-¡Imposible! ¡Nunca enviaré a mi hijo lejos!- Gritó Emilia dentro del cuarto que compartía con su esposo.
-Si no llevas a ese niño a un hogar para discapacitados firmó el divorcio- amenazó el hombre tirándole los papeles a los pies de su esposa, que los agarró desconcertada, sin poder creer que hablara en serio.
-¿Cómo puedes hablar así de tu único hijo?- exclamó dolida, sin poder creer que ese hombre era el mismo con quien se había casado por amor.
-¡Eso ya no es mi hijo! ¡No habla! ¡Ni me mira a los ojos!- gritó con fuerza.
-Baja la voz, Noah nos va a escuchar - suplicó cerrando la puerta.
Daniel, un inversionista que se hizo asquerosamente rico comprando empresas en bancarrota, se rio en la cara de su esposa.
-¡Tú hijo no entiende nada de lo que estamos diciendo! ¿No te das cuenta que ni siquiera responde a su propio nombre?
-¡También es tu hijo!- sollozó la mujer desgarrando su garganta.
El hombre negó con la cabeza, incapaz de aceptar que ese niño, que ahora estaba en su propio cuarto sentado en una esquina sin hablar ni hacer nada, fuera Noah su primogénito y en quien había puesto todas sus esperanzas para continuar con la empresa familiar.
-No lo quiero ver más en esta casa, la decisión ya está tomada- sentenció el hombre, saliendo del cuarto cerrando la puerta en un fuerte estruendo que hizo temblar toda la casa.
Emilia no tardó ni un segundo en salir de la habitación y correr hacia el cuarto de su amado hijo, sabía que ese fuerte ruido asustaría al pequeño, que era hipersensible a los fuertes ruidos.
-Ya mi niño- habló con dulzura mientras se agachaba al lado del pequeño de cabello azabache que había heredado de su madre. Noah estaba en el suelo cerrando los ojos con fuerza y tapándose los oídos, moviéndose de adelante hacia atrás como si estuviera en un trance- Ya pasó cariño, el ruido ya se fue- susurró cargándolo en su regazo y hamacándose hasta que pudiera calmarse.
Emilia cerró los ojos haciendo un ruido con su garganta que le hacía vibrar su pecho, sabía que eso relajaba al niño, había intentado tantas cosas para lograr que dejara de llorar y gritar tantas noches y con un simple ruido de su madre, el niño lograba volver en sí.
Noah no podía estar sin su madre, y la joven lo sabía, jamás permitiría que lo alejaran de ella.
Aún recordaba la angustia y la frustración que había sentido ella y Daniel cuando eran jóvenes.
Lo habían intentado desde su noche de bodas, noche tras noche, respetando el calendario de ovulación de Emilia y nada, no lograban quedar embarazados.
Daniel se había encargado de pagarle a los mejores especialistas en fertilidad, hasta habían llorado por varios abortos que llegaban antes de cumplir el tercer mes, hasta que llegó Noah.
La noticia de que había quedado embarazada nuevamente no había provocado alegría en la pareja, porque el miedo era más fuerte, ambos sabían que no iban a poder seguir intentando para siempre.
Emilia sabía que no podría soportar un aborto más, si este bebé no lo lograba se culparía por siempre por no ser tan fuerte como para dar vida a una criatura.
Pero esta vez fue diferente, la joven Emilia había rezado todas las noches, pidiendo que el niño pasara el tercer mes.
-Por favor Dios, nunca te pido nada, ahora te ruego que me des a este niño que está creciendo en mi vientre, deja que nazca y que llegue a estar en mis brazos, solo eso te pido, prometo amarlo y dar la vida por él si es necesario- había suplicado de rodillas al lado de su cama.
Sus plegarias habían sido escuchadas cuando la azabache tachó en el calendario el cuarto mes y ambos festejaron.
Daniel la abrazó con cuidado, temiendo lastimar al bebé y la había besado con pasión.
-Me haces el hombre más feliz de la tierra- había dicho.
Emilia jamás olvidaría esas palabras, porque también representaban lo que ella sentía, era la mujer más feliz en la tierra.
El parto había sido de riesgo, pero ya estaban preparados para eso y no solo por el historial de abortos de Emilia, sino también porque la joven era muy diminuta, siempre había sido una mujer delgada a punto de ser preocupante y además de ser de baja estatura, siendo que su esposo era un hombre de cuerpo grande, de más de 1.80 de altura y un peso saludable al lado de Emilia, siendo su padre un hombre imponente, el niño sería igual.
Tuvieron que hacerle cesárea, aunque Emilia había llorado suplicando que sea parto natural, pero los médicos se habían negado, alegando que podría morir dando a luz.
Daniel también se había negado rotundamente, diciendo “No podría vivir sin ti”
Emilia asintió, no quería morir, quería vivir para ver crecer a Noah.
Noah nació y el llanto del niño fue el sonido más hermoso que Emilia escuchó nunca.
Desde ese día la vida de ambos se había iluminado.
Los llantos se habían acabado, ahora la casa, que antes solo era un lugar grande y vacío sin el amor, ahora era un hogar, desde el momento en que Noah entró por la puerta de entrada junto a los enamorados.
Desde ahí, la vida de Emilia cambió para siempre.
Se dedicaba el cien por ciento de su día a estar con el niño mientras su esposo estaba fuera de reunión y reunión.
La azabache reconocía que el niño había tardado un poco más en comenzar a decir sus primeras palabras que cualquier otro niño, pero los médicos habían dicho que no se preocupara que era normal en algunos niños.
Lo que sí, era muy inquieto, haciendo que Emilia no tuviera ni un momento de descanso con la hiperactividad de Noah.
Todo iba maravilla, Emilia tenía la vida que tanto había soñado, un esposo que la amaba, que todos los días llegaba con un ramo de rosas y le expresaba todo su amor, no solo con obsequios sino con cariño físico cada vez que el niño descansaba, y además tenía el niño que tanto había soñado y estaba sano. No podía pedir más nada.
Hasta que empezó a crecer y llegó a sus 4 años, destruyendo toda expectativa en la familia.
Noah había retrocedido en su crecimiento, cada vez hablaba menos, las pocas palabras que solía decir de repente desaparecieron, encerrándose en su pequeño mundo. Siempre estaba retraído, concentrado solamente en mover un autito de juguete de un lado al otro.
Emilia sintió que su corazón se partía al medio.
Nuevamente estaban yendo de médico en médico y para desgracia de la joven pareja. Todos decían lo mismo:
-Su hijo es autista.
La noticia le cayó como un baldazo de agua fría a la joven, que al principio tenía miedo, miedo de ella misma y de no ser capaz de ser una buena madre, pero esto la hizo más fuerte, investigó sobre el autismo, se leyó todos los libros, se vio todas las películas y los videos explicativos, tomó notas de todo, estaba decidida a que la vida de su hijo sea lo mejor posible para él.
Se había convertido en una supermamá, y poco a poco, gracias a sus esfuerzos, había logrado que recuperase un poco el habla y volviera a tener ganas de jugar.
Pero desde que diagnosticaron a Noah, Emilia comenzó a notar que la relación con Daniel se iba desgastando más y más, notando que él pasaba cada vez más tiempo en la oficina y muy poco en la casa, casi no se dirigía directamente a su hijo y si tenía que decirle algo, le hablaba directamente a su esposa, como si le temiera.
En un principio Emilia había ignorado por completo a Daniel, concentrada solamente en el niño, y aunque su esposo la reclamara como esposa y amante, la joven solo tenía energía para el niño.
Desde ese momento habían empezado las peleas y los reclamos por parte de Daniel.
¡Emilia simplemente no lo podía aceptar!
Su esposo estaba más preocupado por la atención que ella no le daba, que por tratar de entablar una relación con su primogénito, que cada vez se hacía más y más frágil la relación de padre e hijo.
Hasta que llegó con ese maldito papel de divorcio, amenazando a la azabache con que si no dejaba al niño en un orfanato la dejaría.
-No, ¡no puedo abandonar mi niño!
Emilia miró a Noah que se había quedado dormido en sus brazos y lo colocó en su cama mientras ella preparaba su bolso con algunas cosas del niño y alguna ropa suya que guardaba en el armario de Noah.
Tomó los papeles de divorcio y sin dudarlo un segundo los firmó, dejándolo en la cama de Noah para que Daniel supiera que había tomado una decisión.
Luego salió de la casa, huyendo de esa vida que ya no le pertenecía.
Sabía que a partir de ahora todo sería más difícil, Daniel fue siempre el que trajo el dinero a casa dándole a ambos una vida de lujos y sin preocupaciones, ahora estaba sola contra el mundo.
Pero Emilia no dudaba que el amor por su hijo la hacía una mujer fuerte que lucharía hasta el cansancio para darle una vida mejor.
-¡Una ronda más para todos! Toda la gente que estaba llenando el VIP de un prestigioso boliche muy exclusivo de la ciudad festejó ante el grito del rey de la noche. Todos sabían que estar cerca de Adrian Sinclair significaba diversión asegurada, alcohol gratis y si eras una bella mujer que lograba cautivarlo, una noche se sexo desenfrenado en su pent hause de soltero. La vida del joven heredero era perfecta, su vida transcurría solamente durante la noche movida de la ciudad, se conocía todos y cada uno de los lugares para la gente de su clase y todos lo saludaban con admiración cuando él entraba, especialmente los hombres jóvenes que soñaban con ser como él. Todo un Don Juan que tenía a las modelos más hermosas a sus pies. A Adrian no le importaba gastarse miles de dólares cada noche, entre copas, comida exótica, y regalos para sus amantes, además de cumplirse sus propios caprichos que consistían en relojes caros y coches último modelo, no tenía que preocuparse por nada más. C
Emilia estaba en la puerta de una gran mansión, una de esas que tienen columnas blancas como el olimpo, con unas grandes escaleras de mármol iluminadas por faroles estilo 1800. El lugar era increíble, lo recordaba como si hubiese sido ayer cuando esa familia se había convertido por un tiempo en sus tutores legales. Emilia nunca tuvo padres ni supo quienes fueron, si la abandonaron o murieron, toda esa información nunca la tuvo, a esta altura de su vida no le importaba. Pero estar en la puerta de esa gran mansión solo hacía remover cosas de su pasado que creía enterradas. -Tranquilo mi niño- susurró meciéndolo a upa suyo, protegiéndolo en sus brazos del frío de la noche. La puerta se abrió y una hermosa mujer, mucho más grande que ella, de unos 40 años, pero que se conservaba como en sus 20, la miró desde arriba, porque Emilia siempre había sido más baja que su hermanastra, claro porque no compartían ni madre ni padre y sus padres solo la habían criado por muy poco tiempo. Emilia
-Estos son los documentos que tiene que firmar para hoy a las 6 de la tarde - Una pila cayó en su escritorio. -Estos son los que tiene que revisar antes de pasar al despacho - Otra pila aún más grande cayó a su otro costado. -Estas son las solicitudes que su… hermano dejó pendientes - Una pila que sobrepasaba las dos anteriores cayó en medio peligrando en caerse encima suyo. -Y esto… -¿Aún hay más? -Bueno… Han sido largos días sin el sello del CEO de la compañía, se han acumulado muchas cosas. La secretaria intentó apoyar la pila en la mesa, pero ya no había lugar. -Mejor lo dejo en el suelo, si me necesita para algo estoy al lado señor. La joven salió huyendo de la oficina, dejando a Adrian Sinclair, el nuevo CEO de Industrias Sinclair S.A., casi tapado hasta la cabeza por pilas de papeles, carpetas y contratos. -¡Esto es una m****a!- gritó deseando tirar todos esos papeles por la ventana. “No es mala idea, quizás de esa forma se acabarían los pendientes y podría empezar
“¿En qué estaba pensando cuando dejé la casa de Rebeca?” Había sido su única posibilidad, su único refugio hasta que pudiera conseguir un sustento económico. Ahora estaba sentada sobre su propio suéter en un parque de la ciudad, su niño estaba sentado al lado de ella, absorto completamente de la realidad, sin saber que de un momento para el otro se había quedado sin padre y sin un techo donde dormir. “¿Hice bien en irme de casa así sin más?” Emilia comenzó a pensar que su decisión había sido precipitada e infantil, quizás pudo haber llegado a algún acuerdo con su esposo, que el niño recibiera ayuda de algún tipo, lo que sea para que su esposo no le obligara a llevarlo a un hogar de forma permanente. Miró a su pequeño Noah y se sintió fatal de haberle quitado al niño a su padre así sin más. -Quizás debería darle una oportunidad, capaz al ver que la casa está vacía sin nosotros, no llega a extrañar- exclamó en voz alta, esperando que su niño dijera algo, pero no pasó. -¿Quieres
-¿Se encuentra bien señor? Parece que vio un fantasma.La voz dulce y tan eléctrica de esa mujer lo sacó de sus oscuros pensamientos.La observó en silencio, era tan pequeña y tan delgada que parecía que se rompería en una briza fuerte.Su cabello era largo hasta la cintura de un color negro tan oscuro como la noche y tanta cantidad de pelo que parecía como un manto oscuro que cubría sus hombros.No sabía si era por el color de su cabello, pero su piel blanquecina resaltaba aún más. Su rostro era pequeño y redondo dándole un toque juvenil, aunque imaginó que no era tan joven como parecía, especialmente en sus grandes ojos celestes, en los que sentía que podía ver la madurez y las experiencias vividas de su largo pasado. ¿De dónde venía?¿Quién era?¿Qué cosas le gustaban?De repente quería saber mucho de ella.Esa enigmática mujer llamada Emilia era tan similar a Valentina que no sabía si podría soportar estar en la misma habitación que ella por mucho tiempo.-¿Se encuentra bien?-
“¿No tenía donde pasar la noche? ¿Qué habrá sucedido?”Miles de escenas aparecieron en su mente, una peor que la otra y sintió una energía protectora nacerle desde dentro. No permitiría que le pasara nada a esa frágil mujer y a su niño. -Y pensaba que…-Si.-sentenció Adrian.-Pero si todavía no dije…-Quiere un lugar donde dormir, y yo tengo miles de habitaciones juntando polvo, no tiene que decirlo, mi casa es su casa- respondió rápidamente, deseando no arrepentirse de compartir techo con esa hermosa mujer.-Señor Sinclair realmente no sé…-Dime Adrian-Adrian… realmente no sé cómo agradecerle este gesto.-No se preocupe, con ayudar a Emma estoy más que agradecido.Emilia asintió emocionada y quiso abalanzarse sobre ese apuesto hombre que había sido enviado por los mismísimos ángeles a salvar su trágica situación.Emilia lo observó con admiración y por primera vez notó lo hermoso que era, aún con ojeras y todo.El apuesto tío de Emma tenía el pelo corto en rizos castaños perfectam
Adrian salió completamente derrotado de la empresa de su difunto hermano y de la que ahora debía hacerse cargo.Sintió que una nube gris lo seguía hacia todos lados y que estaba a punto de estallar encima de él en una lluvia torrencial, representando lo fracasado que se sentía en ese momento.-Soy el peor CEO del mundo- exclamó entrando con su coche último modelo al largo camino de su jardín hasta su gran mansión.“Ninguno de esos malditos idiotas vestidos de traje me tomó en serio”“Pude ver en sus caras sus expresiones de incredulidad cada vez que opinaba sobre cómo manejar los problemas de la empresa”-Estoy seguro de que apenas salí de la sala de reuniones empezaron a complotar contra mí- exclamó golpeando con frustración el volante del coche.Para Adrian no era una novedad sentirse no escuchado, desde niño siempre había sido la sombra de su perfecto y dotado hermano.Él lo tenía todo, los aplausos de sus padres cada vez que sacaba buena nota en su colegio para nerds, el orgullo d
La familia ensamblada ya había terminado la cena que Emilia preparó, ya era hora de dormir. Emilia acostó a Emma en su cama, la niña se había quedado completamente dormida luego de la cena, y la llevó a cuestas hasta su habitación. La joven azabache salió del cuarto de la niña, encontrándose con Adrian. -¿Se ha dormido? -Shhh, baja la voz- murmuró. -Lo siento. Emilia bajó al piso a la planta baja, encontrándose con su niño dormido en el sillón, lo tomó en sus brazos y se volteó hacia el CEO. -Creo que debería llevarlo a la cama- exclamó incómoda de tener que pedirle una. -Oh si claro, por aquí- indicó mientras subía las escaleras seguido por detrás por la joven. Llegaron a una habitación. -Lo siento, prometo decorarla para el niño, pero por esta noche creo que está bien- exclamó mostrándole un cuarto minimalista, acorde a cualquier tipo de huésped. -Es perfecto, no tienes por qué. - exclamó dejando a su niño en la cama. -Pero quiero, es lo menos que puedo hacer por todo l