Ana no tenía opción. Se aferraba a Mario, de lo contrario caería; él estaba ardiente, y su corazón parecía querer saltar fuera de su pecho. Mario, sosteniendo su nuca, la obligó a mirarlo. Sus ojos se encontraron, en los de él había un deseo masculino hacia una mujer, tintado con un leve conflicto, oscuro como la tinta, profundo como el mar. Mario, con voz baja, preguntó:—¿Ya te recuperaste completamente?Aunque parecía una pregunta, sonaba a afirmación. Ella se veía más tentadora que antes del parto, el tacto bajo las palmas de un hombre no miente. Ana, con la voz entrecortada, dijo:—¡Basta de hablar!Mario respondió con un beso profundo, posesivo, como queriendo fusionarse con ella. El leve aroma a tabaco que emanaba de él se entremezclaba con el aire, llenando el espacio entre ellos…De pronto, Mario se detuvo. La miró fijamente, como si pudiera ver el alma a través de sus ojos, luego se alejó. Se sentó al borde de la cama, se puso los pantalones y extrajo un cigarrillo, pero no l
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