Respiré hondo, tratando de calmar el torrente de pensamientos que me invadían.—Señora Riviera, soy Helen, la asistente de su esposo. ¿Puedo entrar? —la voz del otro lado de la puerta era suave, casi maternal.—Sí, adelante —respondí, intentando mantener mi voz firme.La puerta se abrió y una mujer de mediana edad, con una expresión amable, entró a la habitación. Me miró con una mezcla de preocupación y curiosidad.—El señor Riviera me pidió que viniera a ver cómo se siente. Está muy preocupado por usted —dijo Helen, acercándose lentamente.—Estoy... bien, solo necesito un poco de tiempo para mí misma —respondí, intentando sonar convincente.Helen asintió, como si entendiera más de lo que decía.—Entiendo. Si necesita algo, estaré en la sala. Tome su tiempo, señora Riviera.La asistente salió de la habitación, dejándome nuevamente sola con mis pensamientos. Me levanté y comencé a explorar la habitación en busca de respuestas.Abrí los cajones, busqué en el armario, intentando encontra
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