—Y yo te amo a ti, Leonel —respondí, acurrucándome más cerca de él, sintiendo que, por fin, había encontrado mi lugar en el mundo.Los días pasaron llenos de amor, risas y pasión.Leonel y yo disfrutamos cada momento juntos, desde los paseos matutinos hasta las noches estrelladas en la terraza, riendo y contando historias. Nuestra relación floreció, y cada día se sentía como un regalo, lleno de pequeños detalles y momentos que nos acercaban más.Una mañana, mientras estábamos en la cocina preparando el desayuno, Leonel me sorprendió con su torpeza al intentar voltear un panqueque, terminando con la mezcla por todo el techo.—¡Mira lo que has hecho! —dije, riendo mientras trataba de limpiar el desastre.—Supongo que el chef aquí eres tú —respondió, riendo también y acercándose para darme un beso en la mejilla.Los días eran una mezcla perfecta de ternura y diversión. Pasábamos horas hablando de nuestros sueños y planes, disfrutando de cada segundo juntos.Había momentos en los que nos
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