Cuando la lámpara se destruyó, Stephan cambió su expresión. No fue miedo ni tampoco rabia, sino una mezcla de ambas cosas que envolvieron al rey Cuervo. Apretó con fuerza el único pedazo de lámpara que le había quedado en la mano y luego miró a Analía con ira. — ¿Qué hiciste, maldita? — le gritó, furioso — . ¿Qué fue lo que hiciste?Analía ya no tenía más balas en su arma; de lo contrario, le habría volado la cabeza en ese mismo instante. Sin embargo, ya no tenía municiones. Por el contrario, Franco sí tenía, esbozó una sonrisa burlona y se puso de pie y levantó el arma hacia Stephan. — Hoy te mueres, maldito — le dijo, disparándole.La Brika cortó el aire, pero Stephan logró moverse a tiempo, y la bala, en lugar de darle en la cabeza, golpeó una de sus alas. La sangre brotó de inmediato y una pluma del cuervo salió despedida del ala, volando por la habitación. — ¡No! — gritó, presa del terror.Analía nunca lo había visto tan asustado como en ese momento. Él se había creído inmorta
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