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Capítulo 3 - De esposa a sirvienta

Emilia estaba en la puerta de una gran mansión, una de esas que tienen columnas blancas como el olimpo, con unas grandes escaleras de mármol iluminadas por faroles estilo 1800.

El lugar era increíble, lo recordaba como si hubiese sido ayer cuando esa familia se había convertido por un tiempo en sus tutores legales.

Emilia nunca tuvo padres ni supo quienes fueron, si la abandonaron o murieron, toda esa información nunca la tuvo, a esta altura de su vida no le importaba.

Pero estar en la puerta de esa gran mansión solo hacía remover cosas de su pasado que creía enterradas.

-Tranquilo mi niño- susurró meciéndolo a upa suyo, protegiéndolo en sus brazos del frío de la noche.

La puerta se abrió y una hermosa mujer, mucho más grande que ella, de unos 40 años, pero que se conservaba como en sus 20, la miró desde arriba, porque Emilia siempre había sido más baja que su hermanastra, claro porque no compartían ni madre ni padre y sus padres solo la habían criado por muy poco tiempo.

Emilia se había enterado que sus tutores habían muerto por la vejez y que todo se lo había quedado su única hija Rebeca, ella no iba a recibir nada porque nunca habían llegado a adoptarla, apenas había cumplido 18 años, había tomado su propio camino, sin pedirles ni un solo centavo y agradeciendo el techo y la comida mientras estuvo viviendo allí.

-Hola Rebeca- exclamó sonriente.

La mujer, que por un momento pareció no haberla recordado, finalmente lo hizo.

-¿Emilia?- exclamó sorprendida.

La nombrada asintió, haciendo fuerza para seguir soportando a su hijo en brazos, ya le pesaba luego de la larga caminata hasta la casa.

-¿Puedo pasar Rebeca?- casi que suplicó y finalmente su hermanastra miró al niño que estaba a cuestas de Emilia, que se chupaba el dedo mirando a un punto fijo a lo lejos.

La mujer ocultó muy bien su desconcierto y su desprecio al ver al niño, que era muy grande para seguir haciendo eso y se hizo a un lado, dejando pasar a la joven.

-No nos vemos desde hace años…- comenzó a decir la hermosa mujer.

-Sí, dejaste muy en claro que no me querías cerca de tu herencia- dijo con normalidad haciendo que la mujer se riera.

-Y cumpliste. Entonces ¿Por qué estás aquí hoy?- dijo sentándose de forma elegante en su sillón de cuero blanco y tomando una copa de vino entre sus delgados dedos, cruzándose de piernas y mirando con superioridad a su hermanastra, sin siquiera ofrecerle un asiento.

Emilia ignoró su actitud descortés, Rebeca siempre había carecido de modales.

-Porque necesito de tu compasión- dijo perdiendo la dignidad.

La mujer sonrió divertida, regocijándose de su poder ante la mujer desesperada.

-¿Quieres que abra mi corazón para ti y tu hijo?

-Rebeca… sé que el poco tiempo que estuve aquí no me querías, yo esperaba encontrar en ti una hermana, pero comprendí que no sería así, por eso respeté que no me quisieras, yo era una desconocida para ti, que de repente estaba en tu casa y tomando la atención tus padres… y lo entiendo. Pero ahora tengo un niño a quien proteger.  

La mujer volvió a mirar al pequeño que no se bajaba de los brazos de su madre.

-Y estoy desesperada.

-¿Qué pasó con el hombre que te salvó de la pobreza? ¿Qué te dio un hogar y una vida de lujos?- dijo con un tinte de celos, ya que ella nunca había tenido suerte con los hombres, tenía dos hijos, pero de distintos matrimonios.

-No estamos bien…- dijo sin querer entrar en detalle.

La mujer sonrió un poco más, sintiéndose bien de que su joven y hermosa hermanastra ya no tuviera su vida perfecta de cuentos de hadas.

-¿Qué dices?- preguntó impaciente- ¿Me ayudas?

La mujer fingió pensarlo un momento.

-Mmmm

Emilia supo que tenía que soportar la humillación de la mujer, besar sus pies, hacerla sentir que era una heroína para ella.

-Está bien.

La azabache finalmente liberó el aire que tenía contenido hace tiempo en sus pulmones.

-Gracias Rebeca, enserio muchas gracias.

Rebeca se levantó del sillón con elegancia y rodeó a la mujer, cambiando alrededor suyo, como si la examinara.

-Sabes… Justo hace unos días mi empleada doméstica se embarazó. Y la verdad que es agotador encontrar a una nueva empleada, el papeleo es engorroso, tú sabrás.

Emilia sabía a qué quería llegar con eso Rebeca, y también sabía que la mujer quería que ella misma se ofreciera.

-¿Quieres que te ayude con los quehaceres de tu casa?- exclamó rendida.

-Oh Emilia, eres la mejor.

-¡Emilia! ¿Para cuándo vas a traer el té?- gritó Rebeca desde su jardín, donde estaba conversando con sus amigas de la aristocracia.

La azabache suspiró desde la cocina, tomando la bandeja con la tetera y las tazas.

Habían pasado casi dos semanas desde que Emilia se había convertido en la sirvienta de Rebeca 24/7, limpiando toda la casa, cocinando para ella y sus dos niños malcriados, llevándolos al colegio y hasta ayudándolos a hacer la tarea.

La joven no daba más, soportaba con fuerza sobrehumana los tratos crueles de su hermanastra.

“Todo sea por Noah” Se dijo así misma.

-¡Al fin niña!- gritó la mujer cuando Emilia llegó con la bandeja de la merienda- mis amigas están muertas de sed.

La joven les sirvió en silencio a cada una, mientras la miraban de arriba abajo sin disimulo. La joven sabía que estaban disfrutando de que llevara puesto su traje de mucama que Rebeca había insistido que debía usar.

“Como todos los demás empleados” Había dicho.

-Ella es Emilia, mi querida hermanastra.

-¡Ya veo!- se rió una de las mujeres- Que buena persona eres Rebeca al ayudar a los más necesitados.

-Sí, me rompió el corazón cuando vino una noche de lluvia suplicándome porque la ayudara con su pobre niño enfermo en brazos.  

-Ay pobrecita.

-¿Necesita algo más señora?- preguntó desesperada la joven, quería huir ya mismo de ahí, no sabía cuántas humillaciones más soportaría.

-Nada más querida. Puedes descansar.

-Gracias señora- se inclinó y dio media vuelta.

Mientras se alejaba comenzó a escuchar lo que decían por lo bajo las crueles mujeres.

“¿De dónde la sacaste?”

“Ya te dije, mis papás la encontraron en un orfanato y les pareció buena idea traerla a casa”

“Uff lo que habrá sido eso para ti”

“Si, era un animal, no tenía educación, a mí me daba miedo dormir con la puerta abierta, la trababa con cerrojo por las noches”

“Lo bien que hiciste”

Emilia prefirió ignorar los comentarios, centrándose en su objetivo principal, que su niño estuviera bien, tuviera un techo y una comida.

Lo bueno de que Rebeca estuviera con sus amigas igual de superficiales que ella, era que le había dado el día libre y podía pasar la tarde con su pequeño.

Entusiasmada, corrió a su encuentro.

-¿Cariño?- exclamó la joven mientras subía las escaleras, había dejado a su pequeño en el cuarto de servicios que le había dado Rebeca.

Pero cuando entró al cuarto, esperando encontrarse con Noah jugando con sus muñecos tranquilamente, vio lo peor.

-¡Noah!- gritó en shock al ver que los hijos bravucones de Rebeca estaban prácticamente torturando a su pequeño- ¡Aléjense de él!- gritó con fuerza.

Los dos niños tenían a Noah en el suelo, uno tirándole de los pelos como si fuera un juguete que romper y el otro pellizcando sus piernas con malicia, que ahora estaban llenas de ronchas.

Noah tenía las manos en sus oídos y sus ojos cerrados con fuerza, tratando de alejarse de la realidad una vez más.

Emilia no pensó en que eran dos niños pequeños cuando los empujó con fuerza quitándolos de encima de su hijo.

-¡Malditos demonios!

-¡¿Qué estás haciendo psicópata?!- gritó Rebeca desde la puerta, al ver lo que había hecho Emilia.

La azabache cargó a su niño y lo abrazó con fuerza protegiéndolo.

-¡Mami mami! ¡La sirvienta nos golpeó!- gritaron los niños corriendo a las piernas de su madre, fingiendo llorar.

-¡Eso no es cierto! Ellos estaban lastimando a Noah.

-¡Ese niño es raro! ¡Asusta a mis niños!

-¡No le hace daño a nadie!

-Estoy segura de que cuando no le ves ese engendro lastima a mis hijos.

-¡No te permito que hables así de mi hijo!

Gritó perdiendo los estribos, tomando su bolso y corriendo hacia la puerta.

-Muévete ya mismo o te juro que no voy a dudar en matarte con mis propias manos y frente a los dos demonios que tienes de hijo- amenazó apretando los dientes con fuerza y clavándole la mirada más despiadada que había hecho en su vida.

Rebeca se escandalizó, corriéndose a un lado y dejando pasar a Emilia que bajó echando humo las escaleras.

Las amigas de Rebeca se amontonaron estupefactas al principio de la escalera viendo como su amiga había sido humillada por la empleada doméstica.

-¡Yo sabía que adoptarte fue la peor idea que tuvieron mis padres! ¡Eres una mujer vulgar y ordinaria! ¡Por eso tu marido te dejó!

Las mujeres gritaron un “Ohh” sorprendidas.

Emilia estuvo a punto de irse sin decir más nada, para desaparecer por siempre de su vida. Pero no, esta vez no huiría en silencio, dejó a su niño en el suelo y se agachó a su altura.

-Pequeño, cierra los ojos y tápate los oídos- ordenó con dulzura.

El niño obedeció a su madre y Emilia volvió sobre sus pasos a enfrentar a la mujer.

-¿Vienes a pedirme piedad y que te deje vivir en mi casa? ¡Entonces bésame los pies y pídeme perdón!

Emilia sonrió con una expresión diabólica.

-No sabes cuánto he deseado hacer esto- sentenció para luego propinarle un fuerte cachetazo a la mujer.

Su rostro se contorsionó hacia un costado y cayó seca contra el suelo, como una muñeca de trapo.

Las amigas de Rebeca gritaron “Ohh” Nuevamente y hasta una se rio entretenida por el drama.

Emilia tomó su bolso y levantó a su niño en brazos.

-Nunca debí venir a pedirte ayuda, sigues siendo la misma mujer vacía de siempre, fue mi culpa al creer que cambiarías. Púdrete en tu asquerosa mansión Rebeca- escupió a la mujer que aún estaba en shock sosteniendo su mejilla roja para luego cerrar la puerta con fuerza.

-Nadie más va a tratar con desprecio a mi niño.

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