose a mí cuando estuvimos solos.Le di la mirada más asesina que mi rostro logró hacer.—Por eso es que estás solo —le dije—. Eres el imprudente más grande del mundo.—¡¿Qué?, ¿por qué?! —estaba perplejo.—Ahora sí que Rousse nunca se va a fijar en ti —solté con enojo—, olvídate de ella. Yo —llevé una mano a mi pecho— no te voy a volver a ayudar a conquistarla, es que… —gruñí— haré lo posible para que nunca te acerques a ella.—¿Por qué?, ¿por qué? —Soltó algo enojado—, ¡¿qué es lo que pasó?!—¡Rousse es depresiva, ella no está pasando por un buen momento! —Confesé—, ¡justo hoy era cuando más mal la vi y tú…! —Volví a gruñir—, ¿cómo se te ocurre decir ese tipo de cosas?, ¿las personas depresivas están locas?, ¡¿qué pasa por tu mente?!Los labios de Alejandro comenzaron a temblar y su rostro se volvió lánguido. Llevó una mano a su nuca y arrugó su entrecejo.—Yo no sabía que ella… —quedó meditando—. ¿Rousse ha intentado quitarse la vid
No sé por qué le creí en aquel momento, mejor le hubiera hecho caso a mi madre: ellas siempre aciertan en todo lo que dicen.Así que, para eso de las cinco y media de la tarde estaba en mi apartamento, sentado en el mueble de la sala viendo las fotos que me había tomado con Susana, borrando una por una, llorando como un buen pendejo.Después de eliminar las fotos me limpié las lágrimas, dejé de sentirme como una persona absurda y decidí dejar ir lo que sentía por Susana una vez por todas. No sería fácil, pero aquello era el inicio.Decidí escribirle a Rousse, ya que se me ocurrió ir al mirador y sabía lo que le había encantado aquel lugar, además, me preocupaba su estado por el mal semblante que estaba teniendo en esos días. “Lily Rousse, estás en deuda conmigo” le envié un mensaje bastante animado. Pero ella me ignoró y aquello me generó bastante curiosidad, ¿se había enojado conmigo? “Oye… ¿por qué me ignoras? Quiero salir hoy, acompáñame al mirador” envié otro mensaje.Aunque sab
Un día antes de intentar suicidarme, pareció que todo se puso en mi contra, como dándome más razones por las cuales debía quitarme la vida.—¿En serio vas a quedarte aquí? —preguntó mi madre postrada en el marco de la puerta de mi habitación.—Sí, debo ir al trabajo —respondí.Estaba sentada en mi cama con las piernas cruzadas, limándome las uñas de mis manos —siempre hago eso cuando tengo ansiedad—.—Pero mañana no trabajas —soltó con tono aburrido.—Pero el lunes sí y ustedes vuelven el lunes por la tarde —expliqué.—Puedes pedir el día libre, así como hiciste con la semana de parciales —insistió.—No puedo pedir un día libre, ni siquiera es importante.—¿O sea que tu familia no es importante
Ese día estuve bastante silenciosa en el trabajo, tampoco tenía ganas de fingir que todo en mi vida estaba bien, porque las máscaras en mi rostro estaban quebradas y lo único que quería era llegar a mi casa, no encontrar a nadie y poder tomarme las pastillas.Así que, a la salida, cuando Alejandro intentó convencerme para que me acompañara a la parada de buses le dije que no, que no me insistiera y me marché.Logré comprar la última tanda de pastillas en la droguería que quedaba cerca al puente, así ya tenía muchas pastillas para lo que haría al día siguiente.Esperé en silencio a que llegara mi ruta. Veía a las personas que se acercaban a la parada de buses, a veces se sentaban a mi lado y se levantaban cuando llegaba su ruta. Me sentí como la Rousse de antes, la que sólo vivía su rutina, donde no había nadie
A la profesora le gustó mi forma de leer, decía que era bastante limpia al hacerlo y me puso a decir varios discursos en el colegio en los eventos que solían hacerse. Eso me animó bastante porque sentía que me estaba volviendo muy buena alumna y me ayudó con la seguridad en mí misma.Fueron buenos tiempos, una rutina que me agradaba mucho. No existían las discusiones en mi casa, me llevaba bien con mis padres y lograba conversar con mis compañeros de clase, hasta llegué a quedar con algunas niñas para pasar tardes en sus casas mientras hacíamos tareas: era una niña normal de mi edad. Yo no sabía lo que era la depresión y mucho menos los trastornos de ansiedad.Pero todo eso terminó cuando puse mis ojos en el chico nuevo de mi salón de clase en octavo grado. Cuando decidí declararle mis sentimientos en una carta y él me rechazó, per
Al llegar a la casa de Rousse, bajé de la moto con rapidez y me acerqué al portón. Justo como había dicho ella, el portón no tenía seguro, así que pude abrir y adentrarme por toda la terraza donde encontré un pequeño pasillo en el jardín que llevaba hasta el fondo de la casa por donde corrí, tratando de seguir las indicaciones que me había dado. Me topé con la puerta del patio que estaba abierta y dejaba ver lo que era una cocina mediana.—¡Rousse! —comencé a gritar.Me di cuenta que no había nadie, ya desde la entrada había tenido esa impresión, pero… ¿dónde se encontraba Rousse?Me adentré hacia el interior de la casa, chocándome con la sala principal y unas escaleras.—¡Rousse! —volví a llamar, pero no tuve respuesta.Decidí subir por las