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La Cacería
El eco distante de cascos al galope perturbó el profundo silencio que inundaba la pradera. Aquel vasto mar de hierba ondulaba en el frío viento del norte, que inclinaba las briznas en ondas continuas hacia los primeros árboles. El bosque descendía de las colinas que acotaban dela entrada al valle, atravesando la elevada planicie como un muro de sombras impenetrables. Las nubes flotaban sin prisa sobre la pradera, ocultando la luna y las estrellas. Poco después, dos docenas de sombras superaron la última cuesta que llevaba a la pradera, figuras oscuras y tambaleantes corriendo a los tumbos en dirección al bosque. —¡Allí está! —gritaron. —¡Un esfuerzo más! —¡No se detengan! El grupo se precipitó hacia el extremo opuesto de la pradera, donde las sombras del bosque prometían refugio. Hombres y mujeres, y al menos media docena de niños. Sucios, lastimados, descalzos, el terror pintado en sus rostros. Los que iban solos se adelantaron en una carrera desesperada hacia los árboles. Las f
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LIBRO 1: INVIERNO Marcada antes de nacer, no es fácil para Risa verse como un inmortal viviendo en las tierras de sus enemigos seculares, los lobos. Hasta que una situación inesperada la lleva a cruzar caminos con uno de los señores del Valle, que desafiará las estrictas leyes de su pueblo para iniciarla en los secretos del amor, en preparación del día en que puedan anunciar su unión. Pero la única forma en la que pueden estar juntos es que Risa tenga los ojos vendados, sin verlo en su forma humana hasta el día de su compromiso. ¿Lograrán superar los incontables obstáculos que los separan? ¿O las diferencias entre ellos se impondrán a sus sentimientos y esperanzas? * * * Las mujeres iban y venían por la plaza, saludando al pasar a las viejas tejedoras, que sacaran sus telares para trabajar bajo el sol apenas tibio de noviembre. Más allá, ignoraban los comentarios galantes de los cazadores que bebían cerveza en la esquina de la plaza, sentados en gruesos troncos tallados en fo
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Luché por contener las lágrimas, lamentando mi suerte sin darme cuenta que seguía observándolo, como si pidiera a gritos que me descubriera y me matara en el acto. Se había apartado de la cascada para volver a nadar por el estanque. Agaché la cabeza una vez más al verlo encaramarse a la orilla para salir del agua. Cerré los ojos con fuerza, segura de que sentiría sus filosos dientes cerrarse en torno a mi cuello de un momento a otro.Desde que su padre muriera en batalla dos años atrás, había asumido el liderazgo de la manada con puño de hierro. Se decía que era joven e impetuoso, huraño, y que lo único que contenía su temperamento irascible era su madre, la reina Luna, porque no tenía compañera ni se preocupaba por buscarla. Se decía que en la guerra era violento y temerario. Bajo ninguna circunstancia toleraba la menor desobediencia, ni de sus hermanos ni de sus súbditos humanos, y no vacilaba en aplicar castigos ejemplares a cualquiera que desafiara su autoridad o intentara burlar
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Llegar a casa de Tea me llevó una eternidad, porque la pierna me dolía tanto que tenía que detenerme cada pocos pasos a descansar. Al menos los niños ya no custodiaban la entrada al pueblo.El camino más corto me llevaba cerca del taller de herrería de mi padre, en el frente de la casa que compartía con su esposa y mis hermanastros. Había un perro echado ante la puerta cerrada, que me olió y ladró enloquecido.Me oculté en el callejón y me asomé a la esquina para espiar. Reconocí el enorme perro pastor de Van, y un momento después vi que el muchacho y mi hermanastra mayor, Lirio, salían apresurados del taller. Se despidieron con un beso apresurado y el muchacho se alejó a todo correr con su perro, mientras Lirio rodeaba el taller hacia la casa con sigilo.Lirio era una de las muchachas más hermosas del pueblo, y le ganaba a todas en vanidosa. Siempre alardeaba de que sería elegida para ir al castillo, y ya había rechazado varias propuestas de matrimonio, convencida de que el mismísimo
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No tenía más alternativa que obedecer, aunque tuve la precaución de omitir la parte de haber visto al Alfa transformarse y bañarse desnudo. Sabía que si llegaba a enterarse de eso, me mataría como el lobo no había hecho.Creo que lo único que me salvó de su castigo fue que todavía estaba hecha un desastre. Y no tardé en empeorar. Al parecer, mi pierna no era lo único que me había arruinado en mi aventura nocturna. Las frías aguas del estanque, y las horas que pasara sin quitarme mis ropas empapadas, afectaron mi pecho. Pasé esa noche volando de fiebre, y en la mañana tosía y me costaba respirar.Perdí la cuenta de los días que pasé tendida en el jergón frente al fuego, tragando a regañadientes los caldos pestilentes de Tea, temblando, ahogándome, gimiendo cada vez que intentaba cambiar de posición, porque el pecho y la pierna parecían quemarme.Al fin, tras semanas de esfuerzos vanos por curarme, Tea obligó a sus articulaciones reumáticas a agacharse frente a mí. Yo no estaba realment
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La plaza del pueblo estaba rodeada por un círculo de antorchas que humeaban en la noche invernal. A nadie le importaba el frío seco, pertinaz, que escarchaba la gruesa capa de nieve sobre las calles y el suelo empedrado en torno al pozo. Todos en el pueblo, yo incluida, nos habíamos echado encima cuanto abrigo teníamos para ir a la ceremonia.Una vez al año, dos noches antes del plenilunio de la Luna del Lobo, todas las muchachas solteras del pueblo que tuvieran entre diecisiete y veinte años se alineaban frente al pozo, vistiendo sus mejores galas. Entonces, varios lobos en su forma humana se presentaban para elegir a las tres afortunadas que dejarían el pueblo para mudarse al otro extremo del Valle.Si eras elegida como compañera de un lobo, te quedabas con ellos en su castillo, a pasar una vida de comodidades y felicidad a cambio de darle a tu compañero un par de hijos. Un destino envidiable, considerando que las alternativas eran pasar el resto de tu vida en la aldea, o probar sue
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Intenté avanzar entre las rocas a los tumbos, tropezando y resbalando, la lluvia mezclándose con mis lágrimas. Aun allí, en medio del bosque, el follaje no me protegía de las pesadas gotas. Mi pesado vestido de lana entorpecía mis movimientos, pegándose a mi cuerpo, mojado y frío.Pensé en el hermoso vestido de lino blanco que me obsequiara Lirio, para lo que se suponía que fuera el mejor día de mi vida. No había terminado de secarse para la hora en que debía presentarme en el claro, de modo que había acabado usando mi único vestido de invierno. Al menos las malditas de Aurora y Selene no habían podido arruinarlo, como acababan de arruinarme la vida a mí.Apenas quedara sola con ellas, esperando a los lobos bajo la ligera lluvia helada, me arrastraron hacia el bosque, me arrancaron el manto y me empujaron dentro de una estrecha cañada, que en esa época del año sólo contenía varios centímetros de lodo, en el que caí sentada. Sólo atiné a encogerme en el barro, cubriéndome como podía de
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Sus últimas palabras me desconcertaron, y me mantuve quieta y silenciosa, oyéndolo moverse. Si mis oídos no me engañaban, se desnudó antes de dejar la cueva. Entonces me alcanzó una especie de estertor muy quedo, y pronto oí el rumor de cuatro patas que se alejaban a largos saltos sobre piedra. Aguardé hasta cerciorarme de que no podía hallar rastros de su proximidad. Empujé la tira de tela hacia arriba con mis manos vendadas, y precisé un momento para que mis ojos se adaptaran al brillo que llenaba la cueva. Afuera era pleno día. Me arranqué las vendas de las manos con los dientes. Al mirar las palmas de mis manos, las hallé cubiertas de cortes, magulladas y un poco inflamadas. Sólo entonces paseé la vista por el lugar al que el lobo me trajera. Era una cueva espaciosa, del tamaño de la cocina de Tea, con el piso de tierra, limpio del musgo que cubría algunos sectores de las paredes, que se estrechaban hacia la entrada, una alta grieta vertical de sólo un metro de ancho. Al otro la
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Cuando reaccioné, seguía arrodillada sobre el suelo de la cueva. Un par de brazos fuertes me rodeaban y mi mejilla se apoyaba en una tela suave, bajo la cual un corazón latía a un ritmo lento y regular. Me enderecé bruscamente, buscando a tientas los pliegues del corpiño para cerrarlos avergonzada. El lobo guió mi mano a tomar un cuenco de agua.—Gracias, mi señor —resollé luego de vaciarlo.—Necesitas recostarte —susurró con una suavidad inesperada—. Porque aún hueles a plata.Me ayudó a incorporarme y dar los pocos pasos que me separaban del jergón.—Veamos qué otra sorpresa nos preparó tu hermana —murmuró haciendo que me recostara—. No te muevas.Acomodó mis piernas extendidas, me quitó las botas y cubrió mis pies con la manta, como para evitar que tomara frío.
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Mi corazón se detuvo de terror cuando abrí los ojos y los encontré descubiertos. Me los tapé instintivamente y exploré los olores de lo que me rodeaba. No había rastros del lobo.—¿Mi señor? —tenté.No recibí ninguna respuesta y al fin me animé a lanzar una mirada alrededor. Estaba sola en la cueva.Descubrí el vestido de Lirio caído junto a la leña. Me lo puse y un escalofrío corrió por mi espalda al atar las cintas del escote.Me negué rotundamente a perder el día como el anterior. Quedaba poca agua en las cubetas, de modo que decidí aventurarme al exterior.La cueva se abría hacia el este, a una estrecha cornisa sobre un acantilado de al menos diez metros. Me asomé un poco para ver el bosque y lo que hubiera allá abajo, pero no reconocí el lugar. Me hallaba en una pared de ro
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