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Capítulo 2 - El rey de la noche

-¡Una ronda más para todos!

Toda la gente que estaba llenando el VIP de un prestigioso boliche muy exclusivo de la ciudad festejó ante el grito del rey de la noche.  

Todos sabían que estar cerca de Adrian Sinclair significaba diversión asegurada, alcohol gratis y si eras una bella mujer que lograba cautivarlo, una noche se sexo desenfrenado en su pent hause de soltero.

La vida del joven heredero era perfecta, su vida transcurría solamente durante la noche movida de la ciudad, se conocía todos y cada uno de los lugares para la gente de su clase y todos lo saludaban con admiración cuando él entraba, especialmente los hombres jóvenes que soñaban con ser como él.

Todo un Don Juan que tenía a las modelos más hermosas a sus pies.

A Adrian no le importaba gastarse miles de dólares cada noche, entre copas, comida exótica, y regalos para sus amantes, además de cumplirse sus propios caprichos que consistían en relojes caros y coches último modelo, no tenía que preocuparse por nada más.

Cuando había cumplido su mayoría de edad, a sus apenas 18 años, su hermano mayor, el primogénito, el hijo perfecto, el CEO, el empresario exitoso, le había dicho:

-Si me dejas que yo me encargue de la empresa familiar, vas a recibir tu parte cada mes directamente en tu cuenta bancaria, ni siquiera es necesario que me lo pidas y menos que me vengas a visitar-

Adrian nunca olvidaría esa frase de su hermano, no solo por el hecho que desde ese momento su vida ya estaba solucionada, sino por la crueldad y la indiferencia en el tono de su hermano.

Nunca más lo había vuelto a ver.  

Y al joven heredero no le podía importar menos.

Tenía todo lo que necesitaba, coches para movilizarse por la gran ciudad, un departamento propio de cien metros cuadrados donde llevaba cada noche a la mujer que él quería, yates, avión privado y todo lo que te puedas imaginar que un niño rico podría querer.

Adrian no pedía nada más.

Había logrado llevar su vida de excesos hasta sus 28, para ser exactos 10 años de pura fiesta y vivir al máximo la vida.

Y no entendía por qué ahora la realidad le había dado un fuerte golpe en la cara.

Con un traje de dos piezas completamente negro, combinando con corbata y camisa del mismo color que el joven odiaba usar, se encontraba parado en medio de un prado de hierba verde recién cortada y frente a él un rectángulo cavado en la tierra del tamaño perfecto para que quepa el ataúd de su hermano mayor y al lado uno igual, para el de su esposa.

Adrian no tenía idea de cómo había llegado hasta allí.

Recordaba que un asistente de su hermano mayor, o algo así había dicho, se presentó a las 12 del mediodía en su puerta, un horario en el que el joven castaño dormía para recuperarse de la larga noche de fiesta y lujuria.

Recordaba haberle abierto la puerta con fastidio y que el hombre había mirado por sobre su hombro hacia la cama, donde dos hermosas mujeres dormían, y en el medio un espacio vacío donde él había estado hasta hace tan solo unos momentos.

Adrian no recordaba si le gritó o lo insultó o si simplemente el hombre habló sin esperar a que el hermano menor de su jefe emitiera sonido.

Pero lo que sí recordaba era que el asistente dijo las palabras que sentenciaron su destino, unas que jamás esperó escuchar:

-Señor Adrian, su hermano está muerto.

Adrian no había pensado ni escuchado hablar de su hermano mayor desde que ese día a sus 18 años, y ahora volvía a su vida en forma de espectro, pidiendo que se presentara a su funeral.

Adrian no podía rechazar este pedido, es lo menos que podía hacer por el hombre que había tomado las riendas de la familia, reparando los daños que él mismo le había hecho a todos, una culpa de la que el joven heredero jamás pudo salir y que su hermano se había encargado solucionar.

No supo cómo se puso el traje, si las mujeres en su cama se habían ido, y cómo había viajado hasta el cementerio, pero ahí estaba, parado como un palo, tieso y erguido, pero con la mirada en el ataúd cerrado, porque la gente había susurrado que su hermano y su esposa estaban irreconocibles y que lo mejor era velarlos a cajón cerrado.

Adrian no protestó, prefería quedarse con la imagen de hace 10 años de su hermano, había sido tan joven en esos tiempos, le hubiese impactado verlo de otra forma.

-Oh Dios, sé clemente y misericordioso con estas dos almas, perdónales sus pecados y has que un día pueda verlos en el gozo de la luz eterna- exclamó el sacerdote frente a los dos ataúdes.

Adrian no tenía la menor idea de que su hermano se había convertido en un hombre del señor, él no podía estar más alejado de eso, pero fue respetuoso, cerrando la boca y fingiendo estar afligido por la repentina y trágica muerte de su desconocido hermano y que las palabras del hombre religioso realmente le llegaban al corazón.

Con disimulo, mientras el sacerdote seguía recitando párrafos de la biblia, levantó su mirada verdosa hacia los demás que vinieron a despedir a la pareja difunta.

Todos estaban de negro, acorde a la ocasión, miró sus rostros de tristeza, hinchados de tanto llorar y Adran entendió que todos esos desconocidos habían sido importantes para su hermano.

¿Alguno de ellos sabía que él era su hermano menor?

No lo sabía y prefería que no lo supieran, no era muy bueno con las relaciones humanas y menos de día.

Con un poco de alcohol en sangre era otra cosa.

Siguió mirando los rostros afligidos, hasta que algo o más bien alguien llamó su atención.

Detrás de una señora de falda tubo color negra, había una pequeña niña con un vestidito de falda plato completamente negro, la niña, con los ojos más grandes y verdes que jamás había visto en su vida, lo miraban mientras se agarraba de la pierna de la señora.

Lo observaba en silencio, con una mirada que Adrian no supo definir, nunca había sido bueno con los niños, no recordaba la última vez que había estado cerca de uno.

Pero en un intento de demostrar que podía manejar la situación, le respondió con una amplia sonrisa, bastante forzada, que lo único que hizo fue que la pequeña niña de cabellos castaños con bucles perfectamente armados, se escondiera asustada detrás de la señora.

-¿Qué pasa cariño?- murmuró la mujer.

Adrian pudo escuchar a la niña sollozar y mirarlo asustada, mientras tímidamente lo señalaba.

-¿Ese señor te asustó?

Y la niña asintió.

La pequeña lo había delatado y la mujer lo miró con una expresión de indignación que hizo que el joven heredero desviara la mirada avergonzado.

“Definitivamente no soy bueno con los niños” Sentenció en su mente.

El funeral finalmente terminó, los ataúdes bajaron hasta el fondo y la tierra cayó encima de ellos, sellando el destino eterno de la joven pareja.

Ramos de flores cayeron encima de los bultos de tierra y Adrian se dio cuenta que no había llevado flores para su hermano, se sintió fatal.

Pero no tuvo tiempo de pensar en ello, porque un hombre le había tocado el hombro para llamar su atención.

-Mi más sentido pésame.

-Gracias- dijo secamente.

-¿Adrian Sinclair no es cierto?

-El mismo.

-Un gusto volver a verlo, que cambiado que estás, la última vez que te vi apenas era un niño malcriado- bromeó el hombre.

-Ah sí…- sonrió incómodo, no tenía idea de quién era, pero por si acaso le sonrió como si lo recordara.

-Soy el abogado de la familia, fui el abogado de tu padre y luego de la tragedia… fui el de tu hermano, bueno, hasta ahora…

Adrian asintió sin decir nada, esperando poder terminar esa conversación y volver a su departamento a continuar con su sueño reparador.

-Escucha Adrian, necesito que antes de que vuelvas a tu ciudad, vengas conmigo a mi despacho, hay algunas cosas de las que tenemos que hablar.

-¿Es sobre mi hermano?

-Sí, él ha dejado algunas cosas para usted en su testamento.

-Sea lo que sea, dónelo a caridad o quédeselo usted- sentenció dándose la vuelta, dispuesto a irse.

Pero el hombre, que parecía no dar el brazo a torcer, lo siguió por detrás.

-De hecho, en el contrato ha sido muy insistente en que recibas lo que él te dejó, y debo decirle que en temas legales no puede rechazarlo.

Adrian puso los ojos en blanco y bufó frustrado.

-Está bien, lo que mi difunto hermano desee. - respondió con ironía.

Media hora después, ambos hombres estaban en el despacho del abogado.

El joven heredero se sentía incómodo, deseando irse cuanto antes, odiaba las oficinas y todo lo que tenía que ver con lo administrativo, simplemente le daba una mala espina.

-¿Podemos terminar con esto cuando antes?- respondió inquieto.

-Sí claro.

El hombre sacó los papeles.

-¿Dónde firmo?

-Espere, antes de que lo haga, me gustaría leerle en voz alta lo que su hermano le dejó.

Adrian bufó y se apoyó en el respaldo con fastidio.

-Como diga…

-Bien- tosió aclarándose la garganta- El Señor Alexander Sinclair declaró que, en caso de muerte, todos sus bienes y propiedades irán directamente a su descendencia.

“Pero no la tiene, entonces me toca a mí, pensó imaginando la cantidad de propiedades que ahora serían suyas”

-En el caso de que los herederos sean menores de edad, todos los patrimonios quedarán en custodia de Adrian Sinclair hasta que cumpliera la mayoría de edad.

-Lo que sea- respondió sin importancia.

-Para el Señor Adrian Sinclair, le queda el puesto de CEO de Industrias Sinclair S.A. que quedaría disponible en caso de muerte.

-Bien…

“Da igual, eso no va a pasar” Se dijo así mismo, sabiendo que no pensaba tomar el puesto.

-Además del puesto y en caso de que su esposa también falleciera, el Señor Adrian Sinclair, hermano de Alexander Sinclair, quien es padre de Emma Sinclair, deberá obtener el 100 por ciento de la custodia de la hija de ambos, hasta su adultez.

-Bien… Espera ¿Qué? ¿Mi hermano tiene una hija?

El abogado lo observó extrañado.

-Si, Emma Sinclair, de 5 años de edad.

El rostro del joven heredero pasó de una expresión de asombro a una de risa.

-No entiendo qué es lo gracioso…

-¡Mi hermano estaba loco! ¡Hace 10 años que no nos vemos! Imagínese usted que ni tenía idea de que tenía una sobrina- se rió a carcajadas hasta llorar- ¿Y ahora quiere que me haga cargo de esa niña y que además me haga cargo de la empresa que él mismo prefirió dirigir sin mi ayuda? Muy buen chiste.

-Lamento decirle que no es un chiste y son las últimas palabras de su hermano.

-Lo que sea, pero no va a pasar.

-Creo que su hermano imaginó que usted diría eso, así que dejó una cláusula en el testamento.

“Claro que dejó una cláusula, el hijo perfecto seguía siendo el mejor hasta después de muerto”

-Dilo de una m*****a vez.

-En el caso de que se negara a convertirse en el tutor de Emma Sinclair y hacerse cargo del puesto que quedó libre, toda su herencia, todos sus bienes y todo aquello que usted haya adquirido con el dinero proveniente de Industrias Sinclair S.A. será retenido y embargado, hasta que se haga cargo de sus responsabilidades.

Adrian sintió que vomitaría ahí mismo, de repente su vida de diversión y sin preocupaciones se había ido por la borda y tenía que convertirse en un adulto responsable, y lo peor de todo…

¡En el padre de una niña que no conocía! 

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