62. El secreto del rey lobo
Con una delicadeza que contrastaba dramáticamente con la rudeza de sus acciones anteriores, extendió su mano. Sus dedos, que antes habían sido instrumentos de placer y dolor para muchos otros, ahora flotaban sobre la piel de Aelina como si temieran romperla. Finalmente, con un suspiro casi imperceptible, reposó su mano en el costado izquierdo de ella, justo sobre su corazón.El calor de su palma se fundió con la piel de Aelina, y por un momento, Valdimir permaneció así, inmóvil, como si estuviera escuchando el latido de su corazón a través del contacto. En ese instante de quietud, con la noche como único testigo, algo cambió en la expresión del Rey Lobo. Una sombra de vulnerabilidad, tan fugaz como un parpadeo, cruzó por sus ojos, antes de que su rostro volviera a endurecerse con esa expresión de indiferencia que siempre solía llevar.Entonces bien, en el instante en que Valdimir posó su mano sobre Aelina, un fenómeno extraordinario comenzó a manifestarse. Las venas de su brazo se oscu
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