La desesperación era un sentimiento que se había instalado en mi pecho, una sensación que no me soltaba. Toqué la puerta toda la noche, rogando que alguien me escuchara, pero fui ignorada. No podía creer que, por mi culpa, la vida de mi bebé estuviera en riesgo. Si pudiera, le avisaría a Ro, pero estaba atrapada, sin opciones.Finalmente, decidí que no podía esperar más. Me puse un vestido negro que encontré en el clóset, mis manos temblaban al alisarlo. Observé la ventana y noté que no tenía rejas, una oportunidad. Desesperada, improvisé una cuerda con las sábanas, haciéndole nudos como cuando me escapaba con Antonio en el pasado. Las até a un mueble firme y, sin pensarlo demasiado, comencé a descender por la ventana.—¡Por favor, que no se rompa!— murmuré para mí misma, con el corazón latiéndome en la garganta.Pero la suerte no estaba de mi lado. A mitad de camino, la maldita sábana se rompió y caí al suelo. Gracias al cielo, había solo pasto debajo, pero mi rodilla no tuvo la mism
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