La lengua de Salem se enredó con la suya, besándola con profundidad. Los labios ansiosos del hombre entre los suyos la hicieron sentir tan débil y tan fuerte al mismo tiempo, que fue una sensación que Analía no pudo explicar. El cuerpo de Salem, junto al suyo, desprendía un calor incontrolable. Las manos del hombre, en su espalda, la apretaron con fuerza, como si quisiera convertirse en un solo cuerpo con ella. Cuando Analía sintió la dura erección de Salem contra su vientre, lo apartó un poco. — ¿Estás seguro de que quieres hacer esto? — le preguntó — . Hace una hora estabas muerto. — Y ahora estoy más vivo que nunca. Estoy más libre que nunca, Analía. Esta noche soy libre por primera vez en mi vida. Ya no estoy ciego, ya no estoy preso de ningún hechizo. Soy solo yo, con mis decisiones, con lo que quiero hacer. Y esta noche quiero hacerte mía. Quiero sentirte rodeándome, quiero sentir tu calor. Te deseo... te deseo desde siempre, desde el primer instante en el que te vi. Te deseo,
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