Los labios de la Alfa se posaron sobre el cuello de Analía. La besó con profundidad, atrayéndola hacia su cuerpo. «En qué momento sucedieron las cosas? » se preguntó Analía. «No lo sé » Cuando lo pensó, ya estaba sentada sobre el regazo de Salem, el cuerpo cálido del hombre pegado al suyo. Las manos de él se metieron por entre su vestido y la acariciaron la espalda. Analía se dejó llevar. Movió las caderas sobre él mientras sus labios rozaban la sensible piel de su oreja. Luego, cuando el hombre la besó en los labios, lo hizo con profundidad, con pasión y deseo, dejándose llevar por sus emociones.Aún seguían en el trono, en el salón principal. Nadie estaba allí, pero en cualquier momento cualquier persona podría entrar. De todas formas, Analía se imaginaba que nadie se atrevería a decirles nada. Era el Alfa y la Luna de esa ciudad, de esa manada. ¿Quién podría decirles algo, estando en su propio hogar? Analía lo besó de vuelta. Los labios cálidos y sedosos del hombre eran una com
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