Todos los capítulos de Esposa de Otro Tiempo: Atada al Villano Rey Alfa: Capítulo 81 - Capítulo 90
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81. Conversando con el sirviente
Aelina se sumió en un mar de pensamientos, su mente inquieta girando en torno a las peculiaridades de Valdimir. ¿Por qué el rey no comía otras cosas? ¿Sería por gusto o por necesidad? Estas preguntas se clavaron en su conciencia, despertando una intriga que amenazaba con consumirla.El silencio de la habitación se vio interrumpido por la voz temblorosa de Erik, que sorprendió a Aelina con una revelación inesperada:—Hacen postres exclusivamente para usted —dijo de repente, sus ojos fijos en las botas que pulía con esmero—. Como es joven y humana, por órdenes del Rey le preparan cosas dulces como pasteles, cremas y todo lo delicioso que le traigo, para mimarla.Aelina sintió cómo su corazón daba un vuelco. Sus ojos se abrieron de par en par, reflejando la sorpresa que la invadía. La idea de que Valdimir hubiera ordenado específicamente que le prepararan dulces la desconcertó y, muy a su pesar, la conmovió ligeramente.—¿Ustedes no comen postres? —preguntó, inclinándose hacia adelante, s
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81. Secretos en el palacio real
Para ese momento, había algo que no se quitaba de la mente de Alina que se decía para sus adentros: «Así que es un tabú decir la verdad: que Valdimir le quitó el trono a su hermano». Al comprender eso, ella sentía como si la habitación se hubiese vuelto más pequeña, con las paredes acercándose como si quisieran atrapar los secretos que flotaban en el aire.—Entiendo, entiendo —susurró Aelina, con su voz apenas audible—. ¿Ellos... se llevaban mal?Erik aguzó sus sentidos, sus ojos moviéndose rápidamente hacia la puerta y de vuelta. Satisfecho de que no hubiera nadie escuchando, se inclinó ligeramente hacia adelante. Su rostro mostraba una lucha interna, el deseo de hablar combatiendo con esos años de entrenamiento para mantener la boca cerrada frente a los reyes.—Casi nadie conocía al Rey Valdimir... —comenzó, su voz un murmullo casi imperceptible—. Sabían de su existencia, pero como rumores...—¿Qué? ¿Cómo que rumores? —interrumpió Aelina, incapaz de contener su asombro.—Nunca había
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82. La tortura de Valdimir para Aelina
Aelina se debatía en un torbellino de emociones contradictorias. Sus intentos de resistencia se desvanecían ante el embriagador beso de Valdimir que, con sus fornidos brazos la envolvían con una fuerza irresistible. La fusión de sus labios, el baile libidinoso de sus lenguas y los suaves mordiscos que él le propinaba ocasionalmente la sumergían en un éxtasis inexplorado.Inexplicablemente, mientras Valdimir la besaba, Aelina se olvidaba de la naturaleza sobrenatural y —quien era— ese que estaba ahí sobre ella, su «esposo», aunque no lo quisiera admitir. Para ese momento, todo se desvanecía excepto las sensaciones que solo este hombre lobo lograba despertar en ella, sensaciones que la transportaban a un universo de placer desconocido.Entre jadeos entrecortados y suspiros ahogados, Aelina sentía que su atuendo se convertía en una prisión sofocante. El corsé le oprimía el pecho, dificultándole la respiración, el vestido era sofocante ocasionando que una oleada de calor recorriera su cuer
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83. Ataduras del deseo
La habitación en ese instante se encontraba envuelta en un manto de penumbra, iluminada únicamente por el resplandor tenue y oscilante de las velas que pendían de un lujoso candelabro de araña. La luz ambarina se movía sobre sus pieles, bañándolas en un cálido tono anaranjado que acentuaba cada curva y cada músculo tenso.Entonces sin perder más tiempo, Valdimir se irguió con la gracia de un depredador. Su figura imponente se alzó sobre Aelina, proyectando una sombra que parecía envolverla por completo. Con movimientos deliberados, Valdimir guio su virilidad, larga, palpitante y dura como roca hacia la intimidad de Aelina y sin más preámbulo que un instante de conexión visual, intensa y profunda, Valdimir se hundió en ella hasta el fondo. El acto arrancó de ambos una exhalación brusca, mezcla de placer y algo más. La humedad de Aelina, evidencia de su deseo ardiente, facilitó la unión, pero, aun así, la sensación de plenitud la dejó sin aliento, como si de repente todo el aire hubiera
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84. Preparativos para una cena real
Transcurrida la hora y media, como por obra de un hechizo invisible, las ataduras que aprisionaban a Aelina se desvanecieron y la cabecera de esa cama volvió a la normalidad. La joven, que estuvo sumida en un sueño profundo producto del agotamiento se estremeció al sentir su cuerpo caer sobre el mullido colchón. Sus párpados, pesados como el plomo, se abrieron con dificultad, revelando unos ojos cansados que parpadearon varias veces para adaptarse a la tenue luz de la habitación.A diferencia de otros despertares, en esta ocasión cada fibra de su ser la sentía apaleada. Su cuerpo, normalmente ágil y lleno de vitalidad digna de una joven en la flor de su vida, ahora parecía haber sido aplastado por una roca gigante. Esto se debía a la ausencia del toque curativo de Valdimir, que en ocasiones anteriores había aliviado sus dolores, pero en esta ocasión la falta de su atención se hacía notar con cruel intensidad en el cuerpo de Aelina.—Ah —gimió la muchacha, incorporándose con dificultad
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85. Sombras y jerarquías
La puerta se abrió con un chirrido apenas audible, revelando la figura de Erik. Aelina frunció los labios instintivamente al verlo en una mezcla de preocupación y culpa atravesando su rostro. El joven se veía agotado, con círculos levemente oscuros bajo sus ojos que hablaban de que no había parado de trabajar durante todo el día. Sin embargo, para su asombro, los golpes que había visto durante la mañana habían desaparecido casi por completo. Su rostro, antes hinchado y amoratado, ahora solo mostraba leves sombras que probablemente se desvanecerían al amanecer.La rapidez de la recuperación de los licántropos nunca dejaba de sorprenderla. Lo que en un humano habría requerido semanas de cuidados, en Erik se había resuelto en menos de 24 horas. Era un recordatorio constante de la naturaleza sobrenatural de aquellos que la rodeaban. Sin embargo, el cansancio en los ojos color miel del muchacho era una herida que parecía resistirse a sanar, un vestigio de humanidad en medio de tanta magia l
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86. El festín de los dos
—No tenemos toda la noche, humana… —insistió Valdimir para que la muchacha se apresurara.Aelina tuvo que hacer un esfuerzo admirable para no poner los ojos en blanco al escuchar la voz autoritaria e impaciente de Valdimir. En su lugar, con una gracia que parecía desafiar la tensión del momento, enderezó su espalda, creando una línea recta y orgullosa desde la base de su cuello hasta la curva de su cintura. Alzó el mentón en un gesto de dignidad silenciosa, con sus ojos brillando en una mezcla de desafío y resignación. Cuando respondió, su voz era un estudio de control, cada sílaba cuidadosamente modulada para ocultar la irritación que bullía bajo la superficie:—Sí, su majestad, voy enseguida —las palabras salieron de sus labios como gotas de miel, dulces, pero con un trasfondo de obstinación que apenas era perceptible.Con un movimiento fluido y elegante, Aelina tomó los pliegues de su vestido entre sus dedos, el suave roce de la hermosa tela contra su piel era un recordatorio de su
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87. Tensión en la mesa real
En ese mismo instante, Valdimir se encontraba en un estado de nerviosismo que lo desconcertaba. Esta cena, aparentemente simple, representaba todo un hito en su vida: era la primera vez que se sentaba en esa mesa a compartir una comida, normalmente él comía solo en cualquier lugar donde estuviera, pero por gusto, se le había ocurrido tener una cena, su primera en el comedor real con Aelina, quien, a pesar de las circunstancias turbulentas de su unión, era su esposa, su reina.«Mi destinada», se dijo en pensamientos, ya que Aelina también era eso para él, sin embargo, otra voz dentro de él le respondió: «¿Destinada?, solo es parte de tu imaginación, ella no es eso para ti, el destino no premia a los monstruos con compañeras de vida, ese lazo que sientes es falso, no te hagas ilusiones banales, cuando menos te lo esperes, la matarás, como siempre haces… solo úsala para tus propósitos y deja de pensar en tonterías que no posees», esos pensamientos hicieron que Valdimir tensara su mandíbu
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88. Sombras y Vino
Para sorpresa de Aelina, la cena transcurrió con un ritmo inesperadamente agradable. Valdimir, contra todo pronóstico, se estaba comportando con una cortesía inusual. Aunque no era particularmente un hombre conversador, la joven reina se encontró, para su asombro, en un estado que distaba mucho de la incomodidad que había anticipado. Es cierto que en un par de ocasiones la conversación había rozado temas que ella consideraba algo atrevidos, pero en general, la velada estaba resultando sorprendentemente placentera.El suave tintineo de los cubiertos contra la fina porcelana y el aroma embriagador del vino creaban una atmósfera casi íntima. Las velas esparcidas por la mesa proyectaban sombras sobre la pareja, suavizando los rasgos usualmente duros del Rey Lobo. Fue en ese momento, en un intento por desviar la conversación hacia terrenos menos peligrosos, que Aelina decidió indagar sobre un tema que había despertado su curiosidad desde su llegada al palacio.Con un gesto elegante, la jove
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89. Delirios de medianoche
En ese momento, el silencio de la noche se vio interrumpido por los pensamientos turbulentos de Valdimir. Las expresiones de su rostro, normalmente herméticas, ahora reflejaban una mezcla de incredulidad y preocupación mientras observaba a la joven reina. «¿Cuántas copas bebió, cuatro o cinco y ya está ebria? No puedo creerlo», reflexionó con su ceño frunciéndose imperceptiblemente. Con un suspiro apenas audible, declaró:—Ya es hora de irnos.La reacción de Aelina fue inmediata y apasionada. Sus ojos, brillantes por el alcohol, se abrieron de par en par, y su voz, ligeramente arrastrada, resonó en el comedor:—¿Qué? ¡No! —exclamó, dejándose caer sobre la mesa en una postura de falso descanso. Sus cabellos, antes perfectamente peinados, caían en suaves ondas sobre el mantel—. Nos estamos divirtiendo, Rey Lobo. Solo falta algo de música, sigamos hablando.Con un movimiento torpe pero decidido, Aelina se incorporó con sus mejillas sonrojadas por el vino y la excitación. Extendió la mano
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