¿Por qué de repente Valdimir quiere cenar con ella? ¿Como terminará esa cena, en otro castigo? ¡Lo sabremos en los siguientes episodios no te los puedes perder!!
Transcurrida la hora y media, como por obra de un hechizo invisible, las ataduras que aprisionaban a Aelina se desvanecieron y la cabecera de esa cama volvió a la normalidad. La joven, que estuvo sumida en un sueño profundo producto del agotamiento se estremeció al sentir su cuerpo caer sobre el mullido colchón. Sus párpados, pesados como el plomo, se abrieron con dificultad, revelando unos ojos cansados que parpadearon varias veces para adaptarse a la tenue luz de la habitación.A diferencia de otros despertares, en esta ocasión cada fibra de su ser la sentía apaleada. Su cuerpo, normalmente ágil y lleno de vitalidad digna de una joven en la flor de su vida, ahora parecía haber sido aplastado por una roca gigante. Esto se debía a la ausencia del toque curativo de Valdimir, que en ocasiones anteriores había aliviado sus dolores, pero en esta ocasión la falta de su atención se hacía notar con cruel intensidad en el cuerpo de Aelina.—Ah —gimió la muchacha, incorporándose con dificultad
La puerta se abrió con un chirrido apenas audible, revelando la figura de Erik. Aelina frunció los labios instintivamente al verlo en una mezcla de preocupación y culpa atravesando su rostro. El joven se veía agotado, con círculos levemente oscuros bajo sus ojos que hablaban de que no había parado de trabajar durante todo el día. Sin embargo, para su asombro, los golpes que había visto durante la mañana habían desaparecido casi por completo. Su rostro, antes hinchado y amoratado, ahora solo mostraba leves sombras que probablemente se desvanecerían al amanecer.La rapidez de la recuperación de los licántropos nunca dejaba de sorprenderla. Lo que en un humano habría requerido semanas de cuidados, en Erik se había resuelto en menos de 24 horas. Era un recordatorio constante de la naturaleza sobrenatural de aquellos que la rodeaban. Sin embargo, el cansancio en los ojos color miel del muchacho era una herida que parecía resistirse a sanar, un vestigio de humanidad en medio de tanta magia l
—No tenemos toda la noche, humana… —insistió Valdimir para que la muchacha se apresurara.Aelina tuvo que hacer un esfuerzo admirable para no poner los ojos en blanco al escuchar la voz autoritaria e impaciente de Valdimir. En su lugar, con una gracia que parecía desafiar la tensión del momento, enderezó su espalda, creando una línea recta y orgullosa desde la base de su cuello hasta la curva de su cintura. Alzó el mentón en un gesto de dignidad silenciosa, con sus ojos brillando en una mezcla de desafío y resignación. Cuando respondió, su voz era un estudio de control, cada sílaba cuidadosamente modulada para ocultar la irritación que bullía bajo la superficie:—Sí, su majestad, voy enseguida —las palabras salieron de sus labios como gotas de miel, dulces, pero con un trasfondo de obstinación que apenas era perceptible.Con un movimiento fluido y elegante, Aelina tomó los pliegues de su vestido entre sus dedos, el suave roce de la hermosa tela contra su piel era un recordatorio de su
En ese mismo instante, Valdimir se encontraba en un estado de nerviosismo que lo desconcertaba. Esta cena, aparentemente simple, representaba todo un hito en su vida: era la primera vez que se sentaba en esa mesa a compartir una comida, normalmente él comía solo en cualquier lugar donde estuviera, pero por gusto, se le había ocurrido tener una cena, su primera en el comedor real con Aelina, quien, a pesar de las circunstancias turbulentas de su unión, era su esposa, su reina.«Mi destinada», se dijo en pensamientos, ya que Aelina también era eso para él, sin embargo, otra voz dentro de él le respondió: «¿Destinada?, solo es parte de tu imaginación, ella no es eso para ti, el destino no premia a los monstruos con compañeras de vida, ese lazo que sientes es falso, no te hagas ilusiones banales, cuando menos te lo esperes, la matarás, como siempre haces… solo úsala para tus propósitos y deja de pensar en tonterías que no posees», esos pensamientos hicieron que Valdimir tensara su mandíbu
Para sorpresa de Aelina, la cena transcurrió con un ritmo inesperadamente agradable. Valdimir, contra todo pronóstico, se estaba comportando con una cortesía inusual. Aunque no era particularmente un hombre conversador, la joven reina se encontró, para su asombro, en un estado que distaba mucho de la incomodidad que había anticipado. Es cierto que en un par de ocasiones la conversación había rozado temas que ella consideraba algo atrevidos, pero en general, la velada estaba resultando sorprendentemente placentera.El suave tintineo de los cubiertos contra la fina porcelana y el aroma embriagador del vino creaban una atmósfera casi íntima. Las velas esparcidas por la mesa proyectaban sombras sobre la pareja, suavizando los rasgos usualmente duros del Rey Lobo. Fue en ese momento, en un intento por desviar la conversación hacia terrenos menos peligrosos, que Aelina decidió indagar sobre un tema que había despertado su curiosidad desde su llegada al palacio.Con un gesto elegante, la jove
En ese momento, el silencio de la noche se vio interrumpido por los pensamientos turbulentos de Valdimir. Las expresiones de su rostro, normalmente herméticas, ahora reflejaban una mezcla de incredulidad y preocupación mientras observaba a la joven reina. «¿Cuántas copas bebió, cuatro o cinco y ya está ebria? No puedo creerlo», reflexionó con su ceño frunciéndose imperceptiblemente. Con un suspiro apenas audible, declaró:—Ya es hora de irnos.La reacción de Aelina fue inmediata y apasionada. Sus ojos, brillantes por el alcohol, se abrieron de par en par, y su voz, ligeramente arrastrada, resonó en el comedor:—¿Qué? ¡No! —exclamó, dejándose caer sobre la mesa en una postura de falso descanso. Sus cabellos, antes perfectamente peinados, caían en suaves ondas sobre el mantel—. Nos estamos divirtiendo, Rey Lobo. Solo falta algo de música, sigamos hablando.Con un movimiento torpe pero decidido, Aelina se incorporó con sus mejillas sonrojadas por el vino y la excitación. Extendió la mano
Al amanecer siguiente, Aelina despertó terrible. Su garganta la sentía tan reseca como el desierto de Kolgrim, y su cabeza palpitaba con un dolor tan intenso que hasta el más tenue rayo de luz que se filtraba por las ventanas le arrancaba gemidos de agonía.—Ahh, ¿por qué el sol hoy amaneció tan radiante en este reino que siempre está nublado...? —musitó Aelina con sus párpados apenas entreabiertos, luchando contra la luminosidad que parecía atravesar su cráneo como dagas afiladas. Sus dedos se crisparon sobre las sábanas de seda, buscando un ancla en medio de su malestar.Como si el universo hubiera escuchado su súplica silenciosa, la habitación comenzó a sumergirse gradualmente en una penumbra reconfortante. Las pesadas cortinas de terciopelo se deslizaron sobre los ventanales, con sus pliegues ondulando como olas nocturnas que engullían la luz del día. Este repentino alivio permitió a Aelina, por fin, abrir completamente sus ojos. Y allí, para su absoluto asombro, vio algo que jamás
El Rey Lobo entrecerró sus ojos, escrutando a Aelina con una intensidad que parecía capaz de penetrar hasta el fondo de su alma.—¿No te habías dado cuenta? —preguntó, mientras la incredulidad teñía cada sílaba de sus palabras.—¿De qué? No puedo creerlo —cuestionó Aelina, tratando de comprender cómo aquel hombre lobo, que solo parecía capaz de rudeza y mal trato, podría hacerle algún bien.Valdimir exhaló un suspiro que pareció cargar el peso de mil años.—Dame tu mano —ordenó, con un tono de voz que no dejaba espacio para la discusión.Aelina vaciló, con la desconfianza grabada en cada línea de su rostro. Valdimir, impaciente, chasqueó la lengua y, sin más ceremonia, sujetó el delgado brazo de la joven por la muñeca.—Quédate quieta y relájate —dejó en claro sin dejarla de mirar.En ese instante, como si el universo contuviera el aliento, la magia de Valdimir comenzó a manifestarse. Las venas de su fuerte brazo se oscurecieron, como ríos de tinta fluyendo bajo su piel, mientras una t