155| Emboscada.

Analía fue asignada junto con Alexander a un espía alto, de cabello rubio brillante, rapado, y ojos tan oscuros como la noche. Tenía los labios carnosos y una cicatriz en la ceja que lo hacía extrañamente sexy. Ambos se miraron cuando el espía, con una voz igualmente seductora, les dijo:

— Tendrán que obedecerme en todo. Cada cosa que les diga, la hacen. Si les digo corran, corren. Si les digo cállense, se callan. Si les digo tírense al suelo, se tiran al suelo. ¿Entendido?

Ellos asintieron al unísono.

— Sí, señor — dijeron al mismo tiempo.

El hombre les dio la espalda, y Analía y Alexander no pudieron evitar reírse. Era un momento tenso e importante, pero encontrar un instante de entretenimiento les ayudaba a aliviar el mal sabor de boca. Alexander le señaló a Analía el trasero bien formado del espía, pero el rubio se dio vuelta y le dio un golpe en la cabeza.

— Concéntrate.

Su nombre era Franco. El grupo se dividió. Analía le dio un último y profundo beso a Salem, y luego tuvo qu
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