Aunque el gesto fue sutil, reflejaba la determinación de un hombre.Ana, instintivamente, alzó la vista. En ese instante, ambos se perdieron en la profundidad del otro… Sus miradas se entrelazaron, evocando noches de pasión desenfrenada. Los recuerdos, más allá del dolor, parecían anclarse en esos instantes de intimidad. Ana esbozó una sonrisa melancólica y, con un suave esfuerzo por soltarse, su voz se tornó aún más suave:—Mario…Él, fijando su mirada en ella, también en voz baja, confesó:—Sé que estoy cruzando un límite. Pero no puedo evitarlo, Ana. Temo perderte con él.Consciente del malestar de ella, Mario no preguntó más y las condujo al coche con elegancia.Carmen y Emma subieron primero. Ana estaba a punto de hacerlo cuando Mario, en un susurro, reveló:—Esta noche vendré a verte.Ana dudó. Mario insistió, mezclando firmeza con ternura:—Solo quiero verte, ¿tampoco eso está bien? Ana, te he echado mucho de menos…Ana cedió. Al subir al coche, Mario sostuvo la puerta con corte
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