"Ya es hora", murmuró Abe, apartándose de mí y dejándome espacio para levantarme. El edredón se deslizó por mi hombro, revelando una fea huella de la mano de la noche anterior. Miré a Abe, la única persona en quien podía confiar en la ciudad. Tenía arrugas en la cara, pliegues en la frente y un larg
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