Emilia estaba en la puerta de una gran mansión, una de esas que tienen columnas blancas como el olimpo, con unas grandes escaleras de mármol iluminadas por faroles estilo 1800. El lugar era increíble, lo recordaba como si hubiese sido ayer cuando esa familia se había convertido por un tiempo en sus tutores legales. Emilia nunca tuvo padres ni supo quienes fueron, si la abandonaron o murieron, toda esa información nunca la tuvo, a esta altura de su vida no le importaba. Pero estar en la puerta de esa gran mansión solo hacía remover cosas de su pasado que creía enterradas. -Tranquilo mi niño- susurró meciéndolo a upa suyo, protegiéndolo en sus brazos del frío de la noche. La puerta se abrió y una hermosa mujer, mucho más grande que ella, de unos 40 años, pero que se conservaba como en sus 20, la miró desde arriba, porque Emilia siempre había sido más baja que su hermanastra, claro porque no compartían ni madre ni padre y sus padres solo la habían criado por muy poco tiempo. Emilia
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