Simone.—¿Cuál sería?—Para comenzar, pasa la tarde conmigo, quiero disfrutar lo bien que te queda ese biquini.El atardecer nos toma en la terraza privada del condominio, estoy acostada sobre una tumbona, Edmond se deleita esparciendo bloqueador solar sobre mi espalda y glúteos, aunque ya no lo necesite. Sus dedos se deslizan con la gracilidad de un pianista cuando toca su melodía preferida. Es relajante, erótico, hace que desee no dejar de sentir su toque. Él comienza a besar mi hombro, justo sobre el golpe.—¿Duele?—Un poco, creo que saldrá un moratón.—Prometo besártelo todos los días hasta que se cure.Son esas cosas que dice las que derriten mi alma. Él prosigue con su camino de besos, va al cuello, luego a mi espalda, son lentos, calientes, cargados de disfrute. Comienza a acariciar mis caderas; la forma en la que se agarra de ellas grita que él quiere más, que lo necesita; su apetito, su deseo explícito hace que entre en pánico. Mi mente es mi mayor enemiga, lo sé, pero no me
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