Alex.

Despertó desorientado y sintió un leve escozor en su brazo izquierdo. Durante varios minutos no hizo otra cosa que tratar de rememorar las últimas doce horas, pero su mente era una densa broza.

Posterior a despabilarse, la realidad sobrevino y los recuerdos brotaron desde algún recoveco de su consciencia. Giró la cabeza sobre la almohada y notó la I.V¹ conectada a su brazo izquierdo. Los dolores musculares cesaron, quizá gracias al medicamento que le estaban suministrando, no lo sabía. Sin embargo, tan pronto como intentó incorporarse, las náuseas nacieron y, sin otra alternativa, tuvo que vomitar ahí mismo. Un charco amarillento cubrió una porción del piso y parte de aquello salpicó las sábanas blancas. Patético.

Quiso gritar por ayuda, quiso levantarse nuevamente, pero nada sucedió. Tan débil e impotente porque las náuseas brotaron otra vez y más líquido espeso y amarillo se derramó de su boca.

—Oh, Dios mío —musitó alguien y fue lo último que logró registrar dentro de su agotada me
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