Ingresó al local cabizbajo, caminando hacia el mostrador donde su compañero aguardaba por el relevo. Su cálculo no falló y llegó cinco minutos antes.—¿Qué tal amigo? —Alzó la mirada y el muchacho, de un llamativo cabello color granate, le sonreía enorme—. Lo bueno de este día es que está relativamente tranquilo.—Hola, Caleb —enunció, rodeando el mostrador—. Las personas de hoy día no se interesan por la música o, bueno, por este tipo de música.—Pues, yo las comprendo —expresó el pelirrojo, moviendo una de las manos hacia los estantes—. ¿Quién en su sano juicio querría comprar vinilos? Bien, sí, aquí hay miles de discos antiguos que valen fortuna, pero ya han pasado de moda. La música cambia, se transforma, se amolda a las generaciones, Kilian, y no se puede detener el paso del tiempo, de los años.—A mí, por ejemplo, me gusta —Arqueó ambas cejas en torno al chico—. Tiene su encanto, su belleza.—¡Dios, hermano! Deberías dedicarte a la poesía o algo así —imperó Caleb y soltó una car
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