53. Verdades a media voz
Para ese momento, el atardecer hacia acto de presencia en el eterno cielo gris del reino de Kolgrim, mientras avanzaban por las calles de la ciudad. El paso tranquilo del caballo contrastaba con la urgencia que Aelina esperaría de un rey con responsabilidades pendientes, ya que él había dicho que tenía cosas que hacer, pero ahora cabalgaba con una tranquilidad que la desconcertaba. A su alrededor, la vida continuaba: carruajes y otros jinetes los adelantaban, algunos comerciantes cerraban sus puestos, y el aroma de las cocinas preparando la cena flotaba en el aire.Para Aelina, esta experiencia era completamente nueva y desconcertante. Nunca había compartido la montura con alguien más. Sus viajes previos siempre habían sido en solitario, ya fuera sobre su propia yegua, en una carreta de carga con uno o dos guardias a su lado, o en el confinamiento de una carroza. Pero ahora, se encontraba en una situación inédita, cediendo el control de las riendas a otro, y no a cualquiera, sino a Val
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