—No te puedes ir.Eric Bastian, había hablado con tanta autoridad y convicción que, por un momento, Teresa Mendoza se lo había creído. Los rasgos faciales de su jefe, que era muy guapo, parecían reflejar una emoción más fuerte de lo normal. El estaba sentado a su mesa en el despacho en la Gran Manzana, se pasó una mano por el pelo y se puso en pie.Teresa sintió que el estómago le daba un vuelco. Era la ansiedad. Sí, pero también el deseo que despertaba en ella aquel hombre.No daré mi brazo a torcer. Es mi vida, pensó.Así que tomó aire profundamente.—Llevo siendo su secretaria personal por casi ocho años. Le agradezco la libertad y la responsabilidad que me ha dado, pero ha llegado el momento de seguir adelante.—¿Seguir adelante? —se indignó . Esto no es una caravana de inmigrantes. Es una empresa y cuento contigo para que me ayudes a llevarla.Teresa tuvo que hacer un gran esfuerzo para no comentar que Caspia, ya que aquel conglomerado de marcas de lujo y que era imposibe compara
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