Cuando Analía entró en la habitación que compartía con Salem, lo hizo estrepitosamente. Abrió la puerta con fuerza, y el sonido de sus pies descalzos alertó al Alfa antes de que ella llegara con él. Cuando lo hizo, el hombre se había erguido sobre la cama y sostenía los puños firmes frente a ella. — ¿Quién es? — preguntó alterado. Luego, cuando percibió el aroma de Analía, se calmó — . ¿Por qué entras así, de esa manera? Me despertaste — dijo, acostándose en la cama nuevamente y abrazando con fuerza su almohada.Analía tenía el aliento entrecortado y le costó sacar las palabras de su cargada garganta. — Esta cosa — dijo, meneando la piedra en el aire — esta cosa hizo algo. — Imagino que sostienes algo en tu mano — dijo Salem adormilado — pero no sé cómo es que siempre olvidas, una y otra vez, que no puedo ver lo que tienes.Analía se sentó al borde de la cama, tomó la grande mano de El Alfa y apoyó la piedra verdosa en su palma. — ¿Qué es esto, papel duro? — preguntó Salem. Ni siq
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